En torno a la presentación de los planes para reducir la pobreza de la administración Solís Rivera ha resurgido un debate que pareciera interminable. De un lado, quienes ponen el énfasis en el desarrollo de políticas sociales sólidas y eficientes; del otro lado, quienes aseguran que la intervención del Estado es inútil y hasta negativa, y que solo un buen clima económico creador de empleo puede reducir la pobreza.
Lo cierto es que existe información acumulada suficiente para superar esta disyuntiva.
Durante los últimos dos decenios se ha adquirido experiencia acerca de que las políticas públicas no consiguen reducir la pobreza en un mal clima económico, y que pese a ello sí es posible el crecimiento económico sin reducción de la pobreza.
De hecho, durante los años ochenta y noventa del siglo pasado se puso en evidencia que la idea del “goteo” o del “derrame” para reducir la pobreza desde el crecimiento económico era una completa quimera. Insistir en esa solución mercantilista es persistir en el error.
Sin embargo, hace tiempo que los defensores de las políticas contra la pobreza hemos tenido que rendirnos a la evidencia de que la acción pública no resuelve el problema por sí misma.
Tendencia. Según varios estudios, entre los que se encuentra el que produjimos un grupo de profesionales para el Centro de Estudios Democráticos de América Latina (Cedal) sobre desigualdad y pobreza en Costa Rica, es observable empíricamente que cuando se han producido reducciones sensibles de la pobreza (es necesario recordar que en 1990 todavía se situaba en torno al 30% de la población), ello ha sido producto de la conjunción de los dos factores: buen clima económico y políticas públicas potentes.
Más aún, pueden advertirse los siguientes comportamientos: cuando solo hay crecimiento económico sin políticas consistentes contra la pobreza, esta se reduce muy levemente; cuando hay fuertes políticas y mal clima económico, la acción pública apenas logra mantener las cifras existentes de pobreza; cuando hay mal clima económico y la acción pública es débil, la pobreza aumenta claramente. Solo cuando hay buen clima económico y sólidas políticas de combate a la pobreza es que esta disminuye sensiblemente.
En otras palabras, el crecimiento económico es necesario pero no suficiente. Y, asimismo, se requiere de acción pública eficiente contra la pobreza (al menos hasta que quede reducida a su mínima expresión), para que cuando haya crecimiento económico se logre un impacto directo sobre la pobreza y, cuando haya mal clima económico, sea el escudo que proteja a los menos favorecidos de los efectos de una crisis.
Buena economía y buenas políticas sociales. No hay que elegir entre ambas, las dos son necesarias. Esa es la verdadera clave.
La autora es exviceministra de Desarrollo Social