El pasado domingo 25 de octubre la región experimentó una intensa jornada electoral: se celebraron dos elecciones presidenciales –primera vuelta en Argentina y balotaje en Guatemala–, además de importantes comicios locales en Colombia, cuyos resultados guardan estrecha relación con el proceso de paz y las elecciones presidenciales del 2018.
Haití, por su parte, también realizó el balotaje de las elecciones legislativas y municipales (cuya primera vuelta tuvo lugar el pasado 9 de agosto), así como la primera vuelta de sus elecciones presidenciales en la que participaron más de 50 candidatos para elegir al sucesor de Michel Martelly.
Debido a que, a hoy, el organismo electoral aún no ha informado oficialmente acerca de los resultados, concentraremos nuestro análisis en los tres primeros comicios. Vale la pena advertir que esta demora seguramente vendrá acompañada –como es usual en Haití– de denuncias de irregularidades y fraude que irán tensionando el ambiente político a medida que vayan conociéndose los resultados oficiales.
En Argentina, la sorpresa residió en el mediocre resultado electoral (el más bajo en la historia del peronismo) obtenido por el candidato oficialista y actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, a quien muchas encuestas –otras de las grandes perdedoras en este proceso– señalaban como posible ganador en primera vuelta si obtenía el 40% de los votos, con una diferencia superior al 10% sobre el segundo.
Scioli quedó lejos de ese porcentaje (apenas superó el 36%), aventajando en solo 2,5 puntos al candidato del frente opositor Cambiemos y actual jefe de Gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri, quien obtuvo el 34%.
La otra sorpresa en estos comicios –la mayor de todas y que tampoco ninguna encuesta pudo anticipar– fue la derrota histórica del peronismo en la provincia de Buenos Aires (tras 28 años de hegemonía justicialista), que también arrastró –como un verdadero terremoto político– a los llamados “barones” del conurbano bonaerense.
En la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país, que concentra al 37% del padrón electoral nacional, María Eugenia Vidal, de Cambiemos, superó por una diferencia de cinco puntos a Aníbal Fernández, candidato oficialista y actual jefe de gabinete de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, convirtiéndose en la nueva gobernadora bonaerense a partir del próximo 10 de diciembre.
Como consecuencia de los resultados de la primera vuelta, el 22 de noviembre se celebrará un balotaje histórico, además de inédito, ya que hasta ahora Argentina mantenía el récord de ser el único país de la región que, no obstante haber constitucionalizado el balotaje en 1994, nunca había recurrido a él. En el 2003 estuvo cerca de hacerlo, pero el retiro de Menem, antes de la segunda vuelta, lo frustró.
El eje central de la campaña en la segunda ronda estará centrado en el tipo de cambio que más conviene a la sociedad argentina: el cambio dentro de la continuidad que enarbola Daniel Scioli o el cambio como alternancia que propone Macri.
Ambos candidatos han comprometido su participación en un debate nacional –otro hecho inédito en la historia política del país– y han empezado a desplegar sus respectivas estrategias para atraer los cinco millones de votos que recibió Sergio Massa en la primera vuelta (quien, con el 21%, ocupó el tercer lugar) y a los casi dos millones de votos de los otros tres candidatos (Del Caño, Stolbizer y Rodríguez Saa), quienes quedaron fuera de la segunda vuelta.
Por el momento, la ventaja la lleva Macri, quien, a pesar de haber ocupado el segundo lugar en la primera vuelta, ha quedado mejor posicionado políticamente de cara al balotaje. Pero el final sigue abierto.
En Guatemala, los resultados del balotaje se ciñeron a los parámetros que venían indicando las encuestas. El comediante evangélico Jimmy Morales obtuvo un triunfo electoral contundente (un 67% frente al 33% de Sandra Torres). La victoria del outsider Morales se explica, sobre todo, debido a la actual coyuntura que vive el país centroamericano.
Mientras sus rivales políticos (Manuel Baldizón y Sandra Torres) encarnaban los viejos vicios, Morales logró encauzar las aspiraciones de regeneración política, mayor transparencia y combate a la corrupción que clamaba la ciudadanía.
Pero, si ganar las dos vueltas electorales fue un trámite relativamente sencillo para Morales, los desafíos que deberá enfrentar como presidente (a partir del próximo 14 de enero del 2016) son mayúsculos.
Su promesa, impresa en el lema “Ni corrupto ni ladrón”, apunta en la dirección correcta, aunque es insuficiente para estar a la altura de las expectativas ciudadanas de cambio y transformación política e institucional; ciudadanía movilizada y exigente que, en tan solo seis meses, mediante sus protestas, logró derribar y enviar a prisión a la vicepresidenta (Roxana Baldetti) y al presidente (Otto Pérez Molina). Si Morales desea preservar el bono democrático y el apoyo ciudadano que actualmente goza, deberá dar respuesta rápida y efectiva a las demandas ciudadanas en temas como educación, salud, seguridad y transparencia.
La situación fiscal es precaria y el Estado está al borde del colapso en varios ámbitos. Sus recursos políticos son igualmente escasos para garantizar la gobernabilidad e impulsar las reformas que demanda la ciudadanía: carece del respaldo de un partido fuerte y de incuestionables credenciales democráticas; aún no cuenta con un sólido equipo de gobierno, y su bancada en el Legislativo es insignificante (11 diputados de 158).
Bajo estas premisas, el futuro político de Guatemala se ve incierto y plagado de obstáculos. De ahí la importancia de que Morales aproveche al máximo el periodo de transición para establecer su hoja de ruta, formar su equipo y dar atención prioritaria a temas clave como son, entre otros: el presupuesto 2016; una agenda consensuada de reformas dirigidas a regenerar el sistema político; garantizar la transparencia y combatir frontalmente la corrupción, y la prórroga de la Comisión Internacional contra la Impunidad (Cicig).
En Colombia, en relación con las elecciones locales, cabe apuntar que los grandes triunfadores fueron el presidente, Juan Manuel Santos, y el vicepresidente, Germán Vargas Lleras (uno de los aspirantes más fuertes para suceder a Santos en el 2018).
Ambos salieron fortalecidos al lograr que varios de sus aliados políticos alcanzaran el poder en los principales departamentos y capitales del país; autoridades locales estas que desempeñarán un papel clave en la implementación de los futuros acuerdos de paz.
Por su parte, los principales derrotados fueron el nuevo partido de Uribe (Centro Democrático), que obtuvo resultados adversos no solo en Bogotá (su candidato Francisco Santos quedó en un lejano cuarto lugar), sino también en la cuna misma del uribismo (Antioquia y Medellín).
El otro gran derrotado de estas elecciones fue la izquierda, la cual, tras 12 años ininterrumpidos de estar en el poder, perdió la joya de la corona, la Alcaldía de Bogotá en manos del exalcalde Enrique Peñalosa, quien encabezó una coalición conformada por el partido de Vargas Lleras (Cambio Radical), la Alianza Verde y el Partido Conservador.
Mi opinión: el superdomingo electoral confirma la importancia creciente del balotaje para definir las elecciones presidenciales en América Latina. Las tres elecciones presidenciales de este año han debido definirse en una segunda vuelta; tendencia que también estuvo muy presente en la gran mayoría de los comicios presidenciales del 2014.
Estos procesos también han estado marcados por una demanda de cambio y el factor sorpresa que, de confirmarse en el caso argentino, podrían significar la llegada de un nuevo ciclo político a la región.
Daniel Zovatto es director regionalpara América Latina y el Caribe de IDEA Internacional.