El triunfo de Daniel Noboa en la segunda vuelta electoral de Ecuador, celebrada el domingo, merece ser celebrado por varias razones. Se relacionan con la salud democrática del país y con las posibilidades de que, en medio de retos enormes, pueda tomar una ruta sensata para afrontarlos de la mejor forma. Nada garantiza su éxito.
Los factores en contra son muchos. Su período apenas será de 15 meses, para completar el mandato del presidente Guillermo Lasso; su partido, Alianza Democrática Nacional (ADN), apenas cuenta con 14 de 137 diputados; y la oposición dura de Revolución Ciudadana (RC), con 52, es la principal fuerza legislativa; además, la profundidad y urgencia de los problemas nacionales, entre ellos la creciente inseguridad, la pobreza, exclusión y débil crecimiento, conforman un panorama en extremo complejo. La esperanza, sin embargo, es que, con su liderazgo en el Ejecutivo, y de la mano de un buen programa, se pueda emprender un camino adecuado para conjurar la crisis actual y abrir oportunidades de mejora.
La elección de quien con 35 años será el presidente más joven en la historia ecuatoriana refleja un deseo de renovación de la dinámica y anclajes políticos del país. Si bien su padre, el multimillonario Álvaro Noboa, hizo cinco infructuosos intentos de obtener ese cargo, Daniel se distanció claramente de su pesada carga y apostó por un mensaje de cambio y esperanza con realismo y sensatez. Su imagen fresca y propuestas atractivas lo catapultaron de un lugar marginal en las encuestas previas a la primera vuelta, el 20 de agosto, a ser el segundo más votado en ese proceso, con un 22,47 %, frente al 33,61 % de la izquierdista Luisa González, de RC.
El asesinato del candidato anticorrupción Fernando Villavicencio, apenas diez días antes de esta ronda, reflejó con crudo dramatismo la aguda crisis de inseguridad y también replanteó las preferencias generales por las candidaturas. Esto sin duda benefició a Noboa, quien logró diferenciarse lo suficiente de casi todos los demás, y subir lo necesario para llegar al balotaje. Su triunfo resulta estimulante por las razones ya expuestas, pero también porque, al derrotar a González, el joven presidente electo propinó un fuerte golpe al padrino político de esta, el expresidente izquierdista autocrático Rafael Correa (2007-2017).
Correa vive exiliado en Bélgica para evitar comparecer ante la justicia ecuatoriana, y cometió el error de definir las elecciones no solo como una lógica disputa entre propuestas y candidatos, sino también como una oportunidad para reivindicarse. Su fracaso es más que bienvenido, sobre todo si, tras él, se logra diluir la sombra que tanto ha distorsionado y polarizado la política nacional.
Tras la toma de posesión, a mediados de diciembre, el repertorio de retos al que deberá enfrentarse Noboa es monumental. Llegar a acuerdos políticos con otros partidos será indispensable como punto de partida para avanzar en su agenda. De esta, el clamor por mayor seguridad de los ciudadanos deberá estar en primer lugar. En cuatro años, la cifra de homicidios en Ecuador, con 18 millones de habitantes, se cuadruplicó. En el 2022 llegó a 4.800, y en los primeros seis meses de este a 3.500. Las cárceles se han convertido en epicentros de la violencia y el narcotráfico ha virtualmente capturado varias poblaciones y territorios.
El déficit fiscal ha subido aceleradamente, la elevada deuda pública enfrenta tasas de interés al alza, se pronostica que la economía —muy dependiente de los hidrocarburos y productos marinos— apenas crecerá un 1,8 % este año y 4,5 millones de personas apenas reciben ingresos equivalentes a tres dólares diarios. Además, el desengaño con las instituciones es marcado: de cada diez personas consultadas en una reciente encuesta, nueve se mostraron pesimistas por el futuro y solo dos dijeron confiar en el Estado.
Noboa plantea, en lo socioeconómico, impulsar las inversiones, mejorar el clima de negocios, desarrollar programas de empleo centrados en la juventud y políticas de apoyo social ordenadas y sostenibles. Son excelentes propuestas, pero con efecto no inmediato y que requerirán apoyo político. Por esto, el desafío de la inseguridad constituye su primera prueba de fuego.
Si logra algunos éxitos inmediatos y crea las condiciones para avanzar en aspectos estructurales, el país ganará mucho, y sus posibilidades de ser reelegido tras cumplir con su corto mandato serán muchas. Del partido Revolución Ciudadana solo puede esperarse una oposición visceral, pero es posible que otros, más responsables, se sumen a impulsar cambios necesarios. La apuesta es difícil, pero no imposible. Le deseamos suerte.