La Cadena Caracol, prestigiosa empresa colombiana de radio y televisión, “estaría negociando la adquisición del Grupo Nación, de Costa Rica”, informó una publicación electrónica difundida en nuestro país. La noticia sería importante si fuera cierta. Es mentira y apenas valdría la pena comentarla si no fuera por la oportunidad de señalar la mala práctica periodística, de la cual la noticia en cuestión podría ser un caso de estudio.
La nota no cita fuentes. Para disimular su ausencia, la “noticia” dice que la información “trascendió en fuentes financieras de Bogotá”, según datos enviados a la publicación electrónica costarricense. Los responsables tampoco se sienten obligados a revelar quién les mandó la información ni a describir, siquiera de manera aproximada, la ubicación o jerarquía de las “fuentes financieras” citadas.
En el periodismo moderno, el uso de las “fuentes ciegas” o anónimas se restringe a situaciones muy específicas, cuando revelar la identidad pueda causar daño al informante, y la noticia reviste innegable interés público. En ningún caso se debe dar a la fuente confidencial licencia para atacar a un tercero al abrigo del anonimato, y el periodista está obligado, ante todo, a intentar por otros medios la confirmación de los datos obtenidos confidencialmente. La fuente es parte de la información, y una noticia siempre estará incompleta cuando carece de ella.
Si no consigue acreditar la información por medios que puedan ser citados, el periodista debe valorar si el interés público justifica el uso de un instrumento tan riesgoso como la fuente ciega. Luego, debe valorar a la fuente, sus motivaciones y jerarquía. La Nación rara vez utiliza fuentes confidenciales en informaciones de fondo, pero, cuando lo hace, exige al menos dos fuentes de esa naturaleza, totalmente coincidentes entre sí e independientes una de la otra. Esa valoración la debe hacer el periodista en conjunto con su editor. Es una medida común en la mejor prensa del mundo. Cuando no hay más remedio y es indispensable utilizar fuentes anónimas, es obligatorio intentar describirlas hasta donde sea posible, sin revelar su identidad.
La mencionada publicación electrónica no parece conocer las normas descritas y más bien confiesa, con conmovedora ingenuidad, no haber tenido contacto con fuente alguna. No hablaron con las “fuentes financieras de Bogotá”, sino que alguien les “envió” la noticia. Es un presunto tercero quien tuvo contacto con las supuestas fuentes.
El medio difusor de la falsa noticia tampoco muestra preocupación por la equidad, conocida entre los periodistas profesionales como el “fairness”, tomando prestado el término del inglés. Es una norma básica, sobre la cual hay consenso en la profesión. Consiste en la obligación de dar oportunidad a la parte aludida de hacer su descargo en la misma publicación. Si el lector revisa este ejemplar de La Nación, encontrará una buena cantidad de ejemplos.
La publicación electrónica no hizo esfuerzo alguno por conocer la versión de la empresa. Quizá para disimular la omisión, la nota afirma: “Sobre las negociaciones, según expertos, puede pesar un acuerdo de confidencialidad entre las partes, y por eso se guarda silencio en torno al trato”.
No revela el nombre de los “expertos”, pero tampoco tiene empacho en divulgar sus suposiciones. Aquí ya no hay siquiera una pretensión de comunicar hechos, sino la presunción de “expertos” anónimos sobre la posibilidad de un pacto de silencio que “puede pesar” sobre las supuestas negociaciones.
Se cierra así el círculo perfecto de la falsedad: Alguien envió al medio electrónico costarricense versiones trascendidas en anónimas “fuentes financieras de Bogotá”, y el Grupo Nación –jamás consultado– guarda silencio sobre ellas porque “expertos” no identificados suponen la posibilidad de un pacto de confidencialidad. ¡La noticia no puede ser desmentida! Este editorial, dirán los teóricos de la conspiración, es un esfuerzo por serle fiel al supuesto pacto de confidencialidad.
Con esa clase de periodismo, quedamos a la espera de la noticia, por ejemplo, del acoso sexual perpetrado por un prominente político cuya víctima no identificada rehúsa confirmarlo porque, según expertos anónimos, puede pesar sobre ella el temor a represalias, todo de conformidad con datos enviados a la publicación electrónica por alguien que de alguna forma conoció la información trascendida en círculos políticos de San José.
Para salpimentar la “noticia” sobre Grupo Nación, la publicación electrónica abunda en sus motivaciones y consecuencias. La inexistente transacción es una “alianza neoliberal” entre cuyos propósitos figura reestructurar los medios de comunicación de la empresa para “cancelar 450 plazas” y recontratar al personal con pago del salario mínimo. Además, dice la publicación, los contratos laborales “serían” renovados cada tres meses.
Para ninguna de esas afirmaciones, sobra decirlo, hay fuentes ni se procuró la reacción de la empresa. Grupo Nación es una compañía vanguardista en el diseño de beneficios para sus empleados. Hay programas de becas, consultorio médico, entretenimiento, alimentación subsidiada, odontología, salud, pensiones complementarias y participación en las utilidades anuales, para mencionar algunas ventajas, ojalá también existentes en el medio electrónico difusor de la falsa noticia.
Las acciones del Grupo Nación se transan en la Bolsa Nacional de Valores. Cualquier interesado puede enterarse de las transacciones, públicas y transparentes. Ningún grupo extranjero, o nacional, está comprando la empresa. Existe un proceso de reestructuración diseñado en torno a las habilidades desarrolladas en diversas áreas, con el fin de ampliar la gama de negocios y aprovechar mejor los recursos disponibles.
Para distribuir sus productos, por ejemplo, la empresa ha desarrollado una amplia red nacional que podría ser utilizada para llevar otros bienes al mercado. Lo mismo puede decirse de nuestras aptitudes en el ámbito del mercadeo. A ese proceso se le ha llamado “Metamorfosis”, y es totalmente independiente de otro, ejecutado al mismo tiempo, cuya intención es integrar las redacciones de los productos editoriales, conservando la personalidad de cada uno de ellos, pero permitiéndoles compartir recursos y aprovechar sinergias. El cambio también tiene el propósito de fortalecer la proyección de los medios del grupo en las plataformas digitales, como pronto podrán constatarlo los lectores.
En el proceso habrá ajustes de personal, como se le ha comunicado con toda claridad a la comunidad del Grupo Nación, pero nada parecido a lo falsamente informado. En algunas áreas habrá reducción de plazas, en otras, nuevas contrataciones. Habrá reubicación de recursos humanos existentes cuando sea necesario. Esos ajustes no son la finalidad de Metamorfosis, sino la reestructuración del negocio.
Hay una norma periodística más: el pacto de confidencialidad se rompe cuando el periodista se da cuenta de que ha sido manipulado con datos falsos e interesados. ¿Revelará la publicación digital, cuando el tiempo le dé el desmentido, la identidad del proveedor de la falsa información?