La Casa Blanca anunció el jueves los planes del presidente Barack Obama para visitar Cuba en marzo próximo. La histórica visita es apenas la segunda de un mandatario estadounidense a la Isla. El primero fue Calvin Coolidge, en 1928 y en circunstancias muy diferentes. Las dimensiones del viaje de Obama se agigantan transcurridas más de cinco décadas de graves tensiones entre los dos países.
El propósito de la gira, conforme explicaron fuentes oficiales de la presidencia en Washington, es destrabar las reformas políticas y económicas acordadas con el secretario de Estado, John Kerry, el año pasado.
Otro vocero de la administración subrayó el deseo del presidente Obama de impulsar la democratización en Cuba. Así, el mandatario estadounidense tendría más razones para incluir la apertura hacia la Isla en el inventario de su herencia cuando concluya, en enero próximo, su segundo y último periodo constitucional.
Pero el camino hacia la instauración de una democracia en Cuba ni siquiera se vislumbra. Para ser más precisos, el pluralismo económico y político no ha dejado de ser una débil esperanza del pueblo cubano, ayuno todavía de las transformaciones prometidas.
La situación ha sido denunciada por un sinnúmero de observadores internacionales. Quizás las censuras más sonoras provienen del Capitolio, en Washington, donde la falta de progreso en Cuba socava las más ardorosas defensas de la política de la Casa Blanca.
Esto no quiere decir que los gobernantes de La Habana renuncien a las ventajas del comercio y la inversión. Todo lo contrario. Las esperan, al parecer, sin ceder un milímetro en su inclinación por el poder absoluto. Ni un paso atrás parece ser la obligada doctrina de los dirigentes del régimen.
Como ocurre con las dictaduras en los cuatro rincones del planeta, la libertad de expresión no existe en Cuba. Organismos internacionales independientes han denunciado que miles de cubanos han conocido los calabozos y otros muchos sufrieron agresiones por el simple hecho de disentir. Aunque la Casa Blanca ha manifestado que el presidente Obama se reunirá con disidentes durante su gira por Cuba, es importante observar lo que suceda el día después a los activistas de los derechos humanos.
En días recientes, Obama manifestó su interés por el trato dispensado a ciudadanos que no comparten la ideología de los dirigentes castristas. Reafirmó en algunas reuniones en Washington que si hubiese testimonio de maltratos y golpes propinados por agentes policiales a los inconformes, suspendería de inmediato su gira.
Los excesos de las autoridades y la persecución a los disidentes han sido características permanentes del régimen cubano. Obama hace bien en advertir su indisposición a tolerar esas prácticas en los días anteriores a su visita y durante el viaje. Más importante aún es no tolerarlas después y condicionar el grado de la apertura al respeto a los derechos humanos y las libertades básicas.
La apertura diplomática y económica conlleva la esperanza de una transición en la Isla, asfixiada por crecientes presiones económicas, en particular la disminución del apoyo proporcionado por Venezuela y las divisas provenientes de su riqueza petrolera. La transformación es el objetivo último y el presidente hace bien en recordarlo.
Los países democráticos y los defensores de los derechos humanos no deben cejar en la investigación ni en la denuncia de los excesos autoritarios, y el presidente Obama debe aprovechar su visita para abogar por el desenlace que él, como defensor de los derechos humanos, esperaría de una transición política en Cuba.