El periódico La Nación ha publicado una muy importante noticia sobre el segundo regaño en menos de cuatro meses que ha hecho el Comité contra la Tortura, de la ONU, a la Iglesia católica por proteger, en lugar de castigar, a los sacerdotes que, en muchos países y en forma sistemática, han abusado sexualmente de los niños.
“Nosotros no decimos que el Vaticano sea responsable de todas y cada una de las violaciones cometidas por cualquier cura. Pero sí decimos que la Santa Sede violó la Convención en los casos en que fue informada de abusos e ignoró las acusaciones, y eso, que nosotros sepamos, sucedió al menos unas 50 veces”, declaró la relatora del caso Felice Gaer.
Responsabilidad. La principal conclusión del Comité contra la Tortura es que la responsabilidad del Vaticano no se limita a su territorio, sino que abarca los abusos cometidos en otros países donde la Santa Sede ejerza efectivo control sobre el perpetrador. “Efectivo control significa que el Vaticano fuera informado y no actuara. O fuera informado y ordenara trasladar al abusador en lugar de perseguirlo y acusarlo”, dijo Felice Gaer.
Siempre me ha parecido que uno de los peores crímenes que puede cometer un ser humano es el de abusar de un niño, que no tiene la capacidad, ni la fuerza, ni la experiencia para defenderse, sobre todo si el que lo ofende y lo maltrata es alguien a quien el infante ha aprendido, desde su hogar y desde la sociedad en la que vive, que debe amar y respetar, como son, en la mayor parte de los casos, los sacerdotes. Violar la inocencia es un crimen infame e imperdonable. Lo que ha sucedido, y sigue sucediendo, es que estos criminales con sotana no sufren el menor castigo, pues la historia nos muestra que en Irlanda y Estados Unidos, para mencionar solo dos países de los muchos que han sufrido este flagelo, lo único que ha hecho la Iglesia católica es pasar al culpable a otra diócesis, donde seguirá cometiendo los mismos crímenes, y pagar millones de dólares para evitar el escándalo.
Sin castigo. En un artículo anterior mencioné al padre Lawrence Murphy, quien tuvo a su cargo la escuela para niños sordos de St. Francis de Wisconsin y abusó sexualmente de más de 200 niños durante muchos años, contando siempre con la protección del papa Benedicto XVI, y nunca recibió el menor castigo. Lo mismo sucedió con el sacerdote Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, que abusó de cuanto niño encontró a su paso, incluyendo a sus propios hijos, y quien fue siempre protegido por el papa Juan Pablo II. Con respecto a este segundo regaño de la ONU, el Vaticano ha indicado que tomará nota, y que “tendrá en seria consideración sus recomendaciones”.
Espero que esto signifique que –¡por fin!– hará lo que debió haber hecho siempre: seguir una política de no permitir el menor abuso contra niños por parte de sacerdotes y entregar a los culpables a las autoridades civiles para que reciban el merecido castigo.