El canciller Manuel González se queda corto, en buen ejercicio de la diplomacia, cuando dice que las crecientes relaciones militares entre Nicaragua y Rusia “no son señales positivas”. Por el contrario, esa cooperación bélica tienta a los peores demonios de una región centroamericana demasiado castigada por la guerra.
La compraventa de armamento pesado, como los veinte tanques T-72-B entregados a Managua hace meses, contribuye a romper el equilibrio en la región y siembra preocupaciones entre países vecinos. Otros treinta tanques están en camino y la compra no se justifica por la necesidad de combatir el narcotráfico y la delincuencia común.
La negociación puede llevar a otras naciones del área a gastar sus escasos recursos para procurar una equiparación casi siempre elusiva en el marco de una carrera armamentista. La propia Nicaragua no es un país con medios de sobra. La miseria, la falta de atención médica adecuada y otros flagelos sociales reclaman inversión.
Para Rusia, según analistas de la geopolítica, la cooperación con Nicaragua llena una necesidad estratégica. Moscú pretende restablecer su presencia en América Latina, muy disminuida después del colapso de la Unión Soviética. Ese objetivo guarda relación con la rivalidad entre Rusia y los Estados Unidos. Así lo han interpretado los norteamericanos, cuyo jefe del Comando Sur, almirante Kurt Tidd, declaró ante el Comité de Servicios Armados del Senado su inquietud por la venta de tanques y la desestabilización de la región.
Es mucho más difícil entender la lógica de Managua. Al sur, Nicaragua tiene a un vecino desarmado, siempre dispuesto a resolver las disputas fronterizas con apego al derecho internacional. Al norte, hay países con serios problemas internos. Nicaragua hace bien en preocuparse por impedir el paso de las maras y otras formas de delincuencia desde el triángulo norte de Centroamérica, pero los tanques rusos no son un medio útil para lograr esa contención y los ejércitos vecinos no plantean una amenaza.
Entre los opositores al gobierno sandinista de Daniel Ortega hay quienes temen otros propósitos detrás del armamentismo. El fortalecimiento del Ejército es una advertencia y un medio de inspirar temor a las fuerzas políticas contrarias al gobierno. El vínculo entre el sandinismo y las fuerzas armadas, firmemente establecido después del derrocamiento de Anastasio Somoza, nunca fue disuelto pese a los gobiernos elegidos de otros signos políticos.
Si algo gana Rusia, Nicaragua obtiene muy poco. Malgasta recursos, estimula el mismo desperdicio en países vecinos y aumenta la desconfianza. Fuera de Moscú, el único otro beneficiado podría ser un gobierno con claras inclinaciones autoritarias. Los deseos rusos de incrementar su influencia en la región están costando caro a Nicaragua.
La cooperación militar va más allá de la compraventa de armamento. El Ministerio de Defensa ruso difundió, a inicios de abril, noticias sobre ejercicios conjuntos con el Ejército nicaragüense. Los entrenamientos “tácticos” en el país vecino involucran fuerzas aerotransportadas y tienen el supuesto objetivo de enfrentar el terrorismo.
Frente al anuncio, cabe repetir la pregunta del canciller González: “¿En qué benefician a Nicaragua, en qué benefician a su gente y en qué benefician a la región?”. Nuevamente, las expresiones del canciller resultan cautas. No hay beneficios a la vista, pero los perjuicios son evidentes, comenzando por el desperdicio de recursos y la posibilidad de una carrera armamentista conducente a la guerra, si se le permite desbocarse.
Centroamérica necesita una carrera para alejarse del armamentismo. Países sumidos en la pobreza, con pocas disputas pendientes de resolver y capaces de acudir al derecho internacional para enfrentarlas no deberían permitir el gasto en armas, ni para hacer el juego a una potencia extranjera, ni para aumentar las amenazas, ya de por si formidables, contra la institucionalidad democrática.