El canciller, Manuel González, ha demostrado diligencia en la atención de las relaciones con Nicaragua. En línea con la actitud asumida por su antecesor inmediato, muestra preocupación por el armamentismo del Gobierno vecino y sigue de cerca los proyectos de infraestructura de la Administración sandinista, para prever su impacto en suelo nacional.
A diferencia de su antecesor, el celo del nuevo ministro de Relaciones Exteriores comprende, también, un frente interno ejemplificado por las imprudentes declaraciones de la viceministra de Seguridad, Carmen Muñoz, sobre la “urgencia” de restablecer el diálogo con Managua.
El canciller se vio obligado a salir al paso de esas declaraciones, ofrecidas a un periódico nicaragüense, y puntualizar que, no obstante las “buenas intenciones” de la viceministra, la política de firmeza claramente definida por el presidente, Luis Guillermo Solís, se mantiene íntegra.
El mandatario había descrito la relación con el país vecino como “fría, pero respetuosa”. La frialdad se palpa en las últimas declaraciones del canciller sobre las adquisiciones de material bélico proyectadas por Managua. El gobierno de Daniel Ortega procura renovar y aumentar su arsenal, especialmente el equipamiento destinado a las fuerzas navales y aéreas.
“Si bien es una decisión de cada país en qué invierte su dinero, como región centroamericana y también como vecinos (la compra de armas) debe llamarnos la atención y tiene que ser motivo de preocupación, no solo de nosotros, sino del resto de países de la región”, dijo el ministro González ante la Comisión de Asuntos Internacionales de la Asamblea Legislativa.
Nosotros, y el resto de países de la región, debemos fijarnos, también, en el proveedor de las armas. La orden de compra de seis poderosas fragatas artilladas, equipadas para el ataque, fue sometida al astillero Fair-Nevsky, en San Petersburgo, según el El Nuevo Diario , de Nicaragua. Rusia será, también, el proveedor de los demás pertrechos pretendidos por la Administración sandinista.
El desequilibrio creado por esas ventas inquieta a otras cancillerías centroamericanas y no estaría mal actuar en conjunto para hacerle ver a Rusia la insatisfacción con sus actuaciones. El desperdicio de los recursos estatales de un país paupérrimo es un asunto de política interna, pero el destino específico del dinero, en este caso, es tema de la diplomacia regional.
Tampoco está de más señalar a Estados Unidos y Europa su involuntaria colaboración con el armamentismo de Managua cuando proveen al gobierno de Ortega ayuda destinada a otros fines, pero capaz de liberar recursos para mejorar los arsenales. Nicaragua no puede recibir ayuda humanitaria y para el desarrollo con una mano y malgastar, con la otra, recursos indispensables para los mismos fines.
Rusia mantiene lazos de amistad con países de toda el área centroamericana. Quizá la buena voluntad alcance para escuchar sus protestas por el peligro creciente que representan sus armas en el Istmo. Costa Rica, como nación pacífica y desarmada, tiene de sobra la estatura moral necesaria para encabezar la protesta y extender la denuncia a todos los foros internacionales.
La preocupación se justificaría incluso en ausencia de los conflictos recientes por la invasión de nuestro territorio y los intentos de desviar el cauce de los ríos para reconfigurar el mapa fronterizo. El exministro de Relaciones Exteriores, Enrique Castillo, preguntó, en su momento, cuál es la necesidad de tener ese tipo de armamento. La pregunta sigue en pie y ninguna respuesta imaginable dará al Istmo centroamericano la tranquilidad a que tiene derecho para abocarse, en paz, a las más urgentes tareas del desarrollo.