Todos necesitamos unas vacaciones. La mayoría las toman del trabajo, los estudiantes y sus profesores gozan de prolongados descansos del estudio.
Hoy, las vacaciones se organizan “en línea”. Tenemos tecnología para reservar pasajes, hospedajes, transporte, entretenimiento, alimentación y hasta para coordinar las vacaciones con amigos y familiares.
Es tan eficiente que suele resultar en descansos muy ajetreados, lo cual a su vez puede hacer que necesitemos vacaciones de las vacaciones.
Pero la manera tan persistente en que la tecnología nos llena el día a día, al acaparar nuestra atención en cada momento y obligarnos a reaccionar en tiempo real a mensajes de texto y voz, correos, chats, llamadas, etc., ha producido la necesidad de tomar un descanso de la tecnología.
Es bastante fácil de lograr. Basta con irnos de la ciudad o del lugar donde residimos, dejando atrás todos los dispositivos electrónicos, pero no podemos viajar a cualquier sitio, debemos ir a una zona desprovista de ellos.
La buena noticia es que para hacer esto no es necesario darle a la industria del transporte aéreo la oportunidad de tratarnos mal, en Costa Rica todavía hay muchos lugares para disfrutar de un recreo tecnológico.
Equipo básico. Para estas vacaciones, debemos ir bien preparados. Llevar dinero en efectivo, libros de papel (si nos gusta leer) y una brújula de las de antaño (si nos gusta caminar en el bosque). Para mejores resultados, recomiendo únicamente prohibir tecnologías de información, eso hace posible disfrutar de las modernas de almacenamiento de energía (baterías, gasolina para el auto, botellas de gas, hielo, hieleras, etc.), y las más antiguas que modifican del estado de ánimo, basadas en la fermentación.
El primer día es el mejor, sentimos, desde que llegamos –adonde quiera que sea–, el alivio de no tener teléfono, ni computadora, ni oír el continuo chillido de esos aparatos en bolsillos y carteras ajenas.
La curiosidad por el resultado de acontecimientos deportivos al otro lado del país, o del planeta, es rápidamente acallada por la tranquilidad que nos brinda la naturaleza, aumentada por la ausencia de correos electrónicos (y las broncas que pueden venir incluidas).
A los tres días de incomunicación total con el mundo exterior, empezamos a inventar excusas para subirnos a la colina más alta y encender el celular que llevamos de contrabando.
Estas excusas incluyen evitar que se acumulen demasiados mensajes y correos, asegurarnos que fulanito o menganito haya recibido el regalo que enviamos, verificar la calidad de la señal en diferentes lugares para estar listos en caso de una emergencia o saludar a mi mamá, que le debo estar haciendo falta.
La lista es bastante larga y obviamente muy creativa, resultado probable de las tecnologías de modificación del estado de ánimo.
Aquellos más rigurosos, sin embargo, se cerciorarán de que no haya señal en el lugar escogido. Esto es cada vez más difícil y, por consiguiente, debe permitirse la utilización de herramientas de bloqueo de señales ( signal jamming ), estas son sin duda tecnologías de información, pero su uso debe autorizarse ya que, en vez de propiciar comunicación excesiva y persistente, hacen todo lo contrario, y la habilitan.
A los cinco días de tranquilidad causada por la falta de herramientas tecnológicas, los vacacionistas suelen notar un claro aumento en sus niveles de introspección (“hacer bizco pa’ dentro” dice La Benigna), lo cual es sin duda placentero, pero, sobre todo, esclarecedor de muchos motivos y circunstancias que antes eran incomprensibles.
Desafortunadamente, al cumplir una semana en estado natural, al ser humano le suele aumentar la paranoia. Esta, por lo general, nace del no saber “¿qué estarán haciendo sin que yo me entere?, ¿me estarán serruchando el piso?”, aunque lo más probable es una convicción total de que el piso está siendo serruchado, pero con una incapacidad de descifrar quiénes lo están haciendo, ni cómo, ni por qué.
La única manera conocida de evitar tal estado de paranoia es tomar la decisión de nunca regresar, sin duda para muchos vacacionistas una decisión muy difícil y, por lo tanto, disponen terminar el descanso.
Mínimos deseables. Una semana equivale a un 2% de un año, obviamente, muy poco. Pero es un buen comienzo. Tomar dos semanas seguidas de vacaciones de la tecnología es totalmente lograble, tal vez no al primer intento, pero si al segundo o tercero.
Tomar una semana libre de la tecnología cada seis meses es una manera muy recomendable de empezar a desarrollar “músculo” introspectivo, para, más adelante, poder separarse de las herramientas tecnológicas por períodos más extensos.
Con uno mismo. Existe evidencia que apunta hacia un declive marcado del nivel de introspección en la humanidad durante la última década (Guillermo Cecchi lo explica muy bien), achacarle la culpa de esto a la tecnología es solo una hipótesis, pero bastante lógica.
Una manera de probar esta tesis es pidiéndoles a todos los vacacionistas de la tecnología que compartan lo que escriben durante los periodos de descanso. Si logramos una muestra suficientemente grande de personas que descansan podremos demostrar causalidad entre el uso de las herramientas tecnológicas y los decrecientes niveles de introspección, lo cual, a su vez será la base de una campaña planetaria para promover las vacaciones de la tecnología.
El autor es ingeniero, presidente del Club de Tecnología y organizador del TEDxPuraVida