Tutú es mi zaguate, la adopté hace cuatro años cuando apenas tenía entre seis y ocho meses. Ella tuvo suerte porque la encontraron pronto y no sufrió fuertes secuelas de abandono o abuso.
Recuerdo ese sábado de julio del 2012, luego de llevar a mi hija a su ensayo en la Sinfónica, me estaba ganando la tortícolis y pasamos a un supermercado en Moravia... ¡Yo iba por un parche para mi espalda, pero salí con otro perro! Fue inevitable.
Había feria de adopciones y nos enamoramos de Tutú, de sus dulces ojos… demasiado “zaguatosa” para resistirse. Quienes han tenido la oportunidad de conocerla, han sido víctimas de sus ojos y de su encanto. ¡Demasiado! Definitivamente fue la cura perfecta para el estrés.
La historia de Toto es menos feliz. Toto es un chihuahua que adoptamos hace casi un año luego de que mi vecina doña Violeta, mi cómplice en rescate animal, me contara sobre un decomiso que hiciera Senasa (Servicio Nacional de Salud Animal) en Tres Ríos, en un criadero con más de sesenta y cuatro perros, para los cuales tenían que conseguir igual número de adoptantes.
Estos sí eran “finitos”. Había de todo: chihuahuas, french poodles, pequineses, shih tzus, cocker, era como el paraíso para los amantes de los perros, hasta que llegamos al lugar de la adopción. Era terrible, casi como si vinieran de la guerra… les faltaban dientes y les sobraban huesos… ¡Qué escena!
Claro, yo ya iba advertida. Cuando hablé por teléfono con la veterinaria de Senasa me comentó sobre la condición de aquella pobre criatura. Como ya teníamos a Tutú y Tacita, otra chihuahua, el candidato debía encajar en aquella manada felizmente compuesta de humanos y perros.
¡Ya sé!, me dijo, le voy a dar un macho: tiene un ojo blanco, pero sí ve, está medio renco y necesita muchos cuidados. ¿Acepta? Mi primer pensamiento fue… ¡no! Yo ya me había casado y me había divorciado, ¡no estaba preparada para “la pregunta”!
Pero por supuesto que acepté, y debo reconocer que, al igual que mi hija, cuando lo conoció, me decepcioné, no sé si por la condición de aquel animalito, la irresponsabilidad de algunas personas, la crueldad de otras o todas las anteriores.
Hoy Toto está feliz, se integró a la manada, ha ido poco a poco superando sus maltratos, no recuperará sus dientes, pero ya no se le ven los huesos.
Detrás del maltrato. Definitivamente, detrás del abuso y del maltrato hay problemas profundos en las personas que requieren atención. La manada (la sociedad) está enferma.
Hay importantes estudios científicos que demuestran que la agresión a los animales se extrapola a las personas, es decir, los agresores de animales son potenciales o agresores actuales también de personas.
El punto es este, si quiere verlo al revés: si maltratan a los niños, ¿cómo no van a maltratar a los animales?
Los ajustes legales contra el maltrato animal, si bien es cierto son muy necesarios, por sí solos no son suficientes si no se acompañan de otros programas de atención integral, porque terminaríamos con más hacinamiento en las cárceles y más odio a los animales y a las personas.
Lo ideal sería la existencia de programas paralelos para la rehabilitación de los agresores animales y no solo de las mascotas.
Estoy segura de que muchas personas (yo lo haría gustosamente) estaríamos dispuestas a trabajar de manera voluntaria y organizada en programas públicos y privados con niños, adultos y animales, para superar esos feos “baches” que hay en la sociedad.
¡Necesitamos cómplices y ser cómplices! No todo les toca a los otros o al gobierno, cada quien puede hacer la diferencia en su entorno inmediato, en su casa, en su barrio, en su trabajo, ¡hasta en las presas!
Bastan pequeñas acciones. Para Tutú y Toto hubo una diferencia, y los otros 63 adoptantes lo hicieron también para los otros perros de este caso.
Termino con esta narración:
-¿Dime cuánto pesa un copo de nieve? –preguntó el ratón carbonero a la paloma.
-Nada más que nada– fue la respuesta.
-En ese caso, debo contarte una historia maravillosa –dijo el ratón carbonero-. Estaba sentado sobre la rama de un abeto, cerca de su tronco, cuando empezó a nevar; no mucho, no una gigantesca tempestad. No. Solo como en un sueño, sin violencia. Puesto que no tenía nada mejor que hacer, conté los copos de nieve que caían sobre las ramitas y agujas de mi rama. El número fue exactamente 3.741.952. Cuando el siguiente copo de nieve cayó sobre la rama, “nada más que nada” como dijiste, la rama se rompió.
Habiendo dicho eso, el ratón carbonero se fue. La paloma, una autoridad en la materia desde los tiempos de Noé, pensó en la historia un rato y finalmente se dijo a sí misma: “Tal vez solo falta la voz de una persona para que haya paz en el mundo.
La autora es abogada.