El reporte fue elaborado por los agentes del servicio de seguridad del Estado polaco y registrado en los archivos del temido Ministerio del Interior.
Literalmente, el parte rezaba: “El 8 de octubre de 1984, en la parroquia de Bytomiu, al ser las 18 horas, Popieluzsko ofició misa; en su homilía subrayó el significado de la dignidad humana, de la libertad concedida por Dios y también de la facultad para discernir la verdad de la mentira; en un momento de la ceremonia, animó a la oración para que los niños en Polonia fueran educados en el espíritu del amor a Dios y a la patria; además, cantaron la frase ‘¡Dios ha creado a Polonia, dígnate devolvernos la patria libre, Señor!’. Ante esa exclamación, cientos de extremistas levantaron los dedos formando la letra V, la de la victoria”. Lo anterior fue el parte policial con el que se registró una de las últimas actividades llevadas a cabo en vida por el sacerdote polaco Jerzy Popieluzsko.
Pocos días después, fue secuestrado y asesinado por varios agentes de seguridad del régimen socialista de Wojciech Jaruzelski. Al padre Popieluzsko se le perseguía porque en el púlpito de su iglesia hacía declaraciones como las que aparecían en el reporte de inteligencia antes transcrito, y que eran consideradas subversivas.
En la Polonia del materialismo laicista anterior a 1989, ser cristiano no era fácil. En el verano de 1980 los trabajadores del acero de la ciudad de Varsovia quisieron solidarizarse con los obreros de Gdansk. Para ello, se levantaron en protesta y se encerraron en la acerería, y durante el encierro reclamaron la presencia de su cura párroco.
Llamado. Allí es cuando el padre Popieluzsko inicia su llamado hacia el martirio, pues a partir de ese momento se caracteriza por su carisma, su combativa defensa de la libertad y su testimonio de amor cristiano. Gracias a sus comprometidos sermones, su parroquia de Stanislao de Kotska se torna, paulatinamente, en el epicentro de la resistencia polaca contra el régimen marxista que entonces subyugaba al país.
Un cronista de su biografía, el escritor José Álvarez de las Asturias, relata que el régimen estaba especialmente incómodo con sus prédicas, pues estas eran una incendiaria mezcla de espiritualidad y patriotismo.
De hecho, Popieluzsko y su parroquia representaron un pilar del naciente sindicato democrático Solidaridad, pues en sus homilías defendía la libertad política, religiosa y sindical de los trabajadores agrupados alrededor del sindicato.
Cuando en 1981 se impone en Varsovia la ley marcial, la potente bota militar no detiene la voz valiente del cura Popieluzsko. ¡La verdad vencerá!, espetaba en sus cada vez más multitudinarias misas. Ellas fueron su pena capital. De 1980 hasta su asesinato en 1984, fue constantemente espiado, acosado, arrestado y finalmente torturado.
Romero. Su historia tiene paralelismos con la del arzobispo salvadoreño, monseñor Óscar Arnulfo Romero. De hecho, ambos murieron en martirio. La lucha de Romero no fue contra el laicismo materialista del marxismo, sino contra una manifestación distinta del mal. Romero fue entronizado como arzobispo en el año 1977.
El contexto nacional en el que el arzobispo de San Salvador ejerció su prelatura fue particularmente traumático. El pueblo salvadoreño venía arrastrando el lastre de cientos de años de desigualdades culturales que generaron un esquema de propiedad de los medios productivos muy injusto.
Desde sus orígenes, lejos de ser una sociedad gradual y pacíficamente colonizada, la de El Salvador fue una sociedad, no solo conquistada a sangre y fuego, sino con profundas diferencias culturales y étnicas.
Esto produjo que, desde sus mismos inicios como nación, el salvadoreño no fuese un pueblo que caminara a un unísono tañer de campanas de progreso. Por ejemplo, en su etapa originaria de desarrollo agrario, la tierra, que era la fuente primaria de riqueza y acumulación de capital, estaba brutalmente concentrada.
Posteriormente, en el siglo XX, durante la segunda etapa, la del desarrollo industrial y de servicios, los poderosos terratenientes salvadoreños diversificaron su actividad originaria, pero mantuvieron acumulada en sus manos la capacidad productiva del sector industrial y de servicios. Para agravar la situación, a diferencia de otras naciones latinoamericanas –como Costa Rica, Chile o Uruguay– el desarrollo del Estado social de derecho salvadoreño fue prácticamente inexistente.
Esa abrumadora concentración de la actividad productiva fue una siembra de vientos que produjo una situación de miseria e inequidad. Una tempestad.
Finalmente, tal injusticia se tradujo en una violencia social y represión que desembocó en la guerra civil que asoló a El Salvador desde finales de la década de 1970 y hasta la firma del plan Arias para la paz centroamericana.
Represión. A Romero le correspondió enfrentar no solo los drásticos métodos represivos de la cúpula militar salvadoreña que dirigió la contrainsurgencia, sino también la frivolidad y la codicia de los sectores económicos que, por su afán de acumulación material, no aceptaban ninguna apertura del sistema socioeconómico productivo de aquella sociedad. Ante esa realidad, Romero, al igual que lo hizo Popieluzsko, levantó su voz desde el púlpito y desde la organización de las comunidades eclesiales.
Sus homilías eran particularmente vehementes contra el egoísmo generado por la inequidad y la opresión del pueblo salvadoreño. Su llamado final a la cordura de los militares, la cual hizo en su homilía dominical del 23 de marzo de 1980, será, por siempre, una de las frases más recordadas de la historia de la civilización: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡les ordeno!, en nombre de Dios, ¡cese la represión! Al día siguiente, el lunes 24 de marzo, Romero moría asesinado mientras oficiaba misa en el Hospital de la Divina Providencia.
Mártires. Romero y Popieluzsko son dos mártires que entregaron sus vidas por confrontar la verdadera espiritualidad frente a los materialismos de ambos espectros. Por una parte, Popieluzsko confrontó el materialismo laicista de los condicionamientos ideológicos. Por otra, Romero confrontó el materialismo de la codicia económica.
Son mártires, pues, sin duda, ¿qué es un mártir, sino aquel que decide aceptar su llamado en Dios, aun si las circunstancias le insinúan una muerte inminente?
En una de sus últimas homilías, poco antes de morir, Popieluzsko dejó sentado el mensaje que es una portentosa herencia a los pueblos: “Te doy gracias –dijo– por todos los que no se dejan vencer por el mal, porque al mal vencen con el bien. Para vencer el mal con el bien hay que cuidar la virtud de la valentía. Pobre de aquella sociedad cuyos ciudadanos no se guían por la valentía”.
Fernando Zamora Castellanos es abogado constitucionalista.