La Alemania, que en épocas del Tercer Reich perseguía y encarcelaba a los homosexuales, nos acaba de dar una lección de evolución al aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Con 393 votos a favor, 225 en contra y 4 abstenciones en el Parlamento, Alemania se convirtió en el país número 24 en legalizar el matrimonio homosexual.
La votación fue favorable aun cuando desde el 2001 el país europeo reconoce las uniones civiles, aun cuando el país está a menos de tres meses de las elecciones, aun cuando implicaba un quebranto en la alianza que sostenían socialdemócratas y conservadores, aun cuando la canciller, Ángela Merkel, se pronunció absolutamente en contra de la iniciativa. Eso se llama voluntad política.
El artículo 175 del Código Penal alemán tuvo vigencia desde 1832 hasta 1994, y en dicha norma, con variaciones a lo largo del tiempo, pero la misma esencia siempre, se castigaba con prisión que un hombre sostuviera relaciones sexuales con otro.
Se llegó incluso a considerar que la sola manifestación de atracción de cualquier tipo ante los ojos de un tercero era un acto contra natura. En la Segunda Guerra Mundial, los terribles delincuentes que se atrevieran a cometer ese delito eran marcados con un triángulo rosa.
Reivindicación. Alemania se reivindica de sus errores históricos y entierra de una vez por todas las atrocidades e injusticias cometidas contra la población homosexual por el gravísimo delito de manifestar su afecto y emociones públicamente.
Quizá la vergüenza que sintieron los alemanes por las violaciones a los derechos humanos de esa marginada población, es la misma que sentimos en los países democráticos al saber que fue la pobreza de pensamiento lo que llevó al mundo a relegar a las mujeres y afrodescendientes de sus derechos civiles y políticos durante tantas décadas.
Que no pasen los años y Costa Rica, al mirar las hojas de su pasado, descubra haber elegido el camino de la marca con el triángulo rosa, opresora de cientos de miles de hombres y mujeres para quienes sus derechos sagrados no han visto la libertad.
La experiencia alemana debe ser ejemplo para la democracia, cada vez más diversa; inspiración para la justicia, cada vez más necesaria; y un llamado de atención al ser humano, cada vez más indiferente.
Inquietud constante. Ningún costarricense debería poder dormir en paz cuando otro es humillado por ser quien ama ser o por tratar de ser quien no es. A ningún niño debería negársele la oportunidad de tener una familia, cuando quienes desean educarle, criarle y amarle son dos varones o dos mujeres que se quieren.
A aquellos que en nombre de Dios ofenden la diversidad es necesario recordarles que, de las enseñanzas sagradas, quizá la más importante es la del amor. Ningún padre debería sentir vergüenza de los gustos de sus hijos porque el orgullo no nace de los gustos, sino del corazón. Nadie tiene por qué sentirse cómodo ofendiendo la dignidad de los demás con frases denigrantes.
No más “playos”, “locas”, “afeminados” o “maricas”. Bien dice un proverbio árabe: “Si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, no lo digas”.
La educación debe ser el soporte del más alto respeto por los demás. Ojalá cada quien, desde su propia experiencia, pueda escribir una historia más justa, solidaria y diversa para que cuando nos corresponda juzgar la historia hayamos estado del lado correcto.