Cuando apareció la primera noticia de una eventual candidatura a la presidencia de Donald Trump, recuerdo haber pensado que era algo que no llegaría muy lejos. Nadie que se tome la política de su país en serio iba a permitir semejante aberración. Sin embargo, para mi total asombro, ya terminaron las contiendas internas del Partido Republicano y es justamente Trump quien ha sido nominado para ser el candidato a la presidencia de los Estados Unidos.
No puedo evitar preguntarme cómo fue que los norteamericanos llegaron a este punto, cómo es que este gran país, con la responsabilidad que tiene de manejar armas de destrucción masiva, está cerca de escoger a un persona tan estólida, como su líder.
Algunos encuentran la explicación en el hecho de que él es un “foráneo de Washington”, dando a entender que no es de la élite política tradicional. Otros le han alabado la libertad que tiene para decir “las cosas como son”, que no se expresa con un lenguaje políticamente correcto, sino que, por el contrario, ha sido conocido por sus desatinados comentarios de odio hacia las minorías y repudio hacia el sistema.
Y tal parece que ese mensaje ha logrado calar en un porcentaje importante de la ciudadanía, especialmente en aquellos que se sienten engañados por el establishment porque consideran que no responde a sus necesidades.
La salida. Del otro lado del Atlántico, también tuvo lugar una votación cuyo resultado dejó al mundo perplejo. Los británicos votaron a favor del brexit, es decir, tomaron la decisión de salirse de la Unión Europea.
La mayoría de los votantes decidió ignorar los elocuentes argumentos del entonces primer ministro David Cameron, quien abogó en defensa de permanecer en el bloque europeo, y les pareció más atractivo seguir el discurso separatista y fantasioso de líderes como Nigel Farage, quien aseguró que esta votación era la única manera de recuperar el Reino Unido. La queja generalizada de los británicos que defendían la ruptura con Europa tenía que ver con las pocas oportunidades de empleo, el incremento de las políticas de austeridad, el descontento con los problemas migratorios, entre otros.
Sin embargo, parece evidente que la decisión de permanecer o irse de la Unión Europea no trae en sí misma la respuesta a los problemas señalados. Lo que parece indicar esta votación es que fue el único recurso que tuvieron los británicos para manifestar su desaprobación al sistema de gobierno.
Inesperado. En Costa Rica, las elecciones pasadas se fueron desarrollando con gran sorpresa para muchos. El candidato del Partido Acción Ciudadana, Luis Guillermo Solís, inició con un porcentaje de intención de voto de alrededor del 3% de los electores consultados y, sorpresivamente, tres meses después, fue el candidato más votado con un 30,84% de los votos.
Finalmente, en segunda ronda, venció por amplio margen a su oponente (obtuvo el 77,9% de los sufragios).
No cabe duda de que las pasadas elecciones sucedieron en una coyuntura particular de cansancio de los costarricenses hacia la clase política. La copa de tolerancia fue rebosada por los excesos en casos de corrupción política, de ahí que se explique el abrumador éxito que tuvo la oferta del Partido Acción Ciudadana.
En campaña, el presidente Solís, con la bandera de la ética encarnada, empezó a repartir esperanza y así tratar de devolver la fe en la política. Finalmente, y contra todo pronóstico, fue elegido presidente.
Ahora, dos años después, acabadas las caravanas de la alegría y las promesas de campaña, se ha topado con la realidad de ser gobierno y con la tragedia de, al menos por el momento, no cumplir con lo que ofreció.
Común denominador. Estos tres ejemplos, pese a tener una causa de origen distinta, comparten un factor común: el descontento y desesperación de la gente.
El fenómeno del “cambio por el cambio” no atañe solamente a los casos mencionados, por el contrario, es un movimiento que cada vez toma más fuerza en quienes ven con desconsuelo su futuro y prefieren lanzarse a lo desconocido que continuar apoyando el statu quo.
Si bien es cierto que en muchos casos estas decisiones han probado tener consecuencias nefastas, no parece ser un fenómeno que se contraiga, más bien pareciera que seguiremos viendo con más frecuencia este tipo de casos.
No cabe duda de que la dinámica política ha cambiado, existe un clamor de las personas que quieren ver soluciones. Los costarricenses están ávidos de un cambio que verdaderamente impacte en sus vidas, de vivir en un país en donde el crecimiento económico no solo beneficie a una élite privilegiada, sino a la mayoría de personas, de tener empleo estable y de calidad, de un aparato estatal ágil y dinámico que no entrabe, pero que resuelva.
El problema es estructural e institucional, trasciende a un candidato y a un partido, requiere soluciones que quizás resulten impopulares. Por lo tanto se deberán implementar con determinación.
Esto supone una difícil tarea. La persona que decida asumirla deberá tener un liderazgo consolidado para unir al país en un solo proyecto común.
Estamos a mitad de período, en un momento cuando muchos ya empezaron a mostrar sus aspiraciones presidenciales. Solo podemos esperar que los próximos candidatos a la presidencia del 2018 sepan entender las necesidades del pueblo y que quien sea elegido pueda atender el llamado con diligencia, porque lo cierto es que la paciencia se agota.
La autora es abogada.