El próximo 25 de octubre, Argentina celebrará elecciones presidenciales y legislativas de las que saldrá el sucesor de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y una reconfiguración del Congreso. Faltan cuatro meses para esta cita en las urnas y durante ese lapso muchas cosas pueden ocurrir.
Si bien a la fecha existen 13 precandidaturas presidenciales inscritas, las cuales serán depuradas en las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) del próximo 9 de agosto, todo hace prever que la elección termine polarizándose entre la fórmula del oficialismo integrada por Daniel Scioli-Carlos Zannini, por un lado, y, por el otro, Mauricio Macri-Gabriela Michetti del opositor partido de centro derecha PRO.
Discrepo de los análisis que señalan que la opción en estas elecciones se centra entre continuidad o cambio, ya que la demanda de cambio ha estado y está hoy presente en casi todos los procesos electorales de la región. Por ello, es un error asociar, automáticamente, demanda de cambio con alternancia.
En mi opinión, lo que verdaderamente está en juego en las elecciones de octubre próximo, es el tipo de cambio que la mayoría de los argentinos están dispuesto a apoyar en las urnas: un cambio moderado dentro de la continuidad del régimen actual o un cambio vía alternancia.
La experiencia comparada en varias de las elecciones recientes del Cono Sur muestra que, si bien un alto porcentaje de la población encuestada pedía cambio (75%, en Brasil), este puede producirse dentro de la continuidad del régimen de turno (vía reelección del presidente, partido o coalición que está en el Gobierno) y no necesariamente vía alternancia.
De hecho, en América del Sur ha habido pocas alternancias en los últimos años, y en dos de los tres casos donde se produjo recientemente (Paraguay en el 2013 y Chile en el 2014), la alternancia significó volver al partido o alianza de partidos que estuvieron en el Gobierno durante mucho tiempo.
Tendencia continuista. El buen momento económico que vivieron los países sudamericanos durante la última década (hoy en franca desaceleración), el aumento de los niveles de consumo y empleo, la fuerte intervención del Estado y las activas políticas sociales con marcado acento clientelista en muchos casos (que produjeron la salida de la pobreza de millones de personas) son algunos de los principales factores que explican la tendencia continuista de los oficialismos.
En efecto, nunca antes América del Sur había tenido en democracia gobiernos de tan larga duración: 4 gobiernos seguidos del Partido de los Trabajadores en Brasil, 3 gobiernos seguidos del Frente Amplio en Uruguay, 3 gobiernos seguidos del kirchnerismo en Argentina, 3 elecciones seguidas de Morales en Bolivia, 3 elecciones seguidas de Correa en Ecuador, 4 gobiernos seguidos de la derecha y centro derecha (antes aliados y hoy enfrentados) de Uribe y Santos en Colombia, y 16 años ininterrumpidos del chavismo en Venezuela.
En Chile, desde el retorno de la democracia a la fecha, cinco de los seis gobiernos han sido de la Concertación (hoy llamada Nueva Mayoría debido al ingreso del partido Comunista) y, en Paraguay, el Partido Colorado que gobernó 60 años ininterrumpidos tuvo un breve descanso de solo un periodo fuera del poder (2008-2013) para regresar al Gobierno en el año 2013 de la mano del presidente Cartes. Solo un país, Perú, registra un alto grado de alternancia desde 1980, en la que ningún partido ha repetido gobierno de manera consecutiva, salvo Fujimori (en 1995 y el 2000).
La continuidad en el Gobierno se ha visto fortalecida, asimismo, por el “ventajismo” oficialista (uso y abuso de los recursos del Estado durante las campañas electorales), el fenómeno de la reelección y por oposiciones débiles y fragmentadas que si bien tienen la capacidad de obstaculizar el triunfo a los oficialismos (obligándolos a ir a una segunda vuelta en algunos casos) no cuentan con la fuerza suficiente para forzar alternancias.
