En Turquía, la democracia toca a rebato. El mundo se estremece menos por la asonada militar que por la brutal ola represiva desatada so pretexto de restaurar el orden. La autenticidad del intento golpista está cuestionada. Un reforzamiento nada casual del poder de Erdogan insinúa a gritos una puesta en escena.
Con cuatro exitosos golpes de Estado, desde 1960, la institución militar turca tiene demasiada experiencia como para montarse la parodia que resultó ser el fallido golpe que, a lo sumo, se asemeja más a un motín castrense.
Para encontrarle algún sentido al desconcierto actual, hay que partir de la historia de la república turca, fundada en 1922, sobre los escombros del Imperio otomano, apenas recién liberada de su ocupación por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial.
Mustafá Kemal (Atatürk) fue el caudillo de la liberación, que hizo realidad los ideales del movimiento de los Jóvenes Turcos, de comienzos de siglo. Sepultó el califato y trazó el itinerario, insólito entonces, de un proyecto de modernización democrática, laica y liberal en un país mayoritariamente musulmán.
Buscaba construir una Turquía moderna e industrializada. El Estado de derecho y la democracia se entendían concomitantes con desarrollo económico y progreso social. Se eliminó el carácter islámico del Estado y se otorgó el voto a la mujer, 15 años antes que en Costa Rica.
Esos son apenas algunos de los aspectos “occidentalizantes” del legado kemalista, en clara contraposición con las tradiciones musulmanas.
Ideales republicanos. El derrotero de Kemal es una perenne aspiración de injerto de los ideales republicanos en sociedades musulmanas. Esa visión es un constructo racional, el tipo-ideal del desarrollo capitalista de Weber, impuesto manu militari con el apoyo de élites intelectuales. Pero el modelo del establishment kemalista no es socialmente hegemónico todavía. Dos bloques históricos se enfrentan: el clero responde al todavía anclado imaginario colectivo musulmán del 99% de la población turca y la institucionalidad castrense impuso el laicismo kemalista y se ha erigido como su garante.
Los gobiernos democráticamente elegidos han oscilado entre tradición y visión kemalista. Por eso, ha sido muchas veces interrumpido, el hoy abruptamente obstruido camino democrático de Turquía.
El recrudecimiento contemporáneo de los dogmatismos islámicos, los conflictos recientes entre Estados confesionales chiitas y sunitas y la escalada del terrorismo derivado de dichos fanatismos, muestran la importancia que tiene el éxito de ese modelo de conciliación entre valores de dos universos, hasta ahora en conflicto.
El exalcalde. Recep Tayyip Erdogan, exalcalde exitoso de Estambul y fundador del partido Justicia y Desarrollo, de islamismo moderado, subió al poder en el 2003, como prototipo de ese dirigente esclarecido que añoraban las élites intelectuales de Turquía y de Occidente.
Turquía estaba en su peor crisis económica desde 1923. El crecimiento sostenido desde su ascenso al poder es su mayor mérito. Fue declarado “Europeo del año” por European Voice y “Persona del año” por Times.
Para Occidente, encarnaba el respeto a la religiosidad popular, poco valorado por el kemalismo, y un pragmatismo liberal muy apreciado por la élite económica. Pero ahí estaba la contradicción.
Para unos, no iba suficientemente rápido hacia el futuro liberal y, para otros, no abrazaba con suficiente devoción el retorno a la tradición musulmana. Unos condenaban su acento occidental, otros, su cercanía al islamismo.
Presionado por ambos y bloqueado constantemente por Alemania y Francia en sus intentos de incorporación a la UE, Erdogan esperaba su hora.
Fracaso. El así llamado intento putschista claramente fracasó. Fue condenado hasta por los más acérrimos enemigos de Erdogan y poco se requería para restablecer el orden. Pero la derrota de los supuestos golpistas se convirtió en una orgía de represalias claramente preparada de antemano.
Si una purga militar masiva de oficiales se comprende, ¿cómo explicar que el encono de la represión se centrara en instituciones relacionadas con educación, justicia y comunicación? En pocas horas fueron destituidos 3.000 jueces, 15.000 funcionarios del Ministerio de Educación y 30.000 maestros, y cerradas 2.000 escuelas.
Eso solo puede entenderse como combate por hegemonía. Eso es lo que está en pugna: la reislamización de Turquía. “El que las listas estuvieran tan rápidamente disponibles sugiere que estaban preparadas de antemano”, dijo el comisario de expansión de la UE, Johannes Hahn, después de la primera barrida.
Nadie está realmente dispuesto a presionar por un retorno a la moderación. No, en todo caso, la Unión Europea.
Erdogan descansa en tres pilares estratégicos insalvables. En primer lugar, tiene una Unión Aduanera con la UE. Sancionar a Erdogan sería un castigo formidable para la inversión extranjera, especialmente comunitaria, que solo en el 2015 invirtió en Turquía más de 13.000 millones de euros. Alemania sería la más perjudicada, con exportaciones anuales por 22.000 millones de euros y 6.500 firmas en suelo turco.
Por otra parte, la UE prometió a Turquía 9.000 millones de euros por retener a los refugiados. Convertida en barrera frente a la avalancha humana que escapa de las guerras civiles del Oriente Medio, 2,7 millones de refugiados se agolpan buscando Europa y están retenidos en suelo turco.
Sin ese acuerdo, la UE sería simplemente inundada. Adicionalmente, Turquía es un socio geopolítico estratégico en la lucha contra el terrorismo. Desde su base aérea de Incirlik, despegan las naves norteamericanas que atacan al Estado Islámico. Todo eso y más se juega en las manos cada vez más despóticas de Erdogan.
En 1996, Erdogan había dicho que “la democracia es como un tranvía, cuando uno llega a su parada, uno se baja”. El motín militar fallido parece ser la estación donde Erdogan se baja y Turquía vuelve a tener, una vez más, un derrotero kemalista interrumpido.
La autora es catedrática de la UNED.