Editorial

Manifestación política

La incoherencia de la protesta del lunes y la dispersión de sus reclamos no son características de las manifestaciones sindicales

La manifestación convocada por los sindicatos, fiel al patrón de protestas recientes, invitó a expresar enojo por una amplia gama de temas inconexos. El cobro del marchamo para las motocicletas, la tarifa eléctrica residencial, el presupuesto para la educación y la todavía inexistente reforma tributaria hicieron causa común en las calles de San José, pero ninguna de ellas convocó multitudes.

Como en otras oportunidades, los organizadores, inseguros de la capacidad de convocatoria individual, probaron la posibilidad de sumar descontentos para atraer manifestantes. Como en otras oportunidades, no lo consiguieron. Lograron, eso sí, estorbar el tránsito y afectar, en algún grado, la prestación de servicios estatales. Para eso no hace falta mucha gente.

El conglomerado de elementos disímiles y desarticulados no podía aspirar a transmitir y fijar en la mente de los espectadores un mensaje concreto, relacionado con reivindicaciones específicas. A fin de cuentas, resulta difícil discernir el propósito de la marcha.

En la propuesta cabe todo, con el único requisito del descontento. Quizá por eso, uno de los organizadores solo atinó a señalar que el problema de fondo es “la clase política”. Así de difusa es la razón última de la protesta y así de amplia la invitación a participar. Tanto abarca la protesta que es poco lo que aprieta.

Eliécer Castro, un jardinero de Desamparados, lo percibió con singular perspicacia: “No saben ni qué quieren. Solo unidos pueden hacer algo, pero disparando para todo lado”.

La incoherencia del movimiento y la dispersión de los reclamos no son características de las manifestaciones sindicales, por lo general convocadas con agendas específicas, de especial interés para las organizaciones participantes. La protesta del lunes más parece motivada por intereses políticos, en el sentido estrecho de la palabra.

Las declaraciones de una de las principales organizadoras ilustra el punto: “Son muchos los problemas y por eso estamos con diferentes luchas, pero, si quiere saber cuál es el único problema de este país, es Liberación Nacional”. La confesión apunta, pues, a objetivos bien distintos de los proclamados en la convocatoria. Se trata de un movimiento partidista o, cuando menos, contrario a determinado partido político. Por eso, cualquier motivo de enojo es bueno y ninguno es importante en particular.

Si un pequeño grupo de motociclistas reclama pólizas baratas, no obstante el mínimo aumento en el costo del seguro obligatorio y la rebaja en otros rubros del marchamo, que los deja pagando prácticamente lo mismo, bienvenidos a la protesta. Igual de válido es manifestarse contra impuestos que ni siquiera han sido planteados, o salir a la calle, con la camisa amarilla del ICE, no para exigir una reivindicación específica de los trabajadores sindicalizados de la institución, sino una rebaja generalizada de la tarifa eléctrica residencial.

Ni el marchamo de las motos, ni los inexistentes aumentos de la carga impositiva ni el costo de la electricidad son la causa última de la protesta. El problema es el partido de gobierno. Nada habría de malo en manifestarse contra él, pero, en ese caso, la convocatoria podría ser mucho más sincera, de forma que los participantes sepan, en verdad, contra qué están protestando.

El país también tiene derecho a saberlo con claridad, porque sufre las consecuencias del congestionamiento vial y la interrupción de la prestación de servicios. Esos efectos seguramente no tendrán la misma consideración de la opinión pública, si son creados por el legítimo ejercicio de derechos sindicales o si son consecuencia de la deliberada persecución de determinados objetivos políticos y electorales. En ese sentido, es preciso agradecer la franqueza de la citada organizadora de la marcha.

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