La experiencia comparada muestra que la reelección sigue siendo infalible sobre todo en América del Sur donde todo presidente que buscó su reelección (desde 1978 a la fecha) la obtuvo. En 4 de las 12 elecciones presidenciales que tuvieron lugar entre el 2013 y el 2014 los presidentes podían buscar la reelección consecutiva. En los 4 casos así lo hicieron (Correa, Santos, Morales y Rousseff), y en todos estos casos la obtuvieron. En otros 3 países, diversos expresidentes buscaron su regreso: Saca en El Salvador, Vázquez en Uruguay y Bachelet en Chile. Los dos últimos lograron su objetivo: regresar vía reelección alterna.
Pocas caras conocidas. Por su parte, el balotaje está en su apogeo. Ocho de los 12 países donde hubo elecciones en el 2013 y el 2014 tienen regulado el balotaje, y en 6 de estos 8 comicios hubo necesidad de ir a una segunda vuelta: Chile, Costa Rica, El Salvador, Colombia, Brasil y Uruguay. Las victorias en primera vuelta de Correa en Ecuador en el 2013 y de Morales en el 2014 fueron la excepción. En todas las segundas vueltas que tuvieron lugar en América del Sur (2013-2014) ganó el oficialismo.
Como constatamos, en América del Sur no es fácil vencer a los oficialismos. La expresión del ex primer ministro Italiano Giulio Andreotti, tiene plena vigencia en estas tierras: “El poder desgasta al que no lo tiene”.
La ciudadanía demanda cambio en las encuestas, pero luego en las urnas vota casi siempre a favor de la continuidad. Por eso, la demanda de cambio no debe asociarse automáticamente a la garantía de alternancia. En otras palabras, en la región durante la ultima década hay muchas elecciones, pero pocas caras (o partidos) nuevas en el Gobierno.
En muchas elecciones sudamericanas recientes, una parte muy importante del electorado ha preferido el cambio moderado dentro de la continuidad del régimen vigente a la alternancia para, de este modo, reducir el margen de riesgo de dar un “salto al vacío”, sobre todo cuando se trata de pasar de regímenes de centro-izquierda o izquierda a opciones de centro-derecha (los casos de Aecio Neves en Brasil y de Luis Lacalle Pou en Uruguay son representativos de esta tendencia). Una transición en esta dirección durante los últimos años en América del Sur solo tuvo lugar en Chile (con el triunfo de Piñera en el 2010 después de 20 años de gobiernos de la Concertación, revertido en el 2014 con el regreso de Bachelet al Gobierno) y en Paraguay (en el 2013) fuertemente influenciada por el fracaso del gobierno del presidente Fernando Lugo y el peso histórico y clientelista del Partido Colorado.
A ello debemos sumar que la gran mayoría de los países de América del Sur son de izquierda o centro-izquierda; las únicas dos excepciones son Colombia y Paraguay.
En síntesis, el temor a perder los beneficios alcanzados durante los largos gobiernos de centro izquierda o izquierda, la fidelización de amplios sectores del electorado con oficialismos populistas vía programas sociales de fuerte contenido clientelista, una desaceleración económica (pero no crisis) que al momento de la elección (como ocurrió con la reelección de Rousseff en Brasil) no impacta fuertemente en el nivel de consumo ni en el del empleo, el peso del “relato” oficialista, una Presidenta que además de contar con un importante nivel de apoyo ciudadano se niega a convertirse en un “pato cojo”, y una oposición fragmentada que asocia demanda de cambio con alternancia, son todos factores que deben ser tenidos en cuenta de cara a las elecciones argentinas de este 25 octubre.
Los argentinos quieren cambio, de eso no hay duda. Lo que aun no está claro es si también quieren alternancia.
Daniel Zovatto es el director regional para América Latina y el Caribe de IDEA Internacional.
(*) Daniel Zovatto es el director regional para América Latina y el Caribe de IDEA Internacional