Los optimistas opinan que este es el mejor momento de la historia para estar vivos. Nunca antes la humanidad había disfrutado de tanta riqueza, ni hubo tan pocas muertes violentas, ni han existido tantas democracias, ni hemos vivido tantos años, ni hemos producido tanta comida, ni hemos tenido energía tan abundante, ni ha sido posible desplazarse por el planeta tan rápido y eficientemente, ni nos hemos podido comunicar tan fácilmente y barato, etc.
Los optimistas están convencidos de que, si bien los adelantos tecnológicos que han traído tanta prosperidad también han causado grandes retos a la humanidad (por ejemplo el cambio climático), son precisamente las nuevas tecnologías las que nos permitirán superar dichos retos.
Los optimistas creen que deben seguir produciéndose cambios, nuevos productos, nuevos y mayores mercados, nuevas maneras de entretenernos y cultivarnos, nuevos modelos de negocio, cada vez más rápido y con mayor alcance. Que el mundo estará cada vez mejor.
Los pesimistas, por su parte, no están de acuerdo, consideran que el pasado siempre fue mejor, que la incertidumbre del futuro produce suficiente ansiedad como para aumentarla con cambios abruptos, que la estabilidad es valiosa y se debe proteger, que deben ser defendidos los límites nacionales y culturales, que no debe confiarse a ciegas en la ciencia o la tecnología, que la globalización favorece a unos pocos y, probablemente, que todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros.
Golpes. Este año, los optimistas se han llevado dos golpes duros, inesperados e innegables, por la vía democrática. Es muy posible que, como resultado, los optimistas hayan empezado a pensar que, tal vez, después de todo, es posible que se descarrile el tren y perdamos este mundo tan lindo que hemos disfrutado por tantos años.
Al mismo tiempo, y a causa de los mismos resultados, los pesimistas pueden estar pensando que tal vez el futuro no sea tan negro como antes pensaban. Si de veras hay menos optimistas y pesimistas, por lo menos en intensidad, no es descabellado pensar que habrá un acercamiento en las posiciones, no sin antes sufrir varios encontronazos, por ejemplo políticas públicas que los mercados rechazan de forma inmediata y profunda (y todos sufren).
Globalización. El genio de la globalización se salió de la botella, y no hay nada ni nadie que lo pueda volver a encerrar. La globalización no es un fin, ni es un arma, nadie la diseñó, y ciertamente no tiene dueño.
La globalización, al proveer mercados cada vez más grandes, produce una mejor asignación de los recursos, de manera que los más productivos (o más subsidiados) capturan más mercado, y los otros sufren.
Pero la globalización no vino sola, fue impulsada por Internet y tecnologías de información, que han hecho la logística mucho más eficiente, con el consecuente traslado de trabajos repetitivos a los lugares donde la mano de obra es más barata.,
Pero, más recientemente, la globalización está siendo acompañada por tecnologías disruptivas (como robótica, inteligencia artificial, energía solar, biotecnología y nanotecnología) las cuales están automatizando los puestos de trabajo, primero entre los trabajadores de cuello azul y ahora a los de cuello blanco.
Para exacerbar la situación, resulta que los trabajos más productivos –aquellos basados en conocimiento– producen mucha riqueza, pero muy poco empleo (como proporción del ingreso), de hecho, recientemente, el Estado de la Nación nos dijo que “los sectores más productivos son los que menos crecen”.
Bastante obvio si se considera que al reducir los requerimientos de personal para realizar un trabajo, la productividad sube.
Riqueza y equidad. La globalización, nos dicen los optimistas, es terreno fértil para producir mucha riqueza. Pero no hay nada intrínseco que garantice equidad de oportunidades, incluso hay quienes aseguran que es todo lo contrario (los pesimistas).
Cuando los puestos de trabajo dejan un país para ir donde la mano de obra es más barata (ya sea porque la gente gana menos o por subsidios fiscales), cuando regresan vienen automatizados (por maquinaria agrícola, robótica, impresión 3D, o inteligencia artificial).
Es muy probable que veamos intentos honestos de detener la globalización, como los hubo para parar la industrialización, con los mismos resultados.
La gran diferencia es que ahora, doscientos años después, todo se mueve muchísimo más rápido, y eso hace mucho más difícil la aceptación y adopción del nuevo orden planetario.
Está claro, para mí, que estamos en una encrucijada que no la pueden resolver ni los optimistas ni los pesimistas.
Necesitamos empezar a tener las conversaciones que no hemos tenido, por orgullos, envidias, malentendidos, rencores, resentimientos y toda suerte de otras emociones no constructivas.
La visión más pesimista afirma que los pesimistas se negarán a conversar con los optimistas. La visión más optimista (¿o será la más pesimista?) dice que la ciencia, la tecnología y el pensamiento racional prevalecerán, y por lo tanto no hace falta conversar.
El autor es ingeniero, presidente del Club de Investigación Tecnológica y organizador del TEDxPuraVida.