La tecnología, la falta de educación y la degradación de los valores se conjugaron en Santa Ana para producir una triple tragedia cuando dos colegiales, de 14 y 16 años, publicaron en Internet la foto de una compañerita desnuda. La principal víctima es la jovencita, también de 14 años, cuya imagen fue incorporada a un sitio de pedofilia en la red mundial, pero los dos adolescentes sospechosos de difundir la fotografía también son víctimas, al tiempo que victimarios. La Policía los arrestó, a las seis de la mañana del pasado viernes, en sus casas.
Los muchachos responden por cargos de difusión de pornografía y, junto a sus familias, sufrieron el trauma de la detención. No se les indaga, por tratarse de menores, pero sus computadoras, teléfonos y llaves de memoria fueron decomisados. Si se constata su participación en el hecho, se verán sometidos a proceso y, eventualmente, a los castigos previstos por ley.
Nada justifica la conducta de los responsables y, si la ley no se aplica, no habrá cómo poner coto a este tipo de delitos. Eso no debe nublar la vista a las circunstancias del caso. Poco se sabe, porque la Policía no ha sido profusa en la divulgación de los detalles, pero todo apunta a la ausencia de fines de lucro u otras motivaciones similares.
La jovencita envió la fotografía al novio, quien supuestamente se hizo asistir de otra compañera para publicarlas en las redes sociales con la intención de denigrarla, según los investigadores, quizá por despecho o por una rencilla. Los pedófilos y quienes explotan su desviación rastrean este tipo de imágenes en Internet para, luego, publicarlas en sus sitios de la red mundial.
Así ocurrió con la foto de la jovencita de Santa Ana. La noticia de su presencia en los sitios visitados por pedófilos llegó al Organismo de Investigación Judicial (OIJ) desde los despachos de la Policía Internacional (Interpol). Los agentes nacionales de la Sección de Delitos Informáticos rastrearon el origen de la publicación y llegaron hasta los dos menores implicados.
Los tres chicos y sus familias tienen, ahora, importantes problemas. Por desgracia, las actitudes conducentes a estos resultados son muy comunes y los involucrados no siempre son conscientes de que “esto no es un vacilón”, como dice Gerald Campos, subdirector del OIJ. Es un delito.
Por su edad, tampoco son siempre conscientes del daño causado a la víctima de la publicación. La agresión y el acoso cibernético dejan cicatrices profundas y, en muchos casos, conducen al suicidio u otras conductas autodestructivas. Entre el 2010 y el 2013 hubo 21 suicidios causados por bullying o matonismo escolar. El acoso cibernético es una de las modalidades más perniciosas de esa conducta antisocial. Los sobrevivientes a menudo caen en la depresión, disminuyen el rendimiento escolar y se aíslan del entorno. La madre de una de una víctima dijo a La Nación tener conocimiento de otros afectados que se encierran en sus casas a llorar.
En redes sociales como Facebook han aparecido páginas dedicadas al acoso. En una de ellas, titulada “Basureando chiviz”, los administradores invitaban a “molestar a los bastardos” cuyas fotos se mostraban en la página. Homofobia, racismo y ensañamiento con las debilidades ajenas es el tono del acoso cibernético, cuya gravedad alcanza grados extremos con la publicación de fotos como la de la jovencita de Santa Ana.
Las autoridades hacen bien al actuar con celeridad y el reproche social debe ser severo, pero es imprescindible fortalecer los programas lanzados durante la Administración pasada por el Ministerio de Educación Pública para hacer conciencia de los males del matonismo, incluidas sus manifestaciones cibernéticas. También es preciso educar a los padres sobre la vigilancia exigida por las nuevas tecnologías, una bendición indiscutible cuyos usos perversos pueden hacer estragos entre víctimas y jóvenes victimarios.