En nuestras aguas apacibles se alimentan tempestades. No sé qué día ni a qué hora se acabaron las rutas de la alegría. Pero ese caudal de capital político que apostó por la esperanza sigue ahí, latente, aunque cargándose de frustraciones y resentimientos. Perturbadores surcos en los que puede alimentarse un populismo criollo, que no depende de quien lo suscite, sino de quienes lo escuchen.
Estas inquietudes aparecen recientemente en todas partes. Trump en Estados Unidos, Le Pen en Francia, el Brexit en Inglaterra, son apenas algunos de los escenarios más inquietantes de un amenazador ascenso de extremismos populistas.
El populismo es avivado por descontentos, miedos y desengaños, pero para germinar y crecer necesita, como caldo de cultivo, un ambiente político empantanado por divisiones y desconciertos, donde las fuerzas en presencia se revelen incapaces de alcanzar acuerdos.
Un entorno enrarecido por recriminaciones que asignan culpables, sin ofrecer soluciones, es esencial para que brote el populismo. El fracaso de la socialdemocracia en encontrar acuerdos en el centro político fue esencial para que fascismo y nazismo, minoritarios, se impusieran en Italia, en 1922, y en Alemania, en 1933. Amargas lecciones.
Cuando el centro de los espectros ideológicos fracasa en alcanzar consensos, la exacerbación de las divisiones mueve las aguas hacia los extremos populistas, de izquierda o de derecha.
Síntesis hegeliana. Por eso el caso germano actual es una excepción que confirma la regla. Pareciera que ellos sí aprendieron de su propia historia. Ahí las dos grandes fuerzas políticas mayoritarias y opuestas, incapaces de prevalecer, la una frente a la otra, renunciaron a pactos con partidos minoritarios y formaron coalición dos veces, para cogobernar en el centro. ¡Admirable síntesis hegeliana, la unión de contrarios!
Esto impidió el ascenso del populismo xenófobo teutón del Partido Alternativa para Alemania (AFD) y la vimos adoptar, como en escaparate de vitrina, la más humanitaria política de recepción de refugiados, en una exacerbación, si cabe, de moderación.
De Francia ni se diga. Por lo menos hasta ahora ha impedido las victorias de los Le Pen, padre e hija, uniéndose in extremis, en segundas rondas electorales, ofreciendo apoyo a la fuerza que fuera capaz de impedir las victorias xenófobas.
Si España está aún paralizada, no es solo por Podemos, sino por la incapacidad todavía demostrada por el PP y el PSOE de construir gobierno, por encima de las recriminaciones.
Pensar fuera de la caja. En Costa Rica, la caldera de disfuncionalidades nacionales se exacerba con una desagradable danza de condenas, señalamientos y divisiones.
El centro de los espectros ideológicos se revela incapaz de prevalecer y en esas aguas cunde la parálisis y el desconcierto. En ese ecosistema atascado, empresarios, académicos y formadores de opinión advierten del terreno altamente sísmico sobre el que nos movemos, sin que podamos hacer mucho para prevenir el socollón, ahora en ciernes, de un populismo criollo. Al menos los ciudadanos de a pie.
Todos tenemos responsabilidades que asumir para aclarar los nublados de este oscuro panorama, cada cual en su trinchera, pero hay un protagonista decisivo de quien se puede esperar que piense fuera de la caja.
Es el primer ciudadano de este país, que puede actuar como agente de un cambio sorpresivo, premisa indispensable de todos los demás cambios que necesitamos: la creación de un ecosistema de concordia nacional, que nos haga partícipes de una visión compartida del país.
Este primero de mayo es la última oportunidad para ese impulso postrero a la unidad nacional. Lo necesitamos efectivo, voluntarista, con sentido de urgencia e inmediatez, con el liderazgo personal, directo y cotidiano de la presidencia de la República. Nada de delegación de responsabilidades a mandos medios.
Don Luis Guillermo, a la cabeza, en su envestidura, como garante de la total incondicionalidad con ese objetivo de la plena institucionalidad del Estado.
Ya pasó la hora de las recriminaciones y no aportaron mucho. El país no está para más divisiones. Es hora de cruzar a la acera del contrario, con humildad, y tender la mano. Llega un momento en que el sentido de hermandad debería prevalecer.
Pongamos las barbas en remojo. Encontremos las amarras que nos paralizan y unámonos por encima de todos los intereses particulares, partidistas, gremiales, para romper esos nudos gordianos.
El primero de todos, la probada incapacidad de legislar por mayoría, el asentado y adquirido “derecho” de veto de las minorías, con el filibusterismo institucionalizado en el reglamento de la Asamblea Legislativa.
Ceder. Curiosamente, en medio de la fragmentación política que vivimos, en Costa Rica solo se puede gobernar por consenso y eso impide la eficiente implementación de nada que signifique un rumbo decisivo.
Esa es la roca en que encallará cualquier esfuerzo por enderezar la nave y para sacar esa piedra del camino. La vía más segura es la alemana: un gobierno de unidad nacional, entre fuerzas políticas capaces de una mayoría que permita la vía rápida para una reforma radical del reglamento de la Asamblea Legislativa, sin ningún gradualismo.
Pero esto no es posible si impera la sospecha de que se trata de aprovechar la capacidad de legislar por mayoría para imponer nuevos impuestos sin la debida contrapartida de control del gasto público. Por ello, un pleno acuerdo fiscal es lo primero en lo que deben ceder todos, para ganar todos.
El sinceramiento es difícil en un primero de mayo. Imagino a los ministerios haciendo desglose de sus pequeñas grandes realizaciones. Difícilmente, imagino una confesión de brechas y carencias, pero tampoco necesitamos eso. Diagnósticos sobran. Lo importante es un giro de timón a medio período que restablezca la esperanza y reconstruya un ecosistema político viable. ¿Se hará criolla la lección teutona? ¡Déjenme soñar que sí!
La autora es catedrática de la UNED.