Hay una peligrosa tendencia política que nos arrastra al retorno de los personalismos. No se trata de alguna secreta conspiración debidamente fraguada para ello, como es usual escuchar en las leyendas urbanas imaginadas para cautivar mentes simples. En realidad es un fenómeno social decadente que toma fuerza.
Los caudillismos y los partidos personalistas son parte de un pasado que en algún tiempo fue superado, pero que retorna para mal de todos.
Los siglos XIX y XX fueron épocas plétoras en personalismos sin verdaderos partidos. La regla en la infancia democrática de nuestro país fue el partido personalista y temporal.
Los partidos personalistas son propios de democracias inmaduras y débiles. Podemos citar muchos de ellos, algunos de los cuales llevaban incluso el nombre de su líder.
La historia refiere, entre otros, el Partido “peliquista” –en razón de su fundador, el dictador Pelico Tinoco–, el Demócrata “cortesista”, de don León Cortés. Igualmente el Partido Civilista, del expresidente Rafael Yglesias, el Reformista, del general Volio o el “ulatista” Partido Unión Nacional.
Por el contrario, los partidos ideológicos fueron la rara excepción. El primero de ellos fue la “Unión Católica”, inspirado en la doctrina social de la Iglesia. El otro fue el Bloque de Obreros y Campesinos, embrión del marxismo-leninismo criollo.
Así, en la etapa infantil de nuestra democracia, la regla eran los personalismos caudillistas. Al contrario, los partidos ideológicos eran la excepción, pues la sociedad no tenía la cultura política para votar por plataformas programáticas, sino que se dejaba seducir por personalismos y caudillismos.
Partidos ideológicos. Es hasta después de la revolución de 1948 que surge un partido en la historia con dos características ideales: ideológico y permanente, pues, como indiqué, sea antes o después de dicho partido, han existido movimientos electorales ideológicos, más no permanentes.
Con la revolución de 1948 y el debilitamiento de la élite cafetalera, nuestra democracia evolucionó elevándose a un estado superior, en donde la regla fue que los partidos ideológicos fueron quienes tuvieron la fuerza política, siendo los partidos personalistas la débil excepción.
Junto al PLN –socialdemócrata–, surgieron otros partidos ideológicos que, aunque no permanentes, le disputaban el dominio desde otras plataformas filosóficas.
Así, Costa Rica vio nacer las diferentes versiones de la democracia cristiana y las múltiples versiones temporales del marxismo que, entre ambos, disputaban el poder a la socialdemocracia nacional.
Los partidos con alguna base filosófica y programática se convirtieron en semilleros de líderes formados al calor de la brega y de una cultura desarrollada en la actividad política seria, que permitió la forja de generaciones con un carácter y una educación indispensable para gobernar.
Fragmentación. Lamentablemente, ha venido surgiendo una paulatina y progresiva corriente populista que, disfrazada bajo un cariz aparentemente novedoso, en realidad son vocaciones personalistas. O, peor aún, han vuelto a escena, con singular perseverancia, banderas políticas que solo son expresión de algún grupo de interés muy específico. Y a partir de esa tendencia, han vuelto a tomar fuerza los partidos caudillistas.
Entonces, encontramos partidos que nacieron exclusivamente para que figuras políticas mantengan, casi permanentemente, sus aspiraciones presidenciales o parlamentarias.
Partidos hechos para que se peleen posiciones en un cuatrienio, se repose la aspiración en el siguiente y se vuelva a la diputación o a la candidatura presidencial en la subsiguiente.
Y así, abrazados por tal dinámica, se fragmenta más la democracia hasta una atomización exponencial. No solo se engendra una brutal insularización del poder, sino que, dentro de esa misma fragmentación, resulta una lucha encarnizada de subfracciones dentro de fracciones.
Esta tendencia hacia el retorno de los personalismos le ha hecho un tremendo daño a la democracia y a los partidos en general. Y de tal desprestigio se están valiendo algunos operarios políticos para sacar ganancia de dicho “río revuelto”.
Y, entonces, afanados por acabar con la rabia matan al perro, aprobando leyes y planteando proyectos que afrentan la democracia.
Por ejemplo, la Costa Rica, antes orgullo de la democracia americana, hoy procesa penalmente a sus dirigentes por el “delito” de reunirse en casas que no están inscritas a nombre de personas físicas, pues en una decisión llena de prejuicio social, nuestro Código Electoral ahora impide que las personas jurídicas participen en la actividad electoral. Al extremo de tener militantes con un pie en la cárcel por el “delito” de prestar sus casas para reuniones, pues estas tienen el “gravísimo” pecado de estar inscritas a nombre de personas jurídicas. Una absurda satanización de la actividad democrática.
Como secretario general del PLN, debí negarle el nombramiento asalariado a un eficiente funcionario del partido si antes no traspasaba la propiedad de su vehículo. Si laboraba con su vehículo, mientras este permaneciera a nombre de su sociedad familiar, ambos nos exponíamos a ser penalmente procesados. ¡¿A dónde hemos llevado la democracia?!
Línea peligrosa. Investigue el ciudadano: ¿cuánto están obligados los partidos a gastar, por causa de los fideicomisos de fiscalización que tales leyes sobrerreguladoras imponen? Y la tendencia va en aumento.
Dentro de esa peligrosa línea, está la reciente propuesta de restar recursos estatales a los partidos. Ahora invertir en la democracia es también algo satanizado. Aún más, con el objetivo de que emitiera un criterio jurídico, recientemente me fue remitido, por una Comisión permanente del Congreso, un proyecto grandilocuentemente titulado “Combatir la impunidad en los procesos electorales”.
Entre otras regulaciones, se pretende perseguir a todo aquel jerarca partidario que no reporte las contribuciones en especie que los ciudadanos hagan a sus partidos.
Ante esto atiné a recordarles: ¿qué es la dinámica democrática sino una permanente aportación en especie de los militantes a sus diversos partidos? Ese tipo de iniciativas responden a la peligrosa tendencia que nos devuelve a los personalismos, y que amenaza a la democracia.
Sé que hay quienes de buena fe ven con aceptación la desaparición del sistema de partidos. Pero la realidad es que, si estos son proscritos de la escena democrática, lo que resulta es el individualismo personalista en su máxima expresión.
Es regresar a una etapa infantil de la historia: la del populismo personalista y caudillista. La muerte del ideal político construido en la brega colectiva.