“Basta de realidades, queremos promesas”, rezaba un grafiti que vi una vez por el barrio La California. Era un recordatorio de esa propensión –a la cual es muy dada la izquierda– a creer que un escenario ideal es siempre una alternativa viable a la realidad. A esto le llaman “la falacia del Nirvana”.
El problema del liberalismo es que debe luchar contra unicornios, dice Michael Munger, director del programa de filosofía de Duke University. Por este mítico animal él se refiere al Estado, al menos tal y como se presenta regularmente en las discusiones políticas: un ente sabio, bienintencionado, solidario y que todo lo puede. Una criatura que, al igual que el unicornio, solo existe en la imaginación de la gente.
No deja de sorprender, en efecto, la enorme incongruencia de muchas personas que ventilan su poco generosa opinión de los políticos (choriceros, oportunistas, mentirosos y otras bellezas), pero luego proceden a enumerar las mil y una funciones que, según ellos, debería tener el Estado: distribuir la riqueza, velar por las buenas costumbres, organizar la producción, educar a nuestros hijos, promover la justicia social. Pero ¿acaso no son estos mismos políticos los que controlan el Estado?
Munger señala que este ha sido el nudo gordiano enfrentado por los liberales en el debate político durante al menos 300 años: la gente atinadamente identifica las múltiples falencias de los gobernantes, pero luego apoya que se le den más poderes al Estado, como si unos no tuvieran que ver con el otro. Y cuando llega el desencanto, la reacción usualmente consiste en esperar que una nueva figura –con aún más poderes y recursos– venga a salvar la tanda.
Otro embuste –muy habitual en nuestro medio– es lo que llamaría “la falacia nórdica”: pensar que si tan solo le damos más impuestos a nuestro Estado, nos convertiremos en Suecia o en Finlandia. Es la completa negación de nuestro contexto político. Como bien señalaron el Nobel de Economía James Buchanan y Richard Wagner en su libro Democracy in Deficit, cualquier “análisis que esté divorciado de la realidad institucional es, si acaso, un ejercicio intelectual interesante”.
¿Cómo enfrentar al unicornio? Munger plantea un método muy eficaz: cada vez que alguien le diga que está a favor de que el Estado haga algo, pídale sustituir “Estado” por el nombre de un político conocido (Luis Guillermo Solís, José María Figueres, Justo Orozco, José María Villalta) y verá la diferencia.
Juan Carlos Hidalgo es analista sobre América Latina en el Cato Institute con sede en Washington. Cuenta con un BA en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y una maestría en Comercio y Política Pública Internacional del George Mason University.