Cuando miramos las cifras de matrícula y cobertura del sistema educativo costarricense no encontramos diferencias por género en la asistencia de los estudiantes, pues en todos los niveles la distribución de matrícula es cercana al 50%-50%.
Esto se refleja también en las tasas netas de cobertura, ya que para el nivel Interactivo II del Ciclo Materno Infantil de la Educación Preescolar (niños de 4 años) esta fue del 59,5% en ambos casos, mientras que para el Ciclo de Transición de la Educación Preescolar (niños de 5 años) estas fueron de 84,9% para varones y 84% para mujeres.
En educación primaria sucede lo mismo, con tasas del 92,5% y 93% de cobertura, mientras que en educación secundaria la tasa neta de matrícula para hombres fue del 68,8% y para mujeres del 73,2%.
Los datos de abandono estudiantil tampoco son tan distintos. El porcentaje en educación primaria pública fue del 1,6% y el 1,2%, mientras que en educación secundaria pública los porcentajes fueron del 11,2% y el 9% para hombres y mujeres respectivamente (en el sector educativo privado el abandono es menor al 1%).
Los datos anteriores muestran que la oportunidad de asistir a la educación constitucionalmente obligatoria no discrimina por género, y que incluso las mujeres abandonan en menor medida los estudios. Si bien los datos son del año 2015, las diferencias no varían sustancialmente para años anteriores.
Diferencias. Estos indicadores nos permiten apreciar con claridad una diferencia que se da en nuestro sistema educativo con respecto a la aprehensión de los contenidos, particularmente los relacionados con la alfabetización matemática: según los resultados de la evaluación Terce de la Unesco, en tercer grado no se encontraron diferencias estadísticamente significativas entre niños y niñas en la prueba matemática, mientras que para el sexto año escolar la diferencia comienza a mostrarse, y favorece a los varones.
Ya a la edad de 15 años, la brecha en los conocimientos matemáticos se acentúa. Según los resultados de la prueba PISA 2012, en 58 de los 71 países participantes, los hombres obtuvieron puntuaciones más altas que las mujeres. Costa Rica es, incluso, el cuarto país con la mayor diferencia entre hombres y mujeres, y esta brecha se da tanto en el sector educativo público como en el privado.
Dado lo anterior, no es de extrañar que desde el nivel de secundaria (rama técnica) las mujeres se matriculen en menor medida en especialidades relacionadas con las matemáticas: en el año 2014, en la modalidad de comercio y servicios, el 31% de los hombres se graduó de especialidades computacionales; solo el 8% de las mujeres se graduó en esta modalidad, ya que la mayor parte de ellas cursaron secretariados (43%).
En la educación universitaria se mantiene la tendencia: según el último estudio de Seguimiento de la Condición Laboral de las Personas Graduadas de las Universidades Costarricenses (Conare, 2015) “es notorio que en las diferentes áreas se polariza la distribución por sexo, siendo educación (77,7%), ciencias de la salud (72%) y ciencias sociales (69,2%) las áreas con una mayoría femenina contundente. En contraste, con las áreas de ingeniería (73,4%) y ciencias básicas (70%) que son las que presentan mayoría masculina”.
Las teorías modernas sobre inteligencia muestran que, efectivamente, los hombres tienen un mayor desarrollo cerebral en las áreas relacionadas con la lógica matemática, y concluyen por lo tanto que esta brecha es evolutiva, y no podrá ser eliminada.
Sin embargo, intentar reducirla podría ser beneficioso para el país no solo en materia de igualdad de género sino también en su crecimiento productivo.
De acuerdo con un reciente estudio de Hanushek y Woessmann titulado “Universal Basic Skills: What Countries Stand to Gain” (OCDE, 2015), si Costa Rica lograra elevar el rendimiento educativo de las mujeres, igualándolo al de los hombres, a largo plazo la mayor proporción de trabajadores calificados producirían un incremento real del PIB del 8%, con una tasa de crecimiento anual de 0,15 puntos porcentuales.
¿Cómo lograrlo? Diseñar políticas educativas enfocadas en disminuir esta brecha no es tarea sencilla; la más común es destinar una cierta cantidad de cupos de alguna carrera universitaria relacionada con las matemáticas a las mujeres, y ofrecerles beneficios para cursarlas. Sin embargo, la aversión a este tipo de carreras comienza antes de la etapa universitaria.
La prueba PISA nos brinda una luz de qué podría hacerse desde antes, pero esta acción debe comenzar desde el hogar.
Los resultados de dicha evaluación muestran que, en general, las mujeres tienen menos confianza en sí mismas que los hombres para resolver problemas matemáticos o científicos, e incluso tienden también a reconocer un sentimiento de ansiedad hacia las matemáticas mayor al de los hombres.
Esta menor confianza puede deberse a la propia cultura de cada país y de cada hogar, que no incentiva a las mujeres a sentirse confiadas en sí mismas para estudiar matemáticas, pero si se lograra aumentar esta confianza en nuestras jóvenes estudiantes, el beneficio podría ser elevado: en la prueba PISA 2012, al comparar solo a los hombres y mujeres que tienen un nivel similar de confianza en sí mismos con respecto a las matemáticas, la brecha de género en rendimiento desaparece.
El autor es economista.