Francia es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, uno de los motores esenciales de la Unión Europea (UE), con una presencia cultural y diplomática planetaria. En este sentido, el debate sobre las elecciones presidenciales resulta interesante más allá de las fronteras nacionales.
Estas elecciones se desarrollan en un contexto difícil, con una Europa fragilizada, que atraviesa una crisis multidimensional.
Por primera vez, un miembro importante, el Reino Unido, abandonó la Unión Europea, lo que evidencia que algo anda mal.
Además, varios Estados miembros sufren una crisis económica que dura demasiado. Cabe mencionar el flujo migratorio sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Sin olvidar el terrorismo islámico, que amenaza no solo a Francia, sino a toda la humanidad.
Nueva era. Pese a la compleja situación, la campaña electoral se ha desarrollado en un proceso democrático admirable. Estas elecciones son históricas en más de un sentido: los resultados de la primera vuelta confirman el fin del antiguo panorama político y el inicio de una nueva era, insólita en la Quinta República, desde 1958. La división izquierda y derecha ha caducado, los partidos tradicionales con ideologías definidas se han hundido.
El viejo Partido Comunista está casi extinto. El candidato de fuerzas de izquierda, Mélenchon, de Francia Insumisa, un movimiento fragmentado, formado en el 2016, ocupa el cuarto lugar, con 19,58% de los votos. Es quizás el más ambiguo, aún no ha manifestado su apoyo a ninguno de los dos candidatos que se enfrentarán el 7 de mayo. Los resultados de otras tendencias izquierdistas son casi insignificantes, Lucha Obrera no logra ni el 1%.
Los grandes perdedores son Hamon (Partido Socialista) y Fillon (republicanos). Ambas corrientes políticas han gobernado durante más de medio siglo. Consciente de una derrota asegurada, Hollande tuvo la sabiduría de no presentarse a la reelección. En su defecto, Hamon encabezó los socialistas, tras una convención caracterizada por la división. El resultado es un fracaso aplastante, solo logra el quinto lugar, con 6,36% de votos. De inmediato, llamó humildemente a votar a favor de Macron.
El líder de los republicanos, Fillon, de larga trayectoria, varias veces ministro y senador, empezó como el gran favorito, confiado en sí mismo, hasta que el periódico Le Canard Enchainé reveló sus vínculos con la corrupción; lo que no rima con su imagen de católico conservador. Está acusado de haber contratado como asesora a su esposa, Penelope, cuando era senador, un cargo ficticio con un jugoso salario. El caso está en manos de la justicia, que tiene la última palabra. Ocupa el tercer lugar, con el 20% de votos. Aceptó su amarga derrota con una voz quebrada y tuvo la valentía de pedir apoyo para Macron para salvar a Francia.
Le Pen. El Frente Nacional es el único partido tradicional, con una ideología clara, abiertamente soberanista, antieuropea, xenofóbica y antisemita. Madame Le Pen, la heredera de la dinastía del mismo nombre, pasó a la segunda vuelta con un resultado récord jamás logrado por la ultraderecha: 7.679.493 votos, lo que representa el 21,30% de los votos emitidos, el 16,14% del total de inscritos (47.581.118). Su llegada a la segunda ronda causa zozobra y revela el malestar en la sociedad francesa.
Madame Le Pen promete abandonar la UE, revisar los tratados de libre comercio, cerrar las fronteras. En pocas palabras, la ultraderecha representa el oscuro nacionalismo retrógrado. Aunque la comparación es exagerada, algunos ven en Le Pen una especie de Trump en femenino, temen una sorpresa. Su elección sería un desastre para Francia, Europa podría empezar su crónica de una muerte anunciada. Eso sería difícil.
El otro escenario sería la repetición de lo ocurrido en el 2002, cuando el padre de Marine Le Pen, Jean-Marie Le Pen, en segunda ronda obtuvo el 17,80%, Chirac fue reelegido con el 82,2%.
En Marcha. El gran ganador es Emmanuel Macron. Fenómeno insólito en Francia, nunca un aspirante presidencial había logrado resultados tan espectaculares sin una larga trayectoria política. Macron era desconocido hace un año; tras una brillante carrera en el banco Rothschild, participó en el gobierno de Hollande como ministro de Economía. En abril del 2016, lanzó el movimiento En Marcha, en agosto renunció al gobierno. Ha recorrido Francia como el candidato del antisistema, con un discurso inusual: “ni de derecha ni de izquierda, no importa de dónde viene, lo esencial es poner a Francia en marcha”. Y se lanza para arriba, el favorito en las encuestas para la primera vuelta. En efecto, cosechó el 24,01% de los votos.
Para muchos, sobre todo los jóvenes, decepcionados por la incapacidad de los gobernantes para resolver el endémico desempleo, En Marcha representa el cambio, la esperanza, el optimismo. Casi todas las grandes figuras políticas, intelectuales y de la sociedad civil han llamado a votar a favor de Macron, no tanto por convicciones, sino para salvar a Francia de la ultraderecha.
Todo parece indicar que la segunda vuelta será un plebiscito, solo falta saber los resultados, estimados entre un 65% y un 70%.
A sus 39 años, Macron será el octavo presidente y el más joven de la Quinta República. Pero tendrá una ardua tarea, será dificilísimo gobernar un país tan dividido.
Varias preguntas se imponen, ¿cómo una vieja democracia como Francia, patria de las revoluciones, de los filósofos de las Luces, de pronto se encuentra en semejante encrucijada? ¿Qué dirían Voltaire y Rousseau, que supieron sembrar las ideas de la libertad, la dignidad y la tolerancia, entre otras semillas del humanismo universal, ante el paisaje político actual? ¿Cómo más de 7 millones de personas prefieren un partido, cuyo discurso odioso e intolerante resulta contrario tanto a los valores de Francia como a los principios fundamentales de los derechos humanos?
El autor es escritor.