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Adiós, don Mario

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A fines de la década del ochenta, mi hermano Miguel me regaló un set plástico de damas chinas y ajedrez. El primer juego lo conocía, el segundo no; pero la fijación con esas figuras casi mitológicas de reyes, reinas, peones, alfiles, caballos y torres fue inmediata. Otro hermano, Juan Rafael, me enseñó a mover las piezas con la advertencia de que él nunca jugaría conmigo, porque no tenía paciencia.








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