El jueves se llevó a cabo en la ciudad de Cleveland una edición más del tradicional debate de los postulantes presidenciales, en esta oportunidad del Partido Republicano. En octubre, los demócratas tendrán su ejercicio correspondiente.
Los debates internos surgieron como una especie de antesala de los posteriores entre los respectivos aspirantes investidos ya por cada uno de los dos grandes partidos norteamericanos, antes de los comicios nacionales que esta vez serán en noviembre del 2016.
Para los estadounidenses, son un termómetro de lo que podría ocurrir el día de las elecciones.
Ha habido ocasiones en que candidatos de una tercera agrupación tienen oportunidad de estar también en el escenario, como ocurrió con el independiente Ross Perot en 1992.
El debate del jueves por la noche, de los diez precandidatos con mayores niveles en los sondeos, conllevó remitir a otros siete, con indicadores menores, a una ronda vespertina previa.
En la prueba principal hubo confirmaciones y revelaciones. Se confirmaron las altas calificaciones de precandidatos conocidos como Jeb Bush, Marcos Rubio, Ted Cruz y Chris Christie, y se perfilaron muy bien los gobernadores John Kasich (Ohio) y Scott Walker (Wisconsin). Entre los restantes, el provocador Donald Trump, ejecutivo multimillonario hoy a la cabeza de las encuestas, excedió las expectativas de los entendidos.
Trump, para empezar, acorraló a los tres hábiles moderadores del debate y en el curso de las preguntas dijo lo que quiso. Se negó a prometer no formar casa aparte del Partido Republicano. Repitió afirmaciones previas sobre la inmigración proveniente de México, la corrupción en ese país y lo que él considera torpeza del presidente Barack Obama con programas como “Obamacare”; además, ridiculizó las actuaciones de funcionarios de la administración.
Trump, asimismo, reiteró la iniciativa de construir un muro en la frontera de Estados Unidos con México. Los aplausos y las exclamaciones del público en el estadio de Cleveland fueron una indicación de la simpatía por las tesis del precandidato que, desde luego, necesita ser constatada por las encuestas. ¿Será Trump la reencarnación de Ross Perot?
Los debates entre los contendientes por la presidencia de Estados Unidos nacieron con la televisión. De hecho, el primer encuentro de esta naturaleza se celebró en 1960 entre el candidato republicano, el entonces vicepresidente Richard Nixon, y el aspirante y senador demócrata John F. Kennedy. Se confirmó entonces la diferente apreciación del público que vio el debate por la televisión con quienes solo leyeron los informes de prensa. Para los primeros triunfó Kennedy, para los segundos ganó Nixon. Las elecciones se definieron en forma ajustada: el 49,5 % para el republicano y el 49,7 % para el demócrata.
Aquella primera experiencia nutrió la tradición de los debates que posteriormente incluyeron los que llevan a cabo los precandidatos. Además, generó todo un campo publicitario relativo al manejo de imagen, de inmensa relevancia hoy y no solo para los aspirantes a posiciones políticas.
La gran incógnita en estos momentos concierne a cuánto durará la primacía de Trump en las encuestas. El mapa ofrece ejemplos de toda suerte de demagogos y populistas cuya gracia pronto se esfumó. Y resulta muy difícil siquiera concebir lo que sería una remotísima jefatura de Trump en Estados Unidos. Por cierto, tales augurios se acumulan también en torno a una eventual presidencia de la demócrata Hillary Clinton. Pero esto ya pertenece a otro capítulo.