La lluvia extrema que azotó la ciudad de San José y la Gran Área Metropolitana (GAM), la semana pasada, haciendo colapsar el sistema de tuberías y la circulación vial y peatonal durante horas, es un fenómeno natural que no puede evitarse. Lo que sí debería remediarse es la escasa coordinación entre instituciones para prevenir estas emergencias, tan antiguas y recurrentes como el invierno mismo, y la irresponsable actitud de los ciudadanos que atiborran aceras, calles y alcantarillas con basura.
Cada día, según estimaciones del Ministerio de Salud, los ticos lanzamos unas 300 toneladas de desechos sólidos al aire libre, una parte de las cuales satura los colectores pluviales y obliga a las municipalidades a realizar una inversión millonaria en cuadrillas de limpieza. Aunque la cifra total es mucho mayor, la Compañía Nacional de Fuerza y Luz (CNFL) recogió más de 500 toneladas de desperdicios en el 2014, tan solo en cuatro de sus plantas eléctricas.
Después de cada aguacero es fácil comprobar que en las alcantarillas desbordadas quedan nadando desde botellas y bolsas de plástico hasta ropa, zapatos y los más absurdos objetos, como muestras de nuestro poco ejemplar comportamiento.
El caso del barrio chino y de otros sectores populares de la capital, que se inundan con regularidad, es especialmente complejo debido a las bolsas de basura que pululan a merced de los indigentes, o que, aunque parezca mentira, son lanzadas desde un segundo piso, por los propios habitantes, sin importar que desparramen su contenido por el suelo y que lleguen al acueducto.
En los últimos 15 años, el costarricense duplicó la cantidad de basura que produce, la cual alcanza ahora un promedio de 5.735 toneladas métricas al día. Pero el hábito de la deposición inadecuada de residuos es el mismo de hace 50 años. Como declara el alcalde de Curridabat, Edgar Mora: “Una alcantarilla es como un gran basurero y se llena rápido. Limpiamos los 2.500 colectores del cantón unas cinco veces al año, pero pronto tienen desechos de nuevo”.
Con todo, las responsabilidades van mucho más allá de la incultura ciudadana. Desde su inauguración, en el 2013, el bulevar del barrio chino añade una característica a su fallido exotismo: es una zona de “inundación recurrente”, según la califica la Municipalidad de San José.
Después del reciente anegamiento, que impidió el paso por la avenida segunda y el barrio chino, el ayuntamiento descubrió que el sector se rebalsa debido a una acequia obstruida por tuberías de Acueductos y Alcantarillados (AyA). Si bien en materia de infraestructura los ticos estamos curados de espantos, y nada debería sorprendernos, no se entiende cómo es que esto no se previó cuando se construyeron los bulevares en la capital, en particular el que ahora se levanta sobre el antiguo paseo de los Estudiantes.
Una vez más, habría que cuestionarse sobre los resultados de obras de infraestructura cosméticas que no resuelven los problemas más urgentes de la población. El alcantarillado del centro de San José y de las principales ciudades de la GAM presenta una antigüedad de más de 50 años, ya agotó su vida útil y exige una planificación rigurosa de los recursos públicos.
A pesar del costoso Programa de Mejoramiento Ambiental de San José, el plan de Reducción de Agua No Controlada (RANC) y otros proyectos estratégicos para AyA, llevados a cabo desde el 2010, la modernización del alcantarillado urbano es lento y representa una inversión multimillonaria que el país está lejos de cumplir a corto plazo.
El mismo AyA ha admitido que no cuenta con un catastro actualizado de toda la tubería metropolitana, de hierro fundido o latón, mucha de la cual está corroída e inestable debido al desordenado desarrollo urbano y el creciente tránsito vehicular.
Las inundaciones recientes, que son el resultado de una acumulación de problemas heredados del pasado, pero también de la desarticulación actual, nos recuerdan un problema urbano de grandes proporciones que no debemos dejar para el próximo invierno.