La biodiversidad es producto de miles y millones de años de evolución. Cada microorganismo, planta o animal contiene una vasta cantidad de información en su código genético, moldeada por un número astronómico de mutaciones y eventos de selección natural a lo largo de períodos inimaginables.
La vida en nuestro planeta fue diezmada durante cinco episodios de extinción masiva; sin embargo, pudo reinventarse y hoy somos testigos de la increíble belleza y diversidad de formas que podemos admirar por doquier.
La maravillosa adecuación de los organismos a su ambiente implica que toda una morfología, una fisiología y un comportamiento hayan sido cuidadosa y diestramente diseñados para que cada criatura sea capaz de subsistir en el mundo.
Esta travesía evolutiva también le dio la oportunidad a una criatura en particular, la única que ha inventado los símbolos del lenguaje y la escritura, caracterizada por un cerebro sumamente desarrollado: el ser humano.
El ser humano es el único organismo capaz de transmitir a través de generaciones formas complejas de conocimiento adquirido.
La posición sobresaliente que ocupa nuestra especie en el mundo actual es evidente y deriva precisamente de esas ventajas que lo han llevado a ocupar la cúspide de la evolución biológica. Estas le han permitido explotar el ambiente físico que le rodea y dispersarse sobre la Tierra de una manera vertiginosa, a tal punto que no tiene referente con ningún otro ser vivo.
Evolución cultural. Las conquistas en el campo de la tecnología y los avances de la ciencia le han hecho cada vez más independiente, hasta llegar a invertirse la relación: ya no es el ser humano quien se adapta a su entorno, sino el entorno el que se adapta a sus necesidades. A partir de este proceso conocido como evolución cultural, se derivan ventajas, pero también inconvenientes.
El empobrecimiento biótico es una consecuencia inevitable del uso y abuso de la naturaleza realizado por nuestra especie en el curso de su ascensión hacia una posición dominante en el mundo.
A medida que fuimos ganando lucidez, logramos percatarnos del deterioro que implica el modelo de desarrollo actual a la trama de la vida y a las perspectivas de la subsistencia humana. La problemática ambiental tiene sus raíces en nuestro modo de vida, yace en las cifras demográficas, en la manera como la especie humana se ha expandido a través de urbes sobrepobladas reduciendo el espacio ecológico de un sinnúmero de especies y en la forma como se ha adueñado de la productividad biológica del planeta.
Desequilibrio. La pérdida de biodiversidad es un indicio revelador del desequilibrio persistente entre las necesidades humanas y la capacidad de sustentación de la Tierra. Este desequilibrio es resultado de un modelo de desarrollo insostenible, desde el punto de vista ambiental, económico y social.
Hoy, más que nunca, la educación ambiental cobra particular importancia, y surge como una alternativa para abordar la problemática asociada con el consumo excesivo e insostenible de los recursos naturales.
En un intento por influir en la conducta humana, la educación ambiental debe actuar incansablemente hasta lograr una transformación radical en nuestra visión del mundo. Planteando soluciones viables e innovadoras a la crisis ambiental, la educación es una opción prometedora para lograr el cambio de paradigma que el desarrollo sostenible requiere, definiendo una nueva relación ser humano-naturaleza.
Con determinación debe delinearse el rumbo, las estrategias para lograr el cambio, realistas en lo social y aceptables en el ámbito de la vida.
Ante el incesante ritmo de abusos hacia el planeta al que nos hemos mal acostumbrado, es necesario detenerse y mirar hacia atrás, imaginarnos los callejones sin salida en donde la biodiversidad sucumbió hasta casi extinguirse por completo. Luego, reflexionar hoy sobre dónde estamos, lo que hemos perdido, lo que nos queda. En este punto, pensar y repensar el mañana que queremos y decidir si seremos partícipes del cambio.
La autora es investigadora de la UNED.