Desde la perspectiva del control de la inflación, tenemos estabilidad, pero no en lo relacionado con el desequilibrio externo y, menos aún, cuando hablamos de empleo.
La tasa de desempleo abierto y el subempleo están en los más altos niveles históricos, como no se veían desde hacía tres décadas.
Esto significa que para estar satisfecho con el desempeño actual económico es necesario cerrar bastante los ojos. También para no advertir los riesgos y los problemas.
Inflación. En América Latina, las reformas asociadas a lo que después se llamó el Consenso de Washington, y al referirse a ellas se califican de neoliberales, fueron precedidas por severos procesos inflacionarios.
Por ejemplo, la media latinoamericana de inflación a principios de los noventa fue de alrededor del 250% anual.
Un caso extremo lo experimentó, en los ochenta, Nicaragua, donde la tasa de interés llegó a más del 200.000% en un año. Un serio problema que permitió fundamentar un giro liberalizador y estabilizador, que se tradujo en una mejora especialmente para la gente con ingresos fijos.
Pero no se piense que las posiciones de izquierda, el populismo y la inflación son equivalentes.
La primera vez que pasé por Moscú, allá a principios de los años setenta, citaron como una de las conquistas que el pan tenía el mismo precio que en 1917; es decir, más de seis décadas después.
Por supuesto, no es que vendieran el pan producido en 1917, sino que la ortodoxia del socialismo real tenía como meta la cero inflación, para lo cual utilizaban directamente la fijación y el control de precios.
Por otra parte, no siempre las reformas liberalizadoras y aperturistas estuvieron asociadas a la responsabilidad fiscal y a las bajas inflaciones.
Algunos países utilizaron la inflación como política (un subóptimo o segundo óptimo) para reducir la represión financiera y facilitar el traslado masivo del capital de actividades menos rentables hacia actividades que lo fueran más.
Así denominaba un académico (Mckinnon) la ruina del pequeño, del mediano y hasta del gran productor, y la concentración de capitales hacia actividades más rentables.
¿A la tica? En Costa Rica, la crisis de los años ochenta fue precedida por el anuncio de un cambio inevitable para liberalizar los precios y la apertura comercial.
Según declaró el ministro de Hacienda de aquella época, se haría en la medida de lo posible, dentro de un esquema democrático.
En esos tiempos, la inflación alcanzó en un año natural un 80% y, en los 12 meses de mayor inflación, acumuló alrededor de un 100%.
Alcanzamos una cifra de desempleo que se consideró escandalosa: un 8%, dos puntos por debajo del nivel de desempleo que tenemos actualmente.
La pobreza se disparó para alcanzar a la mitad de los hogares, se produjo una redistribución del ingreso de un 10% del producto interno bruto hacia los de más ingreso. Así, en Costa Rica, es posible asociar la inflación mayor y descontrolada (y sus efectos) a medidas de liberalización.
Una vacunación temprana contra estas tesis tuvo lugar… De ahí que hayamos transitado como país, y por reacciones sociales, por un camino repleto de impulsos de liberalización ortodoxos, pero con resultados bastante distantes y heterodoxos.
¿Ahora qué? Hoy tenemos bajas, muy bajas inflaciones, competitividad disminuida, alto desempleo, amplios recursos productivos ociosos, pobreza estancada, creciente desigualdad y escasa generación de puestos de empleo formal.
Sin embargo, algunos ortodoxos, no sin influencia en la toma de decisiones, consideran que debemos bajar, todavía más, la inflación.
Tendríamos que estar discutiendo la alineación de políticas sociales y económicas (fiscal, monetaria, cambiaria, de fomento, etcétera) para el impulso productivo y no confiar en la vaga esperanza de que la superestabilidad generará el nuevo empujón económico.
Miguel Gutiérrez-Saxe es economista.