El otro día, les conté a mis estudiantes del taller de literatura y creatividad del Programa Ágape, en la Universidad Técnica Nacional (UTN), quienes son “güilas” de la “tercera edad”, sobre Manoel de Oliveira, director de cine portugués que con 106 años está plenamente activo: escribe guiones, produce y dirige películas, da conferencias, viaja, participa en festivales, gana premios internacionales y no se queda quedito.
Es más, después de cumplir 70 años, ha dirigido 30 películas, y con 77 años recibió el premio León de Oro en el Festival de Venecia. En el 2008, con 100 años, recibió la Palma de Oro en el Festival de Cannes, el más importante del mundo del cine. En julio de 2012, fue hospitalizado debido a una insuficiencia respiratoria, pero salió del hospital no a reposar ni a abrigarse, sino a estrenar en el Festival de Venecia su última película.
Entonces les decía a mis estudiantes que yo creo que no se trata de la edad, sino de la energía que ponemos en cada cosa. Porque si a las 11 a. m. Manoel de Oliveira está dirigiendo una película, atendiendo la iluminación, el sonido, el maquillaje, “peleándose” con los actores, repitiendo escenas y organizando un equipo de 50 personas; y a esa misma hora un muchacho de 18 años no quiere levantarse y tiene pereza, ¿quién es más joven en ese momento? ¿Quién tiene más energía, quién es más productivo, más creativo, quién está viviendo más intensamente?
Por eso creo que se trata de la energía y no de la edad. Y mis alumnas y alumnos del taller de literatura lo demuestran: nunca habían escrito nada, y durante el 2014 escribieron 800 textos, entre ellos cuentos y poemas que, después de una selección, que ya está en marcha, será un libro publicado por la UTN, el primero de su tipo en América, pues ya hay experiencias similares en España.
Vivir hasta el final. En un tiempo en que las universidades son cuestionadas por su inversión en extensión social, e instituciones públicas intentan hacer milagros con sus presupuestos sociales, que la UTN fortalezca el Programa Ágape es una excepción que debería volverse regla.
El Programa Ágape convierte a personas de la tercera edad en estudiantes universitarios y los pone a estudiar literatura, inglés, computación, pintura, música, teatro, y reciben clases de salud integral e inteligencia emocional, entre otros cursos. Así, muchas veces salen de su aislamiento, de su depresión, de su inactividad. No hay estancamiento en Ágape, pues sus estudiantes comparten entre ellos y con los jóvenes de la UTN. Mis alumnos andan revueltos porque van a montar una “fábrica de poemas”. En la UTN su actividad es total desde la mañana hasta la tarde.
Cuando las personas de la tercera edad conocen a otras que también quieren disfrutar, aprender y compartir, se dan cuenta de que no están solas, de que no son un caso único, y sus aspiraciones se legitiman.
Una vez que tengamos el libro de Ágape en la mano, se lo vamos a mandar a Manoel de Oliveira, con una dedicatoria de gratitud por mostrarnos que eso de la “tercera edad” no es cierto, porque en todo caso él ya está por la novena edad, y ahí sigue, sin parar.
O sea, que nos esperan muchas edades más.