Las perspectivas de los pueblos se miden por las preocupaciones de sus dirigentes. Los hay que se desasosiegan por agradar con la sumatoria de satisfacciones históricas. Se reconocen por características frases prefabricadas que cantan vanaglorias de un pasado casi siempre mítico.
También existen, pero mucho más escasos, en todas las geografías, visionarios que enfrentan a sus propios pueblos, criticando prejuicios sociales que pasan por ser imaginarios colectivos respetables. Nosotros los tenemos y recordamos. Cuando no fueron crucificados o ignorados, lograron dejar marcas indelebles, después de desafiar a su generación a romper paradigmas.
Fácil fraseología. Entre nosotros abunda, más bien, la fácil fraseología de barata aceptación. Ahí hacen fila la “patria de maestros, no de soldados”, sin decir de maestros desactualizados, sin certificación de calidad y evaluación de desempeño. En esta cómoda demagogia, siguen, en su orden, la “democracia centenaria”, de una clase política de escasa calidad, y no olvidemos que “donde hay un costarricense, hay libertad”, con mayor desigualdad en… “el pueblo más feliz del mundo”. Y la comedia sigue.
En política, lo malo es culpa de los de antes y lo bueno siempre está por venir, sin definición alguna, tal vez producto mágico del “diálogo”. En algún lugar de nuestros tiempos desaprovechados existe un paradigma extraviado que nos busca sin encontrarnos. Esa insatisfacción inexplicable es la que nos lleva a buscar lo nuevo, arriesgándolo todo bajo el embrujo de lo desconocido, para refugiarnos, luego, en cualquier gloria pasajera, recientemente solo en fútbol.
Corea, en cambio,… ¡ah, ese pueblo sí que tiene dirigentes que se atreven a desafiar los prejuicios más respetables de su propia sociedad!
Pueblo admirable. ¿Puede la educación académica llegar a ser un prejuicio? Los dirigentes coreanos piensan que sí, para consternación nuestra. De sobra sabemos que el mundo entero se admira de ese pueblo que, en materia educativa, logra superar en los exámenes PISA a muchas de las naciones más desarrolladas del planeta. Sus bien remunerados maestros reciben el mayor reconocimiento social y, ahí, entrar a carrera docente es más difícil que a ingeniería. Las familias se unen para apoyar los estudios de sus hijos y hasta las líneas aéreas interrumpen vuelos a la hora de los exámenes de bachillerato.
¿Se complacen los dirigentes coreanos en semejantes hazañas? Podrían hacerlo y yo creo que lo merecerían. Con esa idea asistí a la exposición de la Dra. Ji Yeon Lee sobre la educación técnica en Corea, en el contexto del Encuentro Nacional de Educación Técnica, que recientemente tuvo lugar en San José.
Comprensiblemente resignada a escuchar un poco más de las consabidas victorias educativas coreanas, para mi sorpresa, solo escuché críticas a su sistema. La Dra. Lee no se detuvo en vanagloria alguna y expuso los cuestionamientos que los líderes coreanos hacen de sus paradigmas actuales. Nos habló de la fuerte controversia existente respecto a que una exagerada valoración social de la educación académica es vista como un prejuicio en detrimento de la necesidad competitiva de mayor orientación técnica de alto nivel para su juventud, a fin de enfrentar los retos modernos del mundo globalizado.
En perenne transición. Corea nos muestra un país que comprende cómo pueden ser modificadas visiones sociales incorrectas con políticas públicas que las comprendan. En Corea no piensan en lo que ya tienen, sino en lo que les hace falta. Enfatizan la política pública no en la complacencia de notorias realizaciones, sino en los desafíos de un futuro permanentemente en cambio, en el que siempre se atreven a soñar que ocuparán un lugar de honor. No se comparan con vecinos de fácil superación, como sus compatriotas del norte, sino con Alemania y Suiza.
Podemos decir que Corea es un país en perenne transición, en este caso de una sociedad genéricamente educada a una sociedad específicamente competente. Llama la atención la directriz coreana de pasar de ser una sociedad orientada a la formación educativa académica a ser una sociedad focalizada en competencias. Destacan en esa visión la flexibilidad de los centros formativos para poder modificar currículos, en alineamiento con la demanda empresarial y el enorme protagonismo de la industria en los procesos de diseño curricular y de evaluación de centros educativos, docentes y estudiantes.
Asimismo, Corea comparte la evaluación del personal docente y de las graduaciones de estudiantes técnicos con el sector productivo. Sin esa visión de comunidad de intereses entre Gobierno, dirección educativa, empleados y empleadores, difícilmente habría un proceso continuo de adecuación formativa vocacional, estandarizada, del personal docente.
Ejemplo para nosotros. Esa integración entre lo educativo y lo productivo busca alimentarse de la experiencia empresarial y es un ejemplo para nosotros, que aún visualizamos la arcaica oposición capital-trabajo, y ni siquiera damos los primeros pasos de una educación dual que no termina de despegar.
Quiero ser positiva y atreverme a pensar que somos capaces de ir más allá de nuestros propios prejuicios. Costa Rica tiene un imaginario colectivo que coloca a la educación en el centro de sus prioridades. Corea también. Tenemos eso en común. Pero nosotros, solo del diente al labio.
Es hora de acabar con esa complacencia perniciosa. Nos falta reposicionar esa visión colectiva como primera prioridad nacional, pero no en general, como hasta ahora, sino en concreto. En fin, ¿qué digo?... Casandra nunca tuvo muchos amigos.