Varios economistas de la década de 1950 del siglo pasado y durante casi todo ese siglo, sostuvieron una doctrina denominada el estructuralismo, la cual esencialmente consistía en la convicción de que la economía de América latina, y en general la del sur del mundo, estaba condicionada para mal por el norte desarrollado.
Uno de los máximos exponentes de esta teoría fue Raúl Prebisch, secretario ejecutivo de la Cepal (organización económica suprarregional de la ONU en esa materia), quien sostenía la existencia de un problema estructural. Para ellos, el problema surgía entre las metrópolis económicas, que estaban en el “centro”, geográficamente ubicado en el hemisferio septentrional, y por otra parte su “periferia”, que era el austral o sur.
Para los estructuralistas, las economías periféricas estaban condicionadas por el hecho de que las desarrolladas economías del “centro” nos vendían bienes con un valor tecnoindustrial mucho mayor que el de nuestras exportaciones de materia prima. Se aferraban a esa razón para considerar que nos arrastraban hacia un constante perjuicio en los términos de intercambio comercial mutuo.
Concluían que la consecuencia de tal inequidad en las condiciones comerciales era que nosotros, en el sur, cada vez adquiríamos menos productos fabricados en el norte desarrollado, o “centro”, y, por el contrario, ellos adquirían cada vez más de nosotros, los del sur o “periferia”. El resultado final es que el centro cada vez vendería menos a la periferia, a peor precio, pero adquiriendo más de ella.
Cierre. Así las cosas, la tesis de los estructuralistas fue la de cerrar nuestras economías al comercio internacional, e implementar políticas públicas de fomento industrial. Lo que se denominó “política de sustitución de importaciones”, que tal como la frase lo indica, consistía en la vocación económica de sustituir, mediante producción nacional, lo que se importaba de las metrópolis mundiales.
El éxito de la estrategia estructuralista fue relativo, pues, pese al esfuerzo realizado, estas industrias se circunscribieron a los limitados mercados nacionales de cada país latinoamericano.
Para entonces el mercado latinoamericano era aún más cerrado, y, tal como ahora, el subcontinente no se abría para estimular una vocación compe-titiva de nuestras empresas industriales. Amén de que las sociedades latinoamericanas eran muy pobres.
El resultado final del experimento fue el fracaso competitivo de una Latinoamérica comercialmente fragmentada, frente a economías de otros hemisferios que se agigantaron, como las de Asia.
El vagón de la estrategia estructuralista finalmente debió detenerse en la llamada década perdida (década de 1980), cuando los índices de crecimiento y productividad latinoamericanos fueron insostenibles.
Teoría de la dependencia. A la par del estructuralismo, también tomó fuerza la llamada teoría de la dependencia, de origen marxista, según la cual, las economías del sur básicamente eran pobres porque eran explotadas por las del norte. De acuerdo con esa convicción, la economía de mercado estaba determinada por una mecánica en donde los que ganaban, necesariamente lo hicieron porque otros perdieron.
Pero hoy esa teoría no goza del mismo crédito. El concepto ha sido reexaminado por profesionales de la misma Cepal, como José Antonio Ocampo, considerado por el Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo como uno de los economistas más importantes de los últimos veinticinco años.
Incluso antes de morir, Eduardo Galeano, su principal exponente, reconoció que a la edad en que escribió su manifiesto no estaba lo suficientemente capacitado para haberlo escrito. La realidad demostrada es que cuando las transacciones económicas son honestas, de una u otra forma ambas partes ganan.
Una prueba histórica que demostró las bondades de la apertura comercial hacia el mundo por parte de nuestro subcontinente radica en las irrefutables estadísticas durante el coloniaje español. Por ejemplo, durante el monopolio comercial impuesto por España, que impedía a nuestras colonias comerciar con cualquier otra nación fuera de la madre patria, la economía estuvo muy distanciada de las estadísticas de prosperidad que surgieron a partir de la apertura comercial que autorizó el rey Carlos III.
Era digital. Ahora bien, ¿qué hecho ha evidenciado con mayor contundencia el declive de la noción norte-sur?: sin duda el vertiginoso paso hacia la realidad digital. Hoy los niveles de bienestar, y por tanto la división en el acceso a las oportunidades, ya no está estrictamente condicionada por la geografía norte-sur, pues lo que influye es la distancia que existe entre quienes dominan la tecnología digital y quienes no tienen acceso a ella.
Independientemente del hemisferio en el que vivan, o si su economía es del “centro” o de la “periferia”, pues, ¿qué debe entenderse hoy por centro económico mundial? Ciertamente, Estados Unidos sigue siendo la mayor economía, pero no se sabe si ahora periferia es un medio oeste estadounidense desconectado a Internet, en relación con la ciudad de California, o si, en relación con la misma California, son por ejemplo aquellos costarricenses que sí estén conectados a la revolución digital, tal como lo planteó Felipe González en su última obra.
Porque un ciudadano del hemisferio norte cibernéticamente analfabeto tendrá menos potencial que un ciudadano del sur plenamente involucrado en la revolución digital.
Países que pertenecen al hemisferio sur como Singapur, cuya economía hasta hace treinta años era considerada “periférica”, hoy vende derivados de petróleo de altísimo valor, pese a que no produce una gota de crudo. ¿Cómo lo ha logrado? tres ingredientes esenciales hay en la fórmula de países como Singapur o Corea del Sur: a) su total inmersión en la revolución digital, b) el enfoque hacia la educación técnico-científica de su población y c) economías nacionales absolutamente dirigidas hacia una vocación exportadora.
Incluso esta estrategia tiene poco, o nada, que ver con la orientación política de los Estados que ensayan dicha fórmula, pues también le funcionó a una China sin libertad política que, después de Deng Xiao Ping, pasó de ser una bucólica economía de subsistencia, a ser la segunda potencia del mundo. Independientemente de donde se encuentre geográficamente ubicada una nación, pertenecerá al centro económico del mundo quien ofrezca una innovación técnica que añada valor a la sociedad digital. La noción “norte-sur” entró en franca decadencia porque la realidad digital está destruyendo, tanto los núcleos, como las fronteras económicas de ayer.
El autor es abogado constitucionalista.