Comentaristas, autores de artículos y políticos siguen hablando de educación en los mismos términos de hace dos o tres décadas. ¡Cómo si no estuviéramos a las puertas de una de las transformaciones más radicales en la evolución de la vida humana! Me refiero a la irrupción de los robots, de las máquinas y programas inteligentes y a la inminente exclusión progresiva de los seres humanos de muchísimos de los trabajos que realizan en la actualidad.
La inteligencia artificial está a punto de generar un cataclismo en el panorama laboral, y esto exige cambios urgentes en el sistema educativo. Aquí seguimos preocupados por los choferes de Uber, cuando en realidad deberíamos preocuparnos por la desaparición, ya en curso, de todos los choferes.
En Costa Rica, Amalia Chaverri se refirió al tema, en un artículo publicado en La Nación, recientemente. The Economist había ofrecido, unos meses antes, un largo reportaje sobre el asunto. La televisión y nuestras propias experiencias nos han venido mostrando la transformación que afecta hoy los más variados aspectos de la existencia humana y que beneficia, afortunadamente, nuestras capacidades físicas de hacer cosas, nuestras habilidades de plantear y resolver problemas.
Gran transformación. La comunicación en las redes lo penetra todo. Muchas de las decisiones van quedando progresivamente a cargo de las máquinas, es decir, de la inteligencia artificial, pues son más exactas y cualitativamente superiores a las que tomamos hoy los seres humanos.
No se trata solo de la cantidad de datos de que se dispone y de la velocidad de procesamiento, las ideas mismas son contrastadas y combinadas vertiginosamente para ofrecernos en minutos conclusiones a las que el cerebro humano no podría llegar en siglos. Buena parte del mundo de la ciencia ficción se está convirtiendo en realidad, pues esta tendencia crece exponencialmente.
Las fábricas van quedando a cargo de los aparatos inteligentes y, de pronto, se ven desoladas, pues casi nadie circula por ellas. Su funcionamiento, su diseño mismo y el control de su eficacia van dejando de lado la participación directa de los seres humanos.
Los drones vigilan sembrados, las computadoras dirigen el tránsito, el diseño de edificios va quedando a cargo de la inteligencia artificial. Empezamos a familiarizarnos con los robots y con la reproducción a distancia de bienes materiales, gracias a las impresoras 3D. La Internet de las cosas asume la vigilancia distante de los bienes y procesos, de la seguridad de los edificios y del inventario de activos, incluidos algunos domésticos, como el control en línea de las existencias en la refrigeradora.
De todo esto surge una conclusión: la explosión de tecnologías avanzadas y los procesos productivos concebidos y ejecutados por la inteligencia artificial nos permiten prever un aumento sostenido de la desocupación, ¡además de la que ya tenemos! Mientras tanto, se sigue hablando de la preparación de nuestra gente… como si nada estuviera ocurriendo.
Desocupación y empleo. Comentaristas, gente de prensa y políticos se preguntan cómo solucionar el problema actual de desempleo. Las respuestas suelen ser cajoneras: adecuar la formación a las necesidades del mercado, de manera tan inmediata y específica como sea posible, e incrementar la inversión pública en infraestructura para contratar mucha más mano de obra poco calificada.
Estas soluciones, propias del siglo pasado, apenas son paliativos para la situación actual, pero están lejos de constituir la forma correcta de afrontar el problema con vistas en un futuro nada lejano.
Pero no se sientan tranquilos quienes ejercen puestos que exigen destrezas intelectuales calificadas, porque aun en este caso su estabilidad laboral corre peligro. Los contadores, el diagnóstico médico, las funciones de los consejeros o brokers en la bolsa, por poner unos ejemplos entre miles, serán sustituidos con ventaja por la inteligencia artificial. ¿Cuáles serán los efectos de la desaparición de una enorme cantidad de esas profesiones?
Muchas de las destrezas que brinda la escuela actualmente no serán útiles por mucho tiempo. Los niños y los jóvenes de hoy van a enfrentar, como adultos, la constante variabilidad de las necesidades planteadas por la sociedad y por la naturaleza.
Por ello, la educación debe brindar una formación general que los capacite para enfrentar lo inesperado. El sector empresarial sabe lo que necesita en estos días, pero ignora… todos ignoramos, cuáles van a ser sus requerimientos dentro de algún tiempo.
Lo que debe hacerse es exactamente lo contrario de lo que se propone con frecuencia. Las necesidades inmediatas deben ser atendidas, pero no directamente por la educación formal.
Buena educación. Con la creación del Programa de Informática Educativa pusimos las bases para enfrentar de manera exitosa la primera etapa de los cambios en curso, en materia tecnológica. Miles y miles de niños y jóvenes se han beneficiado de este cambio innovador en nuestra educación pública. Sus huellas han quedado marcadas en el desarrollo del país. Si pudimos hacer esto, si pudimos crear los colegios científicos, podemos hacer frente a los nuevos retos.
Por mi parte, no veo otro camino que infundirle seriedad a la formación de la gente, mucha más de la que tiene hoy. Sobre la base de una buena educación, las personas podrán adaptarse a los cambios, a las innovaciones y generarlas, ojalá, en muchos casos.
Por esto, sugiero, en primer lugar, adoptar el principio que empleé como hilo conductor de mi gestión en el Ministerio de Educación Pública, remozándolo: la educación debe centrarse en el paradigma cualitativo, es decir, aquel que considera la calidad como el objetivo central del sistema.
Para lograrlo, debemos intensificar las solvencia, la seriedad en los procesos de formación de las personas y llevarlos a cabo con propiedad y precisión. La escuela debe ser humana, pero estricta al mismo tiempo, porque el mundo lo será cada vez más.
Para lograr lo anterior se requiere, como decíamos entonces, “la vuelta a lo esencial”. Y lo esencial tiene que ver con el lenguaje matemático, con el conocimiento de nuestra lengua y de otros idiomas extranjeros. Es decir, con la lógica.
Esto se puede y debe ligar al desarrollo serio de destrezas en tecnologías de punta, a la preparación de programadores de alto nivel, sin dejar de lado una formación científica y cultural tan rica como sea posible. Lo demás debe levantarse sobre este esfuerzo central.
En segundo lugar, la educación pública, en colaboración con las iniciativas privadas, debe poner en marcha un gran programa nacional de actualización y reconversión permanentes, de amplísima cobertura, que atienda a graduados de todos los niveles, comenzando por los educadores.
Los colegios universitarios y las universidades tienen aquí un gran campo de acción. Ni qué decir de los programas a distancia. Durante medio siglo hemos hablado de educación permanente, sin hacer mucho. De pronto se nos acabó el tiempo. Tenemos, por ello, que actuar rápido.
Evitar una gran ruptura social. Ciertamente, todas las revoluciones tecnológicas han generado fenómenos similares; sin embargo, según se señala con razón, han terminado por crear nuevas necesidades y nuevos y más numerosos puestos de trabajo.
La riqueza crecerá, sin duda; no obstante, los beneficiarios de esta revolución –aquellos que van a insertarse con éxito en la vida económica– no serán las mismas personas desplazadas.
Para salvarnos, para poner todo ese potencial del lado del bien y alinearlo con los procesos de desarrollo integral, resulta imprescindible enfrentar el fenómeno sin prejuicios y propiciar una transición razonable. Así evitaremos una enorme ruptura con la solidaridad, con nuestro destino y con lo mejor de nuestra historia.
No estamos preparados para la entrada en crisis de nuestra forma de vida. Cambios ha habido siempre en la sociedad, el problema es que nunca antes se habían producido tantos, tan aceleradamente.
Aunque no vamos a alcanzar la historia, pues va más rápido que nosotros, tenemos que batallar, sin tregua, por acercarnos al nivel que corresponde a nuestros tiempos.
De no hacerlo, el riesgo que corremos es enorme: nos estamos jugando el todo por el todo, incluida la estabilidad social del país, la explosión, aún mayor, de la violencia, y la comida de la mayoría de nuestros conciudadanos.
El autor es exministro de Educación.