La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ya genera una aguda preocupación por el futuro de la agenda climática. Aunque el instinto de algunos es la desesperanza, hoy más que nunca debe prevalecer la serenidad, la disciplina y hasta cierta frialdad ante los hechos.
Esto para definir qué estrategias y alianzas climáticas serán eficaces de cara a un cabildeo anticlimático que insistirá en descarrilar el legado del presidente Obama en materia de energía y clima.
Es indispensable colocar la elección de Estados Unidos en un panorama más amplio que el fenómeno Trump. Hay dinámicas en curso que harán un contrapeso ante posibles hostilidades climáticas de su administración. La acción climática es global y, en última instancia, si EE. UU. se aisla en este campo, el principal efecto –y lesión– sería para su propia economía.
Realidades económicas. La economía climática avanza en la medida en que las empresas se beneficien de ella. Esto ya ocurre. El giro hacia la economía cero carbono es enérgico debido al vertiginoso crecimiento de las inversiones en energías renovables, edificios eficientes, transporte eléctrico y la agricultura inteligente.
Solo el comercio de bienes y servicios ambientales alcanzaría $1,9 trillones en el 2020. Es un mercado cada vez más global y más inclinado a los países emergentes.
China ya es el productor número uno del mundo de energía renovable y se posiciona como el mercado más grande para el transporte eléctrico. Por ejemplo, Renault ya anunció este mes que un auto 100% eléctrico de $8.000 será vendido en el mercado chino.
Para la inversión extranjera directa en Chile, el desierto de esta país seguirá siendo atractivo para proyectos de energía solar.
Seguirán las inversiones en renovables en la India, Marruecos o Uruguay. Hay rentabilidad y beneficios intrínsecos a dichos proyectos. Sin duda, vendrán años de nombramientos vergonzosos en Washington y oscurantismo científico, pero este es el punto: la dinámica anticlima coexistirá con una dinámica económica a favor de tecnologías limpias.
Incluso en Texas, corazón de la economía del petróleo y el gas de Estados Unidos, ya hay 100.000 personas que trabajan en renovables y solo en Carolina del Norte, un estado republicano, la energía limpia atrajo casi $7.000 millones en el 2015.
Realidades urbanas. La urbanización del planeta no tiene precedentes y la nueva forma de “hacer ciudad” tiene impactos cada vez más palpables en la agenda climática.
El surgimiento de los alcaldes como aliados del Acuerdo de París fue trascendental. Las ciudades han aportado innovaciones valientes en movilidad, urbanismo y transformación social que difícilmente vendrán de los ministerios o presidentes. ¿Cómo obviar las disrupciones urbanas de Nueva York, Ámsterdam o Medellín?
La famosa prohibición al fumado en lugares públicos defendida por el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, generó un efecto dominó global. Hay alcaldías, Londres, por ejemplo, que gestionan más personas y fondos que países enteros. Son referentes. No sustituyen el gobierno central, pero son un contrapeso.
Son una oportunidad para la era Trump que se inicia porque las batallas por la ciudad caminable, respirable e inclusiva ayudarán a mover la agenda climática alrededor del mundo.
En octubre, nació una “nueva agenda global” en una actividad global, Hábitat III, con 30.000 participantes en Quito. Es una dinámica imparable y aliada de la sustentabilidad se cuente o no con los gobiernos centrales.
Realidades demográficas. El triunfo de Trump no puede ni debe interpretarse como un rechazo a la acción climática por parte de los ciudadanos estadounidenses. Un debate con datos es vital para no caer en la tentación del debate caricaturesco.
Ante la indignación de muchos por la victoria de Trump, con sus ya conocidos tuits anticlimáticos, algunos asumen que la sociedad estadounidense también es anticlima. Es una lectura equivocada: las encuestas de opinión realizadas por Gallup muestran que al 64% de los estadounidenses sí les preocupa el cambio climático.
La presión climática de grupos estadounidenses sobre las empresas, los bancos, los gobernadores, los alcaldes y las universidades –por mencionar algunas instituciones– va en aumento y el activismo es cada vez más joven.
Recordemos: los millennials no votaron por Trump. La presión por la acción climática doméstica, por el Acuerdo de París y por la ciencia será insaciable e incansable.
La gran transición hacia energía y transporte bajos en emisiones sigue adelante. Hay incertidumbre y habrá que analizar cada una de las acciones específicas en clima y energía de la administración Trump para el período 2017-2020.
Hoy, sí sabemos que el cambio de un presidente no cambia la ciencia del cambio climático ni el compromiso por combatirlo de una parte creciente de la sociedad. Serán años intensos sin tiempo que perder para el derrotismo.
La autora es economista, especialista en clima y desarrollo.