Curiosa situación, aquella en que, pese al título rimbombante de primera dama, de facto se la relega a una posición de segunda. En las monarquías, la consorte, con suerte, le proporcionaba al primer mandatario su descendencia, si varón, mejor.
¿Eso es de antes y de otras partes? También en esta República, la ascendencia… de la descendencia da un tremendo rango y da visos y dinastías. La reciente película La primera dama de la revolución puede por supuesto leerse en código pro-Figueres y pro-Liberación. Por suerte se centra más en el drama de interno de la mujer del gobernante, abandonada entre tantos quehaceres militares y políticos de este.
Al tener, en Madrid, amistad con Marina Volio y Gerardo Trejos, era como imaginar bandos irreconciliables: los Montesco (del lado de Romeo) contra los Capuleto (del lado de Julieta). Ahora, las aguas se han calmado, pero no del todo; se sorprende uno todavía con esas identificaciones de “hueso colorado” de grupos familiares al lado de y hasta en contra de otros.
Alejamiento. Felizmente, nos vamos alejando de la caricatura en blanco y negro que durante décadas prevaleció, en torno al antes, durante y después del 48. Si bien la película evitó el escollo propagandístico del lado de los herederos, sobre todo del segundo matrimonio de don Pepe, es evidente que el desenlace de la contienda impuso una visión unilateral: todavía deja rastros, como los verdes billetes de ¢10.000, con la efigie del padre Figueres.
Es más, hace unos años, habría sido difícil insertar en esa película una foto, todavía con el Dr. Calderón Muñoz vivo (ergo: antes de 1943), con su hijo, el mandatario de entonces y su legítima esposa, la ahora todavía tan desconocida Yvonne Clays, en calidad, pues, de primera dama.
Es que hasta hace poco se denotaba una doble ceguera: primero que el vencedor de un conflicto es el que escribe la historia, por ende sesgada; en seguida, que dentro del mismo calderonismo, hasta la muerte de la segunda esposa del Dr. Calderón, prevalecía un terreno minado.
Ha llegado, pues, el momento para enderezar las perspectivas, en bien de la objetividad y el patriotismo correctos: dentro de su contrarrevolución, el viejo Figueres supo salvaguardar hermosas conquistas, esas sí: realmente revolucionarias, como el Seguro Social, el Código de Trabajo y la Universidad, de su adversario.
Para que otros profundicen, la película comentada me da la oportunidad de confrontar a las primeras esposas de los grandes contrincantes, Dr. Calderón Guardia y José Figueres.
Reposo del guerrero. El paralelismo puede mantenerse en varios puntos: ambas, sin ser de sangre “azul”, de bastante abolengo aristócratas eran, las dos; pero allí ya afloran las diferencias: no se comparan, en apertura, el Bible Belt, en torno a Alabama (cosa bien sugerida en la película), en comparación con la educación cívica-religiosa, inglesa y belga que recibió doña Yvonne, exiliada de su Amberes natal durante la Primera Guerra Mundial.
Fueron florcitas extranjeras, ambas bellas en su tipo, importadas a Costa Rica, ahora todavía un medio bastante pequeño y rural cerrado, como para imaginar aquello en los años cuarenta.
No hay que ser experto investigador en la teoría del “segundo sexo” planteada por Simonne de Beauvoir para deducir que su rol asignado fue el de “reposo del guerrero”, procreadoras, legitimadoras de la respectiva estirpe masculina.
Doña Henrietta sí tuvo oportunidad de cumplir con ese papel y es lindo verla, de muy mayor, en familia, celebrando con sus vástagos. Doña Yvonne quiso niños y hasta tuvo una pérdida, pero –me lo repitió tantas veces– pese a su inmenso amor por el marido, nunca se sintió realmente apoyada en tantos aspectos, como mujer; es más, fue traicionada.
Pero otra diferencia grande, ella no se escapó: hasta sus últimos días, en pobreza, permaneció fiel a un ideal que juró en la Iglesia de Nuestra Señora, en Amberes, construyendo también ella (y por supuesto guardando distancias de género), como Tomas Moro, quinientos años antes, una utopía social en el Nuevo Mundo.
Falta investigación. Pero la comparación por fuerza debe desembocar en papeles muy distintos asumidos y permitidos por el respectivo marido. Por allí cabe muchísima investigación y visualización todavía, en aras de una historia equilibrada, restituida.
A como en la película vemos a doña Henrietta con un fusil, no me imagino a doña Yvonne ni con una pistola de juguete; y a como sospecho que don Pepe fue mucho más represivo todavía que su colega en cuanto a rol político efectivo de su respectiva cónyuge, cabe escudriñar mucho todavía sobre el papel asumido ( volens nolens el marido), por la europea.
Con base en lectura contextual y cantidad de conversaciones con ella, desde cuando se conocieron en la playa, en Bélgica, los futuros esposos Calderón estaban por un lado imbuidos de un mismo amor-pasión por la justicia social, en términos del cardenal Mercier y, por otro lado, el padre Clays se encontraba fuertemente relacionado con la política de allá, no solo la católica (entre otros Van Zeeland, que vino de visita y fue el primer Dr. honoris causa de la UCR) sino también socialista (Vandevelde). Aquí mismo, no me imagino a doña Henrieta haciendo de tejedora política (entre otros con la reconciliación Calderón-Ricardo Oreamuno).
Dejo en el tintero tantos elementos; ojalá costarricenses de pura cepa reconstruyan su propia identidad e imagen. Adelante pues, historiadores concienzudos (Miguel Acuña, Miguel Picado, Iván Molina, David Díaz y otros) aun divergentes: sigan escarbando, enriquecen el debate.
Adelante también los artistas recreadores: (Mercedes Ramírez, Alejandro López Meoño): mucha tarea queda por delante, también en el rescate de esta otra primera dama, no precisamente mujer de segunda.
El autor es educador.