El análisis profundo de las diversas culturas alrededor del orbe, así como la naturaleza misma de lo que significa ser Ser Humano, nos lleva siempre a la conclusión de que si algo tenemos en común todas las culturas es precisamente la diversidad y la capacidad innata de ser todas y todos diferentes. Somos diferentes no solo como sociedades, sino fundamentalmente como individuos.
Ya desde finales del siglo XIX, los antropólogos sociales brindaban vasta evidencia empírica de los diferentes sistemas de familias que existían en el mundo entero, y de cómo las diversas culturas construían sus propias versiones del grupo básico protector de la existencia humana. Quedaba claro desde entonces que la familia nuclear, androcéntrica, monogámica y heterosexual no era el destino natural de la humanidad, sino que más bien la diversidad se imponía sobre los credos jurídicos y religiosos de la época.
De igual forma, a inicios del siglo XX los estudios de campo del Antropólogo alemán Franz Boas volvieron a reconfirmar lo mismo, la claridad de que la estructura familiar y la concepción de la familia son un constructo sociocultural. Algo de amenazante tuvieron aquellos hallazgos de Boas para sus conciudadanos de su época, quienes al calor de la efervecencia nazi de la Alemania hitleriana decidieron quemar todos los libros de este ilustre antropólogo en las plazas públicas de los años treinta. Triste verdad, pero la verdad no se quema con fuego, y la evidencia científica sigue allí, incólume.
Educación contra oscurantismo. Ahora me pregunto, ¿por qué razón nuestras sociedades, nuestros juristas, políticos y líderes religiosos han decidido por más de 150 años fingir que lo expuesto por la antropología social desde fines del siglo XIX no existe?, ¿por qué insistimos en callar y quemar la verdad?, ¿cuáles son las razones para que la diversidad cultural y sexual de la humanidad genere tanto temor, odio y marginación?
Creo firmemente que la educación es la clave para revertir el obscurantismo. Debemos promover como sociedades un mayor conocimiento sobre nuestra propia interioridad humana.
No es posible que nos esmeremos en conocer tanto sobre las estrellas, la fïsica y la naturaleza, al mismo tiempo que nos cercenamos la capacidad de comprender a mayor profundidad la naturaleza misma de ser Ser Humano.
Intransigencia. La intransigencia hacia la diversidad sexual de nuestras sociedades genera grandes injusticias, y eso está claro. Crea ciudadanos y ciudadanas de segunda clase, ignorados por el Estado, sin derechos patrimoniales y sin el reconocimiento oficial de sus relaciones familiares. Un apartheid de la represión a la diversidad sexual.
Por tal razón, Costa Rica debe decidir ya qué es lo que quiere hacer en torno a las personas sexualmente diversas. ¿Desea facilitar su incorporación real a nuestra sociedad en términos de equidad y justicia social, o desea posponer la decisión y seguir fomentando una vida reprimida, ignorada, condenada al ostrascismo?
Por todo lo anterior, celebro profundamente la marcha de la diversidad del pasado domingo 29 de junio. Ya es hora de que Costa Rica, mi país, nuestro país, ponga término a tantos años de injusticia y promueva de forma integral el respeto a los derechos humanos de toda la ciudadanía.