El informe del 2014 de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia advierte el enorme riesgo de que las emisiones de CO2 continúen impulsando las temperaturas mundiales. De mantenerse el proceso de calentamiento, los fenómenos ambientales irreversibles equivalen a permanecer dentro de un vehículo cuyo conductor, circulando a alta velocidad, ha perdido el control de la dirección y los frenos. La realidad es que ya no es sostenible mantener la elaboración industrial de muchos productos que agreden de forma grosera a la ecología planetaria, pese a que ello sea posible aún gracias a la capacidad del capitalismo. Así las cosas, sostener hoy la actividad industrial ambientalmente agresora es una conducta carente de fuerza moral, por lo que, si pretendemos garantizar nuestra subsistencia, no habrá otra salida que la de inyectarle potencia moral a la economía de mercado.
Monetarismo. Una ilustración de la economía de mercado sin fuerza moral es el monetarismo especulativo que provocó la crisis financiera del 2008. Ahora bien, no se me malinterprete. Si bien es cierto, los socialdemócratas rechazamos la economía carente de dirección moral, seguimos creyendo que las fuerzas económicas deben jugar dentro de una dinámica de libertad. De lo contrario, caeríamos en el totalitarismo marxista, que abraza el dogma de que –por sí sola–, la actividad productiva en libertad es perversa. Lo que sería una abdicación grave, pues precisamente la socialdemocracia nació como una alternativa combativa frente al marxismo. Atacamos el totalitarismo de Estado, como el de mercado, pues creemos en la economía de mercado más no en la sociedad de mercado.
Ante el grave desafío ambiental lo que los socialdemócratas de este siglo proponemos es que las potencias productivas libres sean conducidas de tal manera que se conviertan en solución y no en coadyuvante del problema ambiental. Y aunque en la socialdemocracia se han levantado voces como la de la periodista canadiense Naomi Klein, quien sostiene sin mayor margen de negociación que por sí mismo el mercado está contra el clima y enfatiza en los movimientos de masas como resistencia al embalaje en el que estamos, los movimientos indignados, aunque llenos de buena intención, no ofrecen mayor respuesta alternativa.
El principio es que, así como el mercado ha permitido que se desate una producción ambientalmente agresora, también es capaz de promover la reversión de ese proceso mediante el estímulo de una suerte de ecocapitalismo. O sea, una economía de mercado enfocada en la actividad ambientalmente sostenible; ya sea por imperativo de ley, como también por otros estímulos económicos o tributarios, además de la implementación de políticas públicas que se conviertan en conductoras de las fuerzas del capital hacia la sostenibilidad. Esto es así porque la socialdemocracia, más que ideología, se acerca a ser filosofía política, y como tal, nació para orientar la libertad humana y no para conculcarla. No olvidemos que junto con la justicia, la solidaridad y la igualdad, también la libertad es uno de sus postulados filosóficos básicos.
Riqueza. Es innegable que el mercado se ha caracterizado por su capacidad de producir riqueza; el desafío consiste en determinar si tal ecocapitalismo, o la economía de mercado enfocada en la protección ambiental, sería capaz de convertirse en un poderoso motor en función de ese objetivo. Por ello, en lugar de esposar la mano invisible del mercado, los socialdemócratas afirmamos la necesidad de que esa exista, pero orientada.
La economía de mercado sin fuerza moral, como lo es, por ejemplo, el monetarismo meramente especulativo, no es capaz de impedir que buena parte del monumental esfuerzo productivo de la sociedad se derroche hacia actividades que amenazan el clima y por ende la existencia humana. Un capitalismo desprovisto de propósito ambiental, no será viable a mediano plazo, pues activa una maquinaria de consumo que es insostenible. Un “lujo” que ya el planeta no se puede dar. Ahora bien, el hecho de que el sistema de mercado sin dirección moral esté fracasando, no implica que, por sí sola, tal herramienta –el mercado–, no sea útil, como sucede cuando canaliza hacia fines éticos las potencias que desata. ¿O acaso no han sido empresas de la economía de mercado las que desarrollan tecnología energética ambientalmente sostenible? En esa diferencia se sostiene la esencia de una propuesta socialdemócrata moderna. Como la trágica princesa de Argos, las fuerzas del mercado pueden ser tanto monstruosas como salvadoras. Dependerá de los fines hacia los cuales éstas sean conducidas.
Caja de Pandora. La descomunal capacidad que poseen las fuerzas del capital para conquistar logros colectivos fue históricamente probada por la tenebrosa conducción del nacional socialismo alemán. Lamentablemente, sucede como en el mito de la caja de Pandora, pues cuando esas fuerzas son desatadas vesánicas e ingobernadas, son promotoras de males superlativos. Pero si son conducidas moralmente, actúan en beneficio del hombre, como un Prometeo sin cadenas.
El marxismo acierta en su discurso de que el planeta no sobreviviría al actual modelo mundial de consumo, pero la alternativa que ofrece es falaz, porque el llamado “socialismo real” es un atavismo que implica retroceder al arado con bueyes, como le sucedió a Cuba. Ante los descomunales desafíos mundiales en materia alimentaria, energética y ambiental, astutamente lleva agua a sus molinos y juega con el espejismo de que la solución es proscribir el mercado, pero ese es un remedio tan negativo como el mal que aspira combatir.
Cuando el gobierno estadounidense exigió a Detroit que recondujera la producción de sus ineficientes vehículos en función de una producción automotriz ambientalmente amigable y energéticamente novedosa, insinuaba la vía correcta para enfrentar el reto. Esa vía es la instauración de políticas públicas que aspiren a dirigir las potencias del sistema de mercado hacia la solución de los grandes desafíos humanos. Medidas de ese tipo deben de implementarse a escala global y en muchas otras actividades económicas, en las que se torna indispensable la investigación y desarrollo de las tecnologías que contribuyan a combatir los tres desafíos más acuciantes: el alimentario, el ambiental, y el energético. Las fuerzas económicas son capaces de logros sociales titánicos, siempre y cuando operen sobre el fundamento de una libertad individual éticamente dirigida hacia fines de desarrollo sostenible.
La consolidación del cambio energético y la liberación del chantaje petrolero que sufrimos son desafiantes retos políticos que enfrentamos y que, querámoslo o no, requiere de la participación de la iniciativa privada para conquistarlos.