En la clausura de la reunión plenaria del Partido Comunista de Cuba, el martes 19 de abril, Fidel Castro manifestó que posiblemente sería la última ocasión en que comparecería en ese foro. Citó su avanzada edad, 89 años, y sus enfermedades como las principales causas para el retiro. No faltó, sin embargo, su instancia al partido para mantener incólumes su ideario comunista y su visión del futuro.
El tono y contenido de su mensaje testamentario dibujó una Cuba inamovible de su destino marxista. Acorde con esa línea, no hubo realmente cambios en la estructura del partido, en particular en la cúpula, integrada por comunistas de la vieja guardia liderados por Raúl Castro y su inmediato subalterno y sucesor, José Ramón Machado Ventura.
De esa manera, ajeno al derrumbe del comunismo en el mundo, el viejo comandante guerrillero que lideró la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista apareció en el plenario de su organización política para subrayar la fe y el dogma del partido único en Cuba. Ese divorcio entre el mundo real y el microcosmos cubano marca el destino de Castro y sus ideas.
Como personaje del cine, Castro evoca a Norma Desmond, la anciana y otrora estrella del cine mudo, quien, finalmente, desquiciada ante las transformaciones tecnológicas del celuloide, sucumbe y acaba en el sepulcro. Esa es la imagen de Fidel. Sus increpaciones incesantes a las autoridades de la educación para imprimir en las mentes de niños, adolescentes y estudiantes universitarios los dogmas comunistas de nada sirvieron, ni servirán, ante las realidades del mundo actual.
La reciente apertura de las relaciones de Cuba con Washington es un hilo conductor que inevitablemente derribará muchas de las murallas erigidas por La Habana. Como un ejemplo, la cantidad de cubanos que emigran a Miami y otros destinos crece cada día, al punto de crear verdaderas crisis migratorias, como la sufrida por Costa Rica y sus naciones vecinas. Y la educación, la férrea estructura llamada a asegurar nuevas mentes a los dogmas del castrismo, se cae a pedazos ante el empuje imparable de las ideas libertarias y el afán de las juventudes por adentrarse en las nuevas sendas de la modernidad científica.
El sistema exige especializaciones conforme a las necesidades de la cúpula política, cual es el caso de la medicina. Legiones de médicos cubanos se extienden hoy a lo largo y ancho del planeta, en el Caribe y Suramérica, en África y Asia, y en cuanto destino decida el “politburó” habanero. Los maestros cubanos pasan por un fenómeno parecido en el exterior. El deporte y el arte, distintivos de la cultura tradicional cubana, también desempeñan su papel a favor de los intereses del régimen.
Pero el gobierno de Cuba reprime en pro de sus intereses otras manifestaciones de la cultura y la modernidad. La Internet, para citar un ejemplo, es escasa y los medios de comunicación hacen poco para informar al pueblo desde distintos puntos de vista y en forma comprensiva, libre de censura. La modernidad milita contra la educación dictada por la burocracia política y está destinada a vencer para recuperar la libertad y prosperidad que el sufrido pueblo cubano demanda y merece.
La inteligente política del presidente Barack Obama no solo promete privar a la dictadura cubana de una causa popular entre los países del continente y un puntal para mantener la mentalidad de asedio al interior de la Isla, sino que abre una ventana a la realidad externa desde la cual los cubanos podrán contemplar alternativas para su país, más allá de la insistencia en la gastada y fracasada fórmula del castrismo.