Nos estamos degradando, dejando de lado los principios morales, éticos, profesionales y espiri- tuales. No nos importan los daños que causemos, solo queremos beneficiarnos, aunque sea en detrimento de otros.
Las autoridades luchan en el MEP contra educadores falsos que cobran sueldo sin trabajar y funcionarios que facilitan tal indecencia, supongo que por alguna tajadita. Y con maestros o profesores que se incapacitan sin estar enfermos.
Como piñata. Ni hablar de sindicalistas que cobran horas extras por lo que trabajan los demás. Tienen 150 días libres al mes para repartirse entre ellos, como confites de una piñata. Y, aun con tantos beneficios, muy justos según ellos, se dan el lujo de trabajar como tortugas, haciendo a otros perder miles de millones. Claro, ellos no pierden nada y siguen ganando salario y beneficios, aunque los demás se vean seriamente afectados.
Funcionarios del IDA que dejan a labriegos sencillos sin tierra para enriquecerse ellos o sus familias. No les importa que personas que realmente necesitan las tierras no tengan que comer. Lo único que les interesa es “agarrar algo antes de que se den cuenta”.
En el Banhvi hacen fiesta entregando casas a gente que no las necesita. Funcionarios que malversan fondos y se favorecen ilícitamente adjudican proyectos de vivienda a empresas que entregan casas en pésimas condiciones, probablemente porque alguna comisioncita les tocará.
¿Qué nos pasa? ¿Acaso pensamos que corrupción es solo aceptar regalías de miles de dólares en altos cargos políticos? ¿O que roba el que anda en la calle con una cuchilla o baja a alguien de su carro para robarlo?
No señores, todo esto es corrupción, es robar. Y lo peor es que nos estamos robando a nosotros mismos. La plata pagada de más en incapacidades inexistentes hace falta a gente que sí está enferma. Hay muchos educadores sin trabajo, porque no hay plazas. Esas tierras las necesitan agricultores pobres para llevar sustento a sus hogares. Esas casas podrían ser el techo de personas muy pobres, que piden a Dios todos los días una vivienda digna para ellos y sus hijos. Esos ¢470 millones podrían servir para mejorar el servicio en los muelles y aumentar nuestras exportaciones.
Recapacitemos, costarricenses, pongámonos la mano, no en el corazón, sino en la conciencia, y pensemos si así es como pretendemos progresar. Actuando así, nunca seremos un país desarrollado. Reflexionemos acerca de qué clase de futuro nos puede esperar si seguimos procediendo así o, peor aún, si permitimos que esto siga sucediendo. Por favor, ¡hagamos algo!