Muy pocos se atreven a llamarla por su nombre, pero lo cierto es que Rusia ha invadido Ucrania y, con su acción, pretende alcanzar dos objetivos igualmente perversos y contrarios al derecho internacional. Uno es garantizarse una vía de acceso terrestre a la península de Crimea, la cual anexó a su territorio sin empacho alguno en marzo pasado. El otro es imponer al Gobierno ucraniano la “autonomía” de varias provincias al este del país, donde ha impulsado y armado el separatismo de la población de origen ruso. Esto implicaría su virtual control desde Moscú y una tutela inaceptable para cualquier país soberano.
Como corolario de todo lo anterior, el presidente Vladimir Putin ha reiterado, mediante hechos consumados, su concepción de que los intereses geopolíticos rusos son incompatibles con la verdadera soberanía de los países que antes pertenecieron a la desaparecida Unión Soviética. Para lograrlo, está dispuesto a ir más allá de las presiones diplomáticas y el ahogo económico, y acudir al uso abierto de la fuerza.
Al llegar a Bruselas, el sábado, para participar en una reunión de los líderes de la Unión Europea (UE), la presidenta de Lituania, Dalia Grybauskaite, describió la situación en términos tan dramáticos como acertados: Rusia, dijo, se ha involucrado en “un estado de guerra contra Ucrania” y contra los países que desean mayor cercanía a la UE, lo cual implica, en la práctica, “que Rusia se encuentra en un estado de guerra contra Europa”. Nosotros añadimos que esta agresión se extiende contra los principios básicos del derecho internacional y la convivencia entre Estados soberanos.
Frente a esta agresión, el mundo en general, pero Estados Unidos y la UE en particular, debe reaccionar con mayor energía que la demostrada hasta ahora. La cumbre europea en Bruselas decidió pedir a su Comisión alistar un paquete de nuevas sanciones, que serán aplicadas contra Moscú si, antes del próximo fin de semana, no da marcha atrás en su intervención militar. Algo similar está preparando Estados Unidos. Por su parte, voceros de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) han anunciado el establecimiento de una “fuerza de reacción inmediata” capaz de ser desplegada con rapidez en Europa oriental, un claro mensaje sobre su disposición a defender los países de esta zona que forman parte de la alianza militar.
Sin embargo, nada de lo anterior ha detenido a Putin en su escalada militar, que cada vez es más abierta. El lunes, el ministro de Defensa ucraniano dijo que su magnitud no tenía equivalente en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Nos tememos que puede tener razón.
El conflicto en los Balcanes, durante la última década del siglo pasado, generó más de 200.000 víctimas y no ha tenido parangón en la perversidad de los asesinatos de civiles y las brutales campañas de limpieza étnica. Indirectamente, Rusia contribuyó a ellas, con su apoyo indiscriminado a Serbia; sin embargo, nunca intervino directamente. En agosto del 2008, se produjo la breve guerra entre Rusia y Georgia por los territorios de Abjasia y Osetia del Sur, que condujo a su separación de este país y su transformación en “repúblicas” dominadas por Moscú. En este caso, el detonante fue una imprudente acción de “recuperación” de Osetia ordenada por el presidente georgiano, que brindó la coartada perfecta para la ofensiva rusa. Ahora asistimos a una crisis con características muy distintas: una invasión directa, con gran despliegue de equipos y un sorprendente cinismo de Putin para tratar de imponer su voluntad.
En medio de esta situación, no solo son necesarias nuevas sanciones de Europa, Estados Unidos y –ojalá—otras potencias. Se imponen medidas aún más severas, como un embargo total e inmediato a la venta de armas y equipos militares, que incluya la cancelación de contratos ya suscritos. Hasta ahora, con una miopía que sorprende, Francia se ha opuesto a esta opción, porque afectaría su venta a Rusia de un portahelicópteros por $1.600 millones.
El mundo debe tener muy claro que la invasión rusa de Ucrania está generando consecuencias no solo para la integridad de ese país y la estabilidad de Europa, sino para el entramado mismo del precario orden internacional. Por esto, es necesario frenarla con todos los recursos razonables posibles, antes de que resulte demasiado tarde y la opción sea o una reacción militar directa de Occidente, o la aceptación de que Moscú tiene carta blanca para imponer su voluntad sobre los países y pueblos vecinos.