¡Cómo abundan los flautistas en Hamelin en medio de desencantos! Sobre todo, en tiempos de sufragio. Que lo digan los griegos en la inminencia de un cambio de gobierno que tiene a Europa con piel de gallina. O los españoles, que también se acercan pronto a las urnas, con sus dos partidos tradicionales en el suelo y un nuevo actor, que ni siquiera existía hace un año, a la cabeza de las preferencias populares.
Misión imposible. Su canción de retorno del Estado de bienestar suena bien: más empleo, mejores salarios, más educación, mejores pensiones, más inversiones sociales. Pero con un solo instrumento: financiarlo todo con arcas estatales ya vacías, es decir, con más deuda pública. Misión imposible. Pero el papel lo aguanta todo y nada restringe la fácil retórica puesta al servicio de ganar elecciones. Tal vez, eso sí podrán, pero poco más.
Norte y sur se amarraron con la misma moneda en el Viejo Continente. Productividades disímiles hicieron a unos, sistemáticos compradores, y a otros, automáticos acreedores. La deuda se sumó hasta un punto de no retorno, es decir, a tener que pagar restringiendo un Estado de bienestar sostenido a crédito. Eso hizo populares, en el sur, a partidos con discursos por encima de las insensibles realidades. De hecho, la palabra “competitividad” no suena tan sexi como la palabra “social”. Pero, tristemente, la última no puede caminar sin la primera. Es la ley de hierro de la Administración Pública. Se podrá ofrecer todo, pero no se puede dar lo que no se tiene. No, en todo caso, a largo plazo.
Cambio a gritos. En ambos extremos de Europa se demanda el cambio a gritos. Abajo, nadie soporta más los draconianos programas de austeridad para pagar la deuda pública, sobre todo a Alemania. Arriba, nadie quiere, con sus impuestos, ofrecer alivio social a otros, que gastan “alegremente”. En ese entorno, regresa la peligrosa oposición norte-sur, que sustituye el discurso de solidaridad comunitaria.
Ante la exigencia de austeridad de acreedores nunca gratos, es relativamente fácil ganar adeptos ofreciendo oro, incienso y mirra, sobre todo en época de Adviento. Después vendrá, en todas partes, el ayuno de Cuaresma, con la cruda realidad de la brecha entre ofrecer y cumplir, así como también con la resaca del carnaval, en una borrachera de endeudamiento, donde no todo lo que brilla es oro, ni todo lo que huele es incienso, y con la mirra se embalsaman los cadáveres.
Y, con nuevos desencantos, vendrán nuevos flautistas, aprovechando la sed de respuestas fáciles, pero imposibles, sobre todo cuando se ofrece salir sin consecuencias del obligado trance de los tragos amargos. Europa la tiene fea, no lo dudemos, muy fea.
Hace algunos años, nos encontrábamos en el primer acto de esta tragedia. A griegos y españoles se les planteó la necesidad de elegir Gobiernos que administraran la austeridad, con responsabilidad, como única salida a la crisis, pero siempre dentro de la camisa de fuerza de la moneda común, que les dejaba sin capacidad de maniobra para abaratar exportaciones y aumentar competitividad.
En ese momento, salir del euro era impensable, decía Merkel, porque un cese de pago crearía una crisis financiera inimaginable a los bancos privados alemanes, comprometidos hasta el tuétano, como estaban, con la deuda griega. Desde entonces, un nuevo Mecanismo Europeo de Estabilidad ha ido sustituyendo la deuda privada con la pública comunitaria. La banca privada, sobre todo la alemana, está ahora apenas comprometida porque el riesgo se ha socializado. De salir Grecia del euro, serían todos los europeos los que asumirían el costo y esa perspectiva, siempre amenazante, no parecería ser hoy tan dramática como era ayer. Por lo menos, en opinión de Merkel, que le da la espalda a las exigencias de un posible nuevo Gobierno populista griego que amenaza con salir de la zona euro. Pero no todos son de esa opinión.
Coalición populista. Si Alexis Tsipras quedara como nuevo jefe de gobierno en las próximas elecciones parlamentarias del 25 de enero, cobrarían vida las exigencias de la coalición populista Syriza: que la Unión Europea conceda a Atenas un nuevo y fuerte recorte de su deuda pública, y que cesen los programas de austeridad y vuelva la inversión social. Las promesas electorales de Tsipras costarían más de 10.000 millones de euros, que Grecia no tiene. ¿Quién estaría dispuesto a otorgar semejantes nuevos créditos a un deudor que ahora mismo quiere exigir que se le condone, otra vez, parte de la deuda que ya tiene, al tiempo que se compromete no a pagar, sino a gastar más? Si no se cede a sus pretensiones, se amenaza con salir del euro como instrumento de presión. A unos eso todavía espanta. Para otros, el “Grexit” parece enfrentable. Lo que no se puede calcular es su posible efecto dominó en España y, posiblemente, en Italia.
La situación española pareciera políticamente semejante. Aunque en España los programas de austeridad han tenido un modesto efecto en su estabilidad financiera, no ha sido así su impacto en la esfera política, donde el peso de cinco años de desempleo de su juventud cobra desesperanza y, con ella, desesperación, caldo de cultivo de la popularidad de Pablo Iglesias, del partido Podemos, con un programa parecido al griego.
Con la bandera genérica del cambio pueden pasar muchas cosas. Lo que no se podrá es complacer expectativas simplistas. Las finanzas en crisis no tienen caminos fáciles, sino empedrados y cuesta arriba. Así lo demostraron Irlanda y Portugal con Gobiernos que enfrentaron la marea populista, lograron consensos amplios, se amarraron la faja y se consideran ya con finanzas saneadas. Salieron de los PIGS, donde quedan Grecia y España. Ellos probaron que, antes o después, es inevitable ajustar las finanzas públicas a la competitividad nacional, y eso siempre duele.
La cigarra tica. El Cuesta abajo y de rodada, Costa Rica va por el mismo camino, aunque alguno tenga 101 razones para decir que todavía no estamos en el abismo. Por eso, tal vez, la cercanía del invierno no asusta a la valiente cigarra tica, que, mientras tanto, canta y baila. Cuanto más se vacile en medio de complacencias, mayor será la carga y más dura la subida. Al mal paso, darle prisa. Hay que apurar el trago amargo. Si no, que se lo pregunten a los griegos.
Velia Govaere Vicarioli, directora ejecutiva del Consejo de Promoción de la Competitividad.