Una investigación realizada en el marco del XX Informe del Estado de la Nación permitió constatar transformaciones notables en el perfil de los hogares costarricenses con jefaturas femeninas en los últimos 25 años.
La proporción se duplicó y las mujeres que los encabezan destacan por la mejora educativa y una mayor participación laboral. En 1987, un 17% de los hogares estaban encabezados por mujeres; en el 2013, el porcentaje alcanzó el 36%. Actualmente, una de cada tres personas vive en un hogar con jefatura femenina.
Nivel educativo. En el perfil sobresale, en primer lugar, un notable avance en el nivel educativo: en 1987, el 16% de las jefas de hogar había completado la enseñanza secundaria, proporción que se duplicó en el 2013. El grupo que más creció fue el de las mujeres con educación superior: pasaron de un 7,6% a un 20,2%.
La mejora educativa se refleja en el mercado laboral: mientras en 1987 el 25% de las jefas ocupadas tenían secundaria completa, en el 2013 la proporción fue un 43%. De igual manera, la participación laboral de las jefas de hogar registró un crecimiento notable, sobre todo, en la década del 2000. Hace 25 años, el 45% de las jefas pertenecían a la fuerza de trabajo; en el 2013, había subido al 54%.
El dinamismo y la expansión de capacidades de las mujeres jefas de hogar en 25 años, sin embargo, no se tradujo en mejoras sustantivas en materia de empleos de calidad y reducción de la pobreza. Al contrario, las cifras del 2013 revelan deterioros: ellas representan el 40% de los hogares pobres y el 43% de las familias en pobreza extrema.
Inserción laboral precaria. Frente a estos datos, surge una interrogante importante: ¿Por qué, si los cambios en el perfil de las jefas de hogar fueron positivos, no mejoraron sus condiciones de vida? Varias razones explican esta situación. La primera es que el mercado queda en deuda con las mujeres. En 25 años, no fue capaz de brindar a una proporción importante de ellas empleos de calidad. Al contrario, prevaleció una inserción laboral precaria asociada a una paga reducida, bajo aseguramiento y jornadas parciales. Esto explica por qué, durante los ciclos de crisis y bajo crecimiento económico de los años recientes, han sido las mujeres las más afectadas por el desempleo y el subempleo. En suma, si a la economía le ha ido mal, a las mujeres les ha ido peor.
La segunda explicación es que el Estado también les ha quedado debiendo. La falta de una política nacional de empleo que considere entre sus ejes el trabajo femenino, como lo proponía la Política Nacional de Igualdad y Equidad de Género (PIEG), hace que prevalezcan programas de empleo pequeños y desarticulados por parte del Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu) y otras instituciones cuyos esfuerzos, aunque importantes, han resultado insuficientes para romper el ciclo de la pobreza.
Revisión urgente. Finalmente, la ausencia de un sistema de seguimiento y monitoreo permanentes por parte del Estado, sobre el perfil de las mujeres jefas de hogar y sus necesidades particulares, ha generado, a la postre, un modelo de atención desfasado de los cambios y de bajo impacto. Hoy por hoy, dicho modelo requiere una revisión urgente y una nueva arquitectura que, integrada plenamente a una política de nacional de empleo, esté a la altura de las capacidades y aspiraciones que tienen las jefas de hogar del siglo XXI.
Isabel Román, socióloga e investigadora del Programa Estado de la Nación.