Pese a las declaraciones del presidente Donald Trump, Estados Unidos sigue adherido al Acuerdo de París sobre cambio climático, pero su permanencia no implica respeto a los compromisos adquiridos. La orden ejecutiva firmada el lunes por el mandatario para dar marcha atrás a una buena parte del legado ambiental de Barack Obama impedirá alcanzar las metas establecidas en el convenio.
El cambio no solo disminuye el aporte de los estadounidenses a la lucha contra el cambio climático. Las actitudes de una nación tan influyente, hogar de buena parte de la investigación científica sobre el fenómeno y, al mismo tiempo, dueña de un desarrollo industrial que contribuyó de manera desproporcionada a crear el problema, ofrece una excusa o licencia a otros países para no hacer su parte. El impacto del incumplimiento estadounidense es, en consecuencia, todavía mayor.
La orden de Trump exige a la Agencia de Protección del Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés) desmantelar el Plan de Energía Limpia de la administración pasada a cuyo tenor habrían cerrado cientos de generadores de electricidad alimentados por carbón. El plan también congelaba la construcción de nuevas plantas de ese tipo y llamaba a reemplazarlas por medios limpios de generación, como las instalaciones solares y eólicas.
Estados Unidos, el segundo país más contaminante del planeta y el primero per cápita, se comprometió a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 26% en relación con los niveles registrados en el 2005. El cumplimiento de esa meta fue fijado para el 2025, pero no será posible sin las regulaciones del Plan de Energía Limpia y otras medidas cuyo relajamiento preocupa a la comunidad internacional, incluidas las metas de eficiencia fijadas para los vehículos y la moratoria contra la apertura de nuevas minas de carbón en tierras estatales.
El Plan de Energía Limpia fue esgrimido como argumento por Obama, en el 2014, para convencer al presidente chino Xi Jinping de comprometerse a combatir las emisiones contaminantes. Vencida la resistencia china en aquel momento, el camino quedó despejado para sumar a la gran potencia asiática al convenio firmado en París en el 2015.
Ahora, los papeles se invirtieron y China promete seguir adelante, aun sin la esperada participación de los Estados Unidos. Otros grandes participantes, como la India, tampoco han dado muestras de contemplar un retroceso. El empeño de esas naciones es una esperanza y Costa Rica, desde sus modestas dimensiones, debe hacer cuanto esté a su alcance para estimularlo. En especial, nuestro país no debe dudar sobre la importancia de sumarse a los mejores ejemplos.
Estados Unidos, aparte de crear graves riesgos para el planeta, se pone en peligro de dejar a otros la delantera en el desarrollo y adopción de fuentes de energía que, en el futuro, podría ser más ventajosas para la economía, además de beneficiar al ambiente. En los propios Estados Unidos, la generación eléctrica con carbón deberá enfrentarse contra la producción solar y eólica, cada vez más competitiva.
El desmantelamiento del legado ambiental de Obama tardará mucho tiempo y será disputado a cada paso en estrados judiciales. Varios estados de la unión, incluidos los formidables Nueva York y California, anuncian resistencia al relajamiento de las regulaciones contra el cambio climático. No obstante, la incertidumbre introducida por el giro de la administración Trump podría tener efectos lamentables para una lucha que, como bien dijo en Suiza el presidente de China, se libra en favor de las futuras generaciones.