El año llega a su fin con dos conflictos de gran impacto geopolítico en su apogeo en Ucrania y el Cercano Oriente, otro cada vez más posible en la península coreana y Asia oriental, y crecientes riesgos alrededor de Taiwán. Los cuatro tienen interconexiones —por actores, visiones, pulsos de poder e intereses geopolíticos y geoeconómicos— y amenazan con agravarse en el 2024.
El viernes, Rusia lanzó una masiva lluvia de drones y varios tipos de misiles —algunos desde aviones— sobre varias ciudades de Ucrania. Fue, de acuerdo con el jefe de la Fuerza Aérea de este país, el mayor ataque de esta clase desde el comienzo de la guerra, el 24 de febrero del 2022. No existió discriminación alguna entre blancos militares y civiles. Según cifras preliminares, unas 23 personas murieron y más de 130 resultaron heridas.
El martes, Ucrania se anotó un gran éxito al dañar considerablemente una nave de guerra rusa anclada en un puerto de Crimea, como parte de eficaces ataques a la flota en el mar Negro; sin embargo, su ofensiva terrestre ha sido poco eficaz. Todo indica que, en los próximos meses, cuando las operaciones sobre el terreno prácticamente se detengan debido al invierno, Moscú seguirá acudiendo a ofensivas aéreas. Mientras, la ayuda militar de Europa y Estados Unidos a Kiev está en un peligroso impasse que, de no superarse pronto, pondría a Ucrania en una situación de alto riesgo.
El miércoles, Israel empezó operaciones de combate en la parte central de la Franja de Gaza, dos días después de que el primer ministro, Benjamin Netanyahu, en una visita a la zona, anunció la continuación de la ofensiva general, emprendida como represalia por la arremetida de Hamás contra la población israelí el 7 de octubre. Este sorpresivo y brutal ataque causó 1.200 muertes y derivó en la captura de más de un centenar de rehenes, algunos de los cuales siguen en manos del grupo terrorista. El número de gazatíes fallecidos por la acción israelí ya supera los 20.000, según datos del Ministerio de Salud palestino, y los desplazados, alrededor de dos millones.
Con tan altos costos en vidas y destrucción, sin una estrategia de salida y, menos aún, sin un plan político para impulsar tras el fin de la ofensiva, Israel enfrenta un creciente rechazo internacional. Además, los riesgos de un conflicto regional son evidentes. Irán utiliza a la milicia Hizbulá, establecida en el Líbano, y a los rebeldes hutíes, en Yemen, para acciones militares contra el norte de Israel y el tránsito marítimo por el mar Rojo, respectivamente. Hace pocos días, un general iraní activo en Siria fue ultimado por un ataque aéreo que Teherán atribuye a Israel. El jueves, Benny Gantz, miembro de su “gabinete de guerra”, amenazó con incrementar las acciones militares contra Hizbulá, a menos que cese sus ataques.
A mediados de este mes, Corea del Norte lanzó un misil balístico de largo alcance, capaz de portar una pequeña ojiva nuclear, que cayó en aguas cercanas a Japón y Corea del Sur. Por esos mismos días, la Agencia Internacional de Energía Atómica reportó la entrada en operación de un nuevo reactor nuclear norcoreano, con el potencial de enriquecer uranio para su creciente arsenal.
El 13 de enero, Taiwán celebrará elecciones presidenciales y legislativas. Con tres candidatos y una diferencia poco significativa entre los dos primeros, el resultado es impredecible, pero es seguro que si gana Lai Ching-te, del Partido Democrático Progresista —de gobierno y más adverso a China—, quien por ahora va a la cabeza, Pekín aumentará sus presiones sobre la isla que define como propia, se exacerbarán las tensiones y el riesgo de choques armados.
No son estas las únicas crisis que sacuden al mundo, pero sí las que, por el momento, tienen el mayor potencial de disrupción. Abordarlas de manera integral y responsable es en extremo difícil, sobre todo, para las potencias democráticas. En este contexto, el espectro de que Donald Trump sea candidato y gane las elecciones del próximo noviembre surge como otro gran factor de inquietud. Por sus antecedentes aislacionistas, transaccionales y arbitrarios, su posible ascensión a la presidencia es un riesgo que, de materializarse, generará aún más alteración. El panorama global, por desgracia, no había sido tan turbulento desde el fin de la Guerra Fría.