Los que mueren, mueren un poco más, o más fehacientemente, cuando desaparecen de nuestras rutinas.
Cuando de improviso uno se sobresalta y se dice «no la llamé para decirle que esto salió bien», o «no le he avisado que llegaré más tarde a casa», o «qué va a pensar cuando le diga que no estaré a tiempo allá, como habíamos previsto», exento por completo del hecho de que ella se ha ido, uno hace espontáneamente, sin proponérselo, el milagro de la resurrección.
Porque en ese momento, así fuera por unos instantes, ella, la que ya se ha ido, cobra vida de nuevo, vida consciente, tangible, existente; recupera su lugar y su tiempo, su entidad y su presencia indiscutible en el mundo, con todos sus atributos.
Esa vida es completamente real, tiene espacio y peso propios, en la misma medida que cualquier otra vida o que la vida de cualquiera.
Doy fe de que es así, de la manera que lo digo: una convicción mucho más real que un sueño, porque se da en la vigilia, con plena lucidez, sin premeditación, deliberación ni artificio, sin que medie la voluntad de manipular la imaginación, sin autocompasión, con la frialdad o la imparcialidad de juicio con que se asume lo previsible, consabido y cotidiano.
No es un recuerdo, es algo concreto, sólido, como lo era cuando ella estaba en el mundo.
Lo cierto es, sin embargo, que el milagro de la resurrección es efímero, decae tan pronto uno recupera la consciencia inmediata, despierta, o simplemente lo piensa dos veces: entonces, se apaga, se disipa, se esfuma, y a continuación, como un espasmo, vuelve a percibirse el oscuro fondo de la ausencia, incomprensible, injusto, más real y desolador que antes, porque se ha probado de nuevo la sustancia de la vida.
Pero no importa: uno quiere que vuelvan otra vez los milagros, los únicos posibles, que se repitan esas resurrecciones transitorias, pasajeras, aunque conforme va pasando el tiempo cada vez son menos, más raras o esporádicas, tal vez porque advienen nuevas rutinas, o tal vez simplemente porque el presente atrae el pasado, no a modo de resurrección, sino de memoria.
Un día, seguramente, los milagros desaparecerán.
El autor es exmagistrado.