El demagogo populista construye su discurso a partir del miedo con pequeñas y permanentes dosis que van minando las bases de la democracia sólida. Un amplio sector de los medios de comunicación se pliega a esta estrategia, alimentada por el fenómeno de la justicia penal desviada, como táctica para generar titulares, lectura, rating , consenso y reacciones sobre sus audiencias.
Lamentablemente, otras plataformas de la comunicación se utilizan para difundir ese discurso demagógico que reproduce, con tendencia, voces que dejan atrás la discusión de fondo y el posicionamiento, al menos objetivo, del abanico completo, lo que posibilita la extensión de un mensaje vacío por sí mismo y el público se lo cree al final.
Esa conjugación del populismo penal y el populismo político se convierte en el bumerán que nos abofeteará en la cara si persistimos en utilizar la criminalidad de los pobres para generar miedo, desintegrar el tejido social y demoler nuestro Estado social de derecho.
En palabras del jurista italiano Luigi Ferrajoli, durante una visita que hizo a Costa Rica en junio del 2015, el demagogo distrae la atención de la opinión pública “persiguiendo y alimentando la inseguridad y el miedo, la sospecha y la percepción del diverso como enemigo, se deforma el sustrato simbólico de la democracia, que es el sentimiento común de la igualdad y de la solidaridad, y se lo sustituye con el sustrato simbólico de los regímenes populistas y autoritarios, fundado, al contrario, en el culto al jefe, en la relación asimétrica y jerárquica entre gobernantes y gobernados, en la despolitización de la sociedad y en el aislamiento de cada uno en sus egoísmos e intereses privados”.
Las políticas demagógicas, en el fondo, pretenden, a partir de la construcción del miedo, presentar estrategias de seguridad, obtener consenso popular y adhesión política haciendo un uso coyuntural del derecho penal.
Temor perverso. Esa idea resulta ilusoria al sentimiento de inseguridad, representa el facilismo, el simplismo y el medio más perverso para engañar a una audiencia. El populismo penal, en materia de seguridad, genera falsas alarmas sociales para atraer consenso electoral, mediante medidas represivas.
Siguiendo con la línea de Ferrajoli, “el miedo, de hecho, rompe los ligámenes sociales, alimenta tensiones y laceraciones, deprime el espíritu público, fomenta fanatismos, xenofobias y secesionismos, genera desconfianza, sospechas, odios y rencores; en pocas palabras, envenena a la sociedad”.
Esas palabras no pueden ser más ciertas hoy, sobre todo cuando los efectos del miedo se convierten realmente en el campo de cultivo de la criminalidad y de la violencia, así como de la amenaza más fuerte para la democracia.
Es necesario propiciar medidas sociales, antes que penales, como la educación, empleo, estabilidad económica, disminución de la desigualdad, asistencia en salud, reinserción social y garantías de los derechos fundamentales.
Estos son los verdaderos medios para atacar las desviaciones estructurales, tumbar el discurso del miedo, entretejer una sociedad más justa y equilibrada y que construya políticas de seguridad verdaderas.
El autor es periodista.