Trump y algunas de las tesis nacionalistas del creciente empoderamiento populista no serían tan peligrosos si fueran a contrapelo de la corriente histórica. No es así. Son fenómenos extremos, concomitantes y paralelos, pero refuerzan una tendencia irreversible: el agotamiento de las condiciones de rentabilidad de las empresas multinacionales, combinado con el avance vertiginoso de la tecnología y la automatización, están determinando nuevas condiciones para la inversión extranjera directa (IED).
Eso es lo decisivo, está ocurriendo frente a nuestros ojos y no lo vemos. Las bases mismas en las que se sostiene nuestro paradigma de desarrollo están sometidas a un proceso de transformación que vino para quedarse. Pero seguimos circulando alegremente, como si los fundamentos de nuestras premisas socioeconómicas fueran eternas. No lo son. Si no advertimos esos procesos subterráneos que modifican el terreno sobre el que nos movemos, arriesgamos caer en un abismo inesperado.
Llegó la hora de reevaluar los soportes mismos de las políticas públicas que más dábamos por descontadas, porque se está produciendo un giro histórico en los supuestos internacionales que determinan el peso de las multinacionales en la globalización y en la IED.
Peligro. Esas transformaciones no son pequeña cosa. Sobre ese bastión se sustenta casi todo en Costa Rica. Con el sugestivo título de “Las multinacionales en retirada”, The Economist (28/1/2017) rinde cuenta de esto y advierte del peligro inminente que corren los países que dependen de la IED para equilibrar cuentas nacionales.
Es nuestro caso, porque la IED es el factor decisivo que equilibra nuestro sistemático déficit de la balanza comercial. Casi todos nuestros TLC tienen balanza comercial negativa, en especial con Estados Unidos y China. Con Sudamérica y México, que tienen una oferta exportable parecida a la nuestra, somos también deficitarios por sus economías de escala y mayor eficiencia de costos.
Desde los 90, las multinacionales lideran la globalización y su peso político incidió en las directrices de los principales tratados de libre comercio, incluido el hoy cuestionado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés).
La caída del muro de Berlín, la desaparición del mundo bipolar, la apertura de China y su inmensa mano de obra barata y el establecimiento de la OMC crearon condiciones para que las multinacionales se lanzaran al mundo en busca de eficiencia de costos.
Fue algo cualitativamente nuevo porque el 85% de todos los activos de las multinacionales se crearon después de 1990. Se desarrollaron aprovechando menores salarios, privilegios fiscales y bajas erogaciones vinculadas a regulaciones ambientales y laborales.
Todo ello se consolidó con el valor agregado de un sistema internacional de comercio que ofrecía estabilidad jurídica y permitía abaratamiento de insumos y acceso preferencial a sus productos. Eso explica el matrimonio bien avenido entre los intereses de las multinacionales y los gobiernos para negociar TLC. ¿A quién más que a Intel le convenía que Costa Rica abriera el mercado chino?
Liderazgo. Con esas bases, las multinacionales asentaron su liderazgo. Lo hicieron integrando de forma vertical su propia producción, creando cadenas globales de valor, al comprar u originar sus insumos en el país que mejor les conviniera. Las piezas de un producto pasan primero varias fronteras antes de llegar a su beneficiario y el mercado del producto final es el mundo. Fue así que las multinacionales llegaron a responder por más del 50% del comercio mundial y a poseer el 40% del valor accionario del mundo occidental.
Tomemos nota: esas condiciones de desenvolvimiento están cambiando. Sus ganancias tocaron techo y está visto que se han ido dramáticamente reduciendo.
Sus economías de escala llegaron al tope, los salarios que fueron bajos han crecido, las ventajas fiscales son, en todas partes, cuestionadas, aumentan las regulaciones ambientales y las cargas laborales agravan planillas en casi todos los países del mundo.
Sus inversiones producen menos empleos y sus manejos financieros ya no tienen la seguridad jurídica de antaño, bajo el acecho de la lupa pública.
Sus enormes dimensiones administrativas y su sobreextensión muestran ahora su lado negativo, con mayores costos de gestión, de distribución y de mantenimiento de inventarios.
La presión de los países crece para que se encadenen con la producción endógena, tapa del perol, que agrava sus condiciones de arbitraje de costos. Como resultado, las ganancias de las 700 multinacionales más grandes tuvieron la tremenda caída de un 25% en los últimos cinco años. Eso explica por qué la IED del mundo se contrajo hasta un 15%, en el 2016.
Tecnología. Por si eso fuera poco, la automatización se desarrolla a pasos acelerados. En más de 800 ocupaciones, 2.000 actividades laborales tienen ya probadas tecnologías de automatización, total o parcial. En 18 años estará automatizado el 50% de todas las actividades laborales, creando una expulsión de las fábricas solo comparable a la maquinización de la agricultura.
Eso crea presión adicional de productividad y de competitividad para invertir en los propios territorios nacionales, donde se les están ofreciendo, además, nuevas ventajas fiscales.
El caso de las amenazas y alicientes de Trump para que las empresas se queden en Estados Unidos es solo una situación extrema que confirma, no niega, el nuevo escenario global de la inversión extranjera.
Nuevas primarias se anuncian aquí, con las mismas viejas cantinelas en las arenas movedizas de un mundo en transición. Los que siguen diciendo lo mismo, “esos no ven la obra profunda de la hora, la labor del minuto y el prodigio del año”.
Tuvimos las vacas gordas de la IED y nos comimos su leche, sin invertirla en condiciones propias de producción. Hijos de la “platina”, al fin, seguimos atenidos a las mismas viejas recetas. Ninguna misión diplomática puede cambiar los signos de los tiempos. Por eso, ¡cuidado, todo cambia!
La autora es catedrática de la UNED.