El lanzamiento de la candidatura de Christiana Figueres Olsen a la secretaría general de la Organización de las Naciones Unidas es un acierto del gobierno del presidente, Luis Guillermo Solís, y de su canciller, Manuel González. La candidata nacional reúne cualidades extraordinarias y el país la propone con legítimo orgullo.
Figueres satisface la justificada inquietud internacional por el continuo nombramiento de hombres en la secretaría general. Es hora de elevar a una mujer a tan alto cargo. Pero más allá de la justicia de género, Figueres ofrece una distinguidísima carrera en la diplomacia, coronada con los acuerdos climáticos de París el año pasado.
Conseguir la firma del compromiso de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero no fue tarea fácil. Al final, 175 países se comprometieron a impulsar la histórica iniciativa para evitar el aumento de la temperatura global, único medio para frenar la catástrofe ecológica prevista por los científicos.
La firme e inteligente guía de Figueres en su condición de secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático fue determinante para el éxito de las delicadas negociaciones. La limitación de las emisiones toca fuertes intereses en todos los países, pero las consecuencias del calentamiento global no eximirán a ninguno.
Uno de los desacuerdos más comunes es el reclamo de los países en desarrollo frente a los industrializados, cuyo crecimiento económico se ha basado en actividades económicas contaminantes. Ahora se preguntan por qué deben ellos abstenerse de contaminar, renunciando a vías rápidas para el desarrollo, mientras las naciones más ricas siguen contribuyendo al calentamiento global. En los países desarrollados, poderosos sectores se rehúsan a renunciar a lucrativos emprendimientos contaminantes y llegan al extremo de negar la existencia del fenómeno, bien documentado por la amplia mayoría de los científicos.
Los conflictos, aun descritos de forma tan sintética, permiten adivinar las dificultades interpuestas en el camino de los acuerdos, pero Figueres demostró la necesaria capacidad de negociación y el profundo entendimiento de la política internacional deseables en una secretaria general de las Naciones Unidas.
Nuestro país no fue el primero en contemplar la posibilidad de su candidatura. La prensa internacional ya la tiene entre las personas con méritos para aspirar al cargo. La revista Vogue la mencionó específicamente en esa condición y la reconocida Time la incluyó en su lista de las cien mujeres más influyentes del planeta.
La elección de Figueres sería una extraordinaria victoria para nuestro país, un verdadero motivo de celebración. La diplomacia costarricense debe empeñarse a fondo para promover la candidatura. Justo cuando hay conciencia de la necesidad de poner el alto cargo en manos de una mujer, Costa Rica tiene una aspirante de condiciones extraordinarias, ya bien probadas. El anuncio de la candidatura no pudo ser más oportuno.
Habrá competencia. Otros países han adelantado sus aspiraciones y entre las candidaturas hay diplomáticos de peso, entre ellos mujeres, pero las cualidades y experiencia de Figueres la destacan en el conjunto. Esa fortaleza se une al respeto internacional cultivado por Costa Rica a lo largo de décadas de compromiso con la paz, el desarme, los derechos humanos y el derecho internacional. Bien explotadas por la Cancillería, las ventajas de la candidatura costarricense podrían dar al país un motivo de celebración. Ojalá así sea.