Internet no debería tener fronteras, así como no tiene dueño ni centro de control. Desafortunadamente, desde hace años, los límites geográficos han estado moviéndose hacia Internet. El ideal que promueve la Internet Society de una “Internet libre y abierta, para todos” parece, cada vez, más difícil de alcanzar.
No es difícil ver cómo países con gobiernos contrarios a la libertad de expresión han construido barreras al libre flujo de información (“grandes murallas de fuego”) para censurar y limitar la influencia de las grandes compañías de Internet, casi en su totalidad ubicadas en la costa oeste de los Estados Unidos.
Menos obvias son las fronteras geográficas que las empresas de contenido de entretenimiento como Netflix, Spotify, Pandora, Apple, Amazon y otras han construido para discriminar a los habitantes (y visitantes) de diferentes países.
Resulta que, a pesar de que todos pagamos la misma mensualidad, la oferta de contenido es diferente dependiendo de dónde estemos. No solo ofrecen títulos diferentes, sino también con diferentes opciones de idiomas en los subtítulos.
Márgenes de ganancia. Durante los últimos años, esta discriminación geográfica era bastante fácil y barata de eludir. Los que querían aparentar estar en un lugar diferente solo necesitaban contratar un servicio de red privada virtual (VPN) con el que se utiliza un servidor de nombres de dominio (DNS) situado en el lugar donde se deseaba aparentar estar, y listo. Unos pocos dólares mensuales y 20 minutos de configuración, y nos brincábamos la discriminación.
Algunos cometimos el error de pensar que las empresas de contenido estarían más interesadas en servir a sus clientes que en discriminarlos. Pero es necesario indagar, ¿porqué querrían las empresas discriminar a sus clientes?, pareciera contrario a sus intereses.
Como el lector seguramente ha comprendido, las empresas distribuidoras de contenido no son las dueñas del contenido. Efectivamente, al quejarse los clientes, las empresas siempre responden que son “restricciones de licenciamiento”.
Claro está, las condiciones de dichas licencias no son transparentes para los usuarios finales, pero no hay muchos motivos para que los dueños del contenido quieran limitar geográficamente su distribución.
Es bastante probable que la distribución de contenido por Internet tenga mucho menos margen que cuando se hace por métodos tradicionales (medios físicos). Es muy posible que el dueño de la música perciba menos dinero cuando un usuario oye la canción por Spotify, que cuando compra el CD, o que el dueño de la película perciba menos cuando el cliente la ve por Netflix que cuando lo hace por cable, que a su vez, es menos que cuando la ve en el cine.
Claro está que los usuarios consumen mucho más contenido por Internet que por los medios tradicionales, pero la mentalidad angosta no cree en la elasticidad de la demanda y prefiere los grandes márgenes.
Los pequeños. Ahora bien, cuando la discriminación más duele es cuando analizamos por qué los dueños de contenido consideran que en ciertos países es más probable que sigamos utilizando los medios tradicionales.
La respuesta obvia es la disponibilidad de buen acceso a Internet. Informes como el Estado de la Internet, que publica Akamai trimestralmente, muestran claramente quiénes están más atrasados. Esos son los que tienen más probabilidades de seguir consumiendo contenido de la manera antigua, y por lo tanto las películas y canciones nuevas se ofrecerán bastante más tarde en Internet.
Obviamente, también solemos ser mercados pequeños (en mercados grandes, como China, no son ni los dueños ni los distribuidores del contenido los que deciden qué se puede ofrecer).
Muestra de esto es la ofensiva técnica que lanzó recientemente Netflix –la cual no extrañaría sea seguida por los otros– para detectar y bloquear a los usuarios que utilizaban VPN.
Han invertido tiempo, esfuerzo y dinero para congraciarse con los dueños del contenido (a costa de sus propios clientes y del libre flujo de información). Han subido la barra para quienes creemos que las fronteras no deben existir en Internet.
La buena noticia es que es posible utilizar una VPN en hardware ( router ), con software especial (unos pagados, otros libres) y, digamos, un par de horas de entender y configurar, para construirse un “túnel” virtual que sencillamente lo haga a uno “aparecer” en un servidor en otro país y poder disfrutar de todo el contenido (por el cual estamos pagando) sin la discriminación que nos imponen por ser pequeños y estar mal conectados.
El autor es ingeniero, presidente del Club de Tecnología y organizador del TEDxPuraVida.