BERLÍN – Pueden suceder muchas cosas entre hoy y la segunda ronda de la elección presidencial francesa el 7 de mayo, de manera que todavía es demasiado pronto para celebrar. Pero, incluso con la candidata nacionalista y populista Marine Le Pen todavía en carrera, muchos observadores tienen esperanzas genuinas de que el ganador de la primera ronda, Emmanuel Macron, sea el próximo presidente de Francia.
Con una victoria de Macron, Europa evitaría una vez más la autodestrucción. Una presidencia de Le Pen casi con certeza traería consigo el fin de la Unión Europea (UE). Sacar a Francia de la eurozona, como ha prometido Le Pen, conduciría al colapso del propio euro. Luego, el mercado común y otras instituciones centrales de la UE se caerían por efecto dominó. Europa se sumergiría en el abismo y se perderían 60 años de progreso político, económico y social.
Es más, Le Pen quiere retirar a Francia de la OTAN y buscar relaciones más amigables con la Rusia de Vladimir Putin. Esto haría que los acuerdos actuales de seguridad en toda Europa se sumieran en un caos, lo que posiblemente generaría pánico entre los inversores y sumergiría al continente en una crisis económica, con consecuencias políticas apenas predecibles.
Después de la votación de segunda ronda de Francia, Europa probablemente eluda este escenario de pesadilla por el momento –es decir, por los próximos cinco años–. Aun así, para evitar un desastre futuro, los líderes europeos deben aprender las lecciones correctas a partir de la elección francesa de este año.
Por empezar, el interés de Europa es que Macron, si gana la presidencia, no fracase. El futuro de la UE, y particularmente el de Alemania, depende de una presidencia exitosa de Macron que saque a Francia de su prolongado malestar económico y resuelva su crisis de identidad paralizante.
Una Francia débil, económicamente estancada y políticamente insegura plantea un serio peligro para todo el proyecto europeo, porque una Francia que permanezca en ese estado inevitablemente sucumbirá al tipo de nacionalismo antieuropeo que representa Le Pen. Al mismo tiempo, una Francia fuerte y segura de sí misma es necesaria para la supervivencia a largo plazo de la UE.
Que la presidencia de Macron sea o no un éxito dependerá de su capacidad para curar las divisiones sociales de Francia, restablecer su dinamismo económico y enfrentar su alto desempleo, especialmente entre los jóvenes. No deberíamos perder de vista el hecho de que casi la mitad del electorado francés votó por candidatos euroescépticos y contra el establishment en la primera ronda. La UE no puede sobrevivir muchas más elecciones con ese tipo de resultado, de manera que una actitud de “aquí no pasa nada” ya no es una opción.
Por sobre todo, el próximo presidente francés tendrá que restablecer el crecimiento económico. Y lo mismo puede decirse para los otros Estados que conforman la eurozona. Después de la elección general de Alemania en setiembre, el gobierno finalmente tendrá que tomar la iniciativa e implementar una política económica más robusta, a menos que quiera ceder el escenario a nacionalistas que destruyan la UE.
Si bien Alemania ha presentado argumentos válidos en defensa de su excedente fiscal y externo, su modelo económico actual no ha logrado estimular un crecimiento suficiente en la eurozona como para estabilizar la moneda única. Lograr este objetivo exigirá un nuevo consenso entre el norte y el sur de Europa, liderado por Alemania y Francia.
También exigirá que Alemania finalmente tome algunas medidas decisivas en cuanto a satisfacer las necesidades económicas de Francia, y disipe la ilusión de que la UE puede sobrevivir bajo un régimen de liderazgo exclusivamente alemán. La UE es una entidad complicada que solo puede ser dirigida por un eje franco-alemán fuerte que trabaje en concierto con otros Estados miembro. Esa también es una lección perdurable que los líderes europeos deberían extraer de la elección francesa.
Macron, por su parte, tendrá que evitar una trampa en la que cayeron sus antecesores Nicolas Sarkozy y François Hollande. Ambos intimaron demasiado con la canciller alemana, Ángela Merkel, y así no pudieron confrontar al gobierno alemán cuando fue necesario hacerlo. Por ejemplo, yo apostaría que si Francia hubiera hecho más por desafiar la oposición de Alemania a los eurobonos, los populistas antieuropeos tanto en la izquierda como en la derecha no habrían ganado el impulso político que ganaron en los últimos años. Un conflicto constructivo en Europa a veces es necesario. Sin él, aquello que la UE representa se mantiene oscuro.
A medida que la elección presidencial francesa se acerca a su conclusión, la descripción de Europa como una “comunidad de destino” sigue siendo válida, incluso después de 60 años. El 7 de mayo, Francia decidirá no solo su propio destino, sino también el de la UE. Los europeos deberían regocijarse, pero luego deben ponerse a trabajar.
Joschka Fischer fue ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años. © Project Syndicate 1995–2017