“La invasión rusa de 1968… ¿Cómo la llaman ustedes… colaboración técnica o invasión?”, preguntó don Pepe al embajador Josef Rutta de la entonces Checoslovaquia, cuando presentó credenciales. Silencio y conmoción.
Comencé mi vida diplomática junto a don Gonzalo Facio en la administración de don Pepe. Pude reconocer el respeto mutuo entre una mente jurídica contundente y el mandatario gestor de ideas e iniciativas.
Don Pepe era imprevisible. Un día, después de una ceremonia de cartas credenciales en la Casa Amarilla, don Pepe entró al despacho del ministro de Relaciones Exteriores, Gonzalo Facio, quien se encontraba fuera del país y, junto con su compañero de colegio José Luís Cardona, director de Protocolo de Costa Rica, empezó a dictarme una nota sobre “El grito de Tres Ríos”, que ya había aparecido en la prensa esos días, como una iniciativa suya para aumentar los precios de del café en el ámbito mundial. El trabajo era hacer llegar las ideas madres de este mensaje a gobiernos amigos.
Don Jorge Cárdenas, de la Federación de Cooperativas de Café de Colombia, me contó, algunos años después, la admiración que sentía por don Pepe y se refirió a la otra parte de la esta gestión, que dio un cambio importante a los productores, al elevar los precios del café a fin de lograr más justicia social para muchos agricultores de Latinoamérica.
Claridad y sencillez. Don Pepe sabía mercadear ideas y conceptos con frases cortas y breves. La carta era concreta. Me quedó el honor de tomar nota de lo que don Pepe dictaba y, a su lado, don José Luis Cardona verificaba la armonía del mensaje diplomático. Don Pepe tenía gran claridad y sencillez.
Promovió don Pepe otra propuesta para subir los precios de nuestros bananos. Y se fundó la Unión de Países Exportadores de Banano (UPEB) contra viento y marea. Omar Torrijos ponía el avión y el entusiasmo, don Pepe, las ideas.
Y partió a Quito, con tal mal suceso que en las alturas de los Andes una fuerte pérdida de altitud hizo que todos, incluyendo nuestro presidente, pegaran la cabeza al techo del avión. La operación era conducida por don Mario Charpantier, hombre de muchas batallas diplomáticas y gran servidor del país.
Al llegar el avión a Quito, el general Rodríguez, presidente del Ecuador, esperaba en la base la escalerilla del avión panameño. Minutos y minutos. Don Pepe no salía. Estaba en el baño del avión curándose el golpe ocurrido en el bajonazo, por la pérdida de altura. Nuestra jefa de Misión era Luz Argentina Calderón de Aguilar, hoy embajadora en Ecuador.
Conversaciones nocturnas. Don Pepe bajó y se montó en el auto con el general Rodríguez. Iniciaron las conversaciones de banano. A las 12:30, almuerzo oficial en honor de don Pepe. En la lista de invitados estaba don Edmundo Aguilar, esposo de nuestra encargada de Negocios, que en ese tiempo trabajaba para el Banco Interamericano de Desarrollo. En ese momento don Pepe se había percatado de que no había saludado a nuestra encargada de Negocios, doña Luz Argentina, hija de don Paco Calderón Guardia, debido al mareo causado por el golpe. Y se volvió don Pepe al presidente Rodríguez y le dijo: “Vea, presidente, así son las cosas en Costa Rica; él es el esposo de doña Luz Argentina, mi encargada de Negocios, que me representa muy bien a mí y a mi país. Y usted sabe que el papá de ella y yo somos grandes enemigos políticos. Ambos nos reunimos de noche para conversar de Costa Rica, de manera que no nos llamen traidores”. Así era don Pepe.
Ojos azules, mirada inquisidora, pensando siempre, optimista por el futuro en medio de las dificultades. Siempre lanzando proyectos novedosos, proponiendo ideas interesantes y traviesas